La vista nocturna de la ciudad de Asuán era magnífica. Podía ver el río Nilo desde allí, con decenas de barcos de vela flotando tranquilos sobre el agua serena. Los edificios parecían querer competir por la atención que la catarata natural abarcaba, erigiéndose brillantes y elegantes por sus estilos antiguos. Sacó su teléfono y tomó algunas fotos. Luego volvió a admirar la vista. Era fiel creyente de que no había mejor lente que el ojo humano. Cuando no se tenía miopía y astigmatismo, claro.
Pobres miopes, pensó.
El sonido de su teléfono la exaltó. Vio la pantalla. Era una videollamada grupal. Sonrió y contestó de inmediato.
—¡POR SER UNA BUENA COMPAÑERA, POR SER UNA BUENA COMPAÑERA! —sonrió de oreja a oreja al ver sus amigos en cada cuadrícula— ¡Y NADIE LO PUEDE NEGAR!
Todos aplaudieron, eufóricos.
—Gracias, chicos.
—¡Pan, te extrañamos un montón! —exclamó Collie.
—Espero que al menos no celebrar tu cumpleaños por tercera vez valga la pena y que estés disfrutando de ese viaje a Egipto… —Refunfuñó Zuli.
Pandora suspiró.
Ahí iba de nuevo.
—Zuli, ¿podrías no arruinar los buenos momentos por una vez en tu vida? —espetó Collie.
—Pues perdón por decir la verdad y velar por el bienestar de mi mejor amiga —replicó con sarcasmo—. Mira esto. Antes éramos ocho personas, pero Barrie no pudo estar para la llamada por la diferencia de horario, tus amigos de universidad están trabajando y tus vecinos de condominio están durmiendo. Ya casi no hablas con ellos, ¡ni con nosotras! —se quejó—. Pensé que era imposible que el trabajo absorbiera aún más tu tiempo, pero veo que me equivoqué.
—No entiendo por qué tienes problema con que sea tan dedicada con mi trabajo. Las personas pasan años y años invirtiendo en relaciones y en amigos, ¿por qué yo no podría invertir mi tiempo en algo que me gusta y que me da mucho dinero?
—Y te agota. Algo que te gusta, te da mucho dinero y te agota —añadió Zuli. Resopló resignada.
—Todos los trabajos agotan.
—Es en vano intentar hablar contigo —se lamentó Zuli—. Ya no mencionaré más el tema. No quiero arruinar tu cumpleaños y tampoco mi poca paz mental…
—Está bien, Zuli.
—¡¿Pero sabes qué es lo que más me enoja?!
—Voy a colgar. Mi jefe me está llamando. Adiós, ¡gracias por recordar! —canturreó y colgó.
Cerró sus ojos y resopló. Cada vez que hablaba con Zuli, terminaba agotada.
Sí, el trabajo no era nada fácil. Su jefe tampoco. Hubo momentos en los que no se sintió capaz y quiso tirar la toalla, pero siempre dio lo mejor de sí y no se rindió. Le gustaba su trabajo, la paga era muy buena —al punto de que ya había pagado la hipoteca de su departamento y estaba a punto de terminar de pagar la deuda médica de su abuela— y le gustaba su jefe. En todos los sentidos. Aunque fuese un poco extravagante en ocasiones.
En resumen, jamás había estado tan satisfecha en su vida. Tenía más de lo que alguna vez imaginé.
Sobre todo al lado de él.
Cerró sus ojos, sintiendo la brisa nocturna del desierto. Era refrescante.
Su teléfono volvió a sonar. Pensó que sería Zuli, pero se mostró extrañada al ver que se trataba del celular que usaba como asistente y que era un número privado.
Contestó.
—Buenas noches, asistente ejecutiva.
—Buenas noches. Le llamamos de las líneas telefónicas de Red. Mi nombre es Amanda.
—Hola, Amanda.
—¿Podría darme cinco minutos de su tiempo? Queremos ofrecerle un plan en nuestra línea telefónica con regalías de datos móviles y redes sociales.
—Ehh, yo…—miró hacia todos lados, dudosa. Siempre que eso pasaba, le era imposible decir que no, aunque no estuviese interesada porque la empresa cubría todo el plan ejecutivo de su teléfono—. Claro.
—¡Perfecto! Antes, queríamos hacerle un par de preguntas. ¿Cuánto tiempo tiene con esta línea?
—Tres años —dijo, sin prestarle demasiada atención a lo que decía. Vio al interior del salón para localizar a su jefe.
—Bien, le informamos que si acepta nuestro plan telefónico, puede permanecer con esta línea sin ningún problema. Otra pregunta, ¿estás lista para cumplir con tu parte del trato, chiquita?
—¿Disculpe?
—Son tediosas estas llamadas, ¿verdad, Pandi? La hice porque estaba seguro de que eres tan recta y educada como para decirle que no estabas interesada. Debiste ver tu cara. —Se heló al reconocer aquella voz y su escalofriante carcajada—. ¿Sabes cuál es uno de los castigos en el infierno? Ser call center. Y usualmente los que pagan esta pena son los maleducados y los clientes idiotas. Por ese lado puedes estar tranquila.
Pandora retrocedió, pálida. La mano que sostenía su teléfono, tembló.
Tenía que ser una broma.
Tenía que estar volviéndose loca.
Miró la pantalla del teléfono, sin poder creerlo. El número seis, seis, seis, se marcó en el celular.
—¿Qué…?
Alzó la mirada y jadeó al ver el interior del salón. Los movimientos de las personas se tornaron lentos. Parpadeó incesantemente
¿Qué estaba pasando?
El tiempo pareció detenerse. No había rastro del viento y los veleros de los barcos quedaron estáticos, como un cuadro contemporáneo. Pandora retrocedió pasmada hacia el filo del balcón al ver como una sola persona comenzó a abrirse paso entre los invitados.
La pesadilla que había dejado en lo más recóndito de su mente, volvió a personificarse. Esta vez, luciendo un traje negro. Sus ojos lucían plateados, al igual que su cabello, pero su rostro terso enmarcado con esa sonrisa sádica, le hacía ver rejuvenecido, como si tres años no hubiesen pasado sobre él.
Como si la pesadilla fuese fresca.
Al chocar con el borde de la baranda del balcón, se dio cuenta de que no podría retroceder más.
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Editado: 14.06.2023