El dios Alsimo, se le conoce por transmitir su vasta sabiduría a todo el mundo.
Pero no solo por la sabiduría era conocido, sino por guiar a la paz a los humanos que se encuentran en guerras, en ocasiones ayuda, guía y hasta entrena a quienes tienen la actitud de liberar a los pueblos de la opresión, siendo venerado como una deidad de justicia y paz.
Al comprender que si se descuidaba de sus responsabilidades, podría causar desastres en el mundo, gracias a su hermano gemelo: Rasgart, quien se dedica a guiar a los humanos a luchar entre sí, incentiva guerras y conflictos bélicos, siendo su método de guiarlos.
Con esta circunstancia, decidió que nunca iba abandonar su puesto, jamás estaría con una diosa, solo para su humanidad, el bien más preciado de su existencia.
En los miles de años que cuidó, vió como creció en un Reino llamado Talactio, la hermosa princesa Romira, de esponjoso cabello castaño, unos maravillosos ojos cafés brillantes. Nunca en toda la historia bajó para ver a alguien, pero ella lo motivó, desde sus tiernos cinco años, la iba a visitar cuando estaba de paseo por un jardín que la madre de la niña tenía, Lo cual hacía con el paso del tiempo con mayor regularidad, se transportaba para verla, aunque sea unos cuantos minutos, verla caminar, recogiendo manzanas, incluso escuchando aquella cuasi divina voz, en ocasiones era visto, respondiendo un saludo, incluso cuando creció se miraban por varios minutos antes de irse.
Así los años pasaron, con un ojo siempre sobre ella, pues su vida era efímera, muy corta para él, por lo cual grabará cada instante en su corazón, para tenerla en su corazón hasta la eternidad que se le venía.
Mientras pasaba el tiempo, su padre un hombre déspota, estaba esperando que creciera un poco más para casarla con algún a príncipe de otras tierras, formando alianzas que podrían ayudarles a futuro, pero ella deseaba ser libre y feliz de su destino, era fina, muy delicada y los prometidos eran considerados bárbaros, que hasta duplicaban sus diecisiete años.
Una noche bajó, para visitarla como lo hacía, esta vez fue especial, en el lago donde se reflejaba la luna cuando estaba estaba llena, se encontraron, él en su forma real, vestido con togas se le acercó, ella lo reconoció, pues toda su vida le había parecido verlo aquella extraña figura por el rabillo del ojo, al final pudo verlo, sintió como su corazón daba un vuelco, al ver tan magnificencia presencia.
Le costaba aguantar el acercarse, abrazarla, besarla y hacerla suya de ser necesario, pero no debía, no podía traer al mundo un nuevo ser mitad humano mitad divino, no podía llevarla consigo a su mundo, no sería permitida entrar a una mortal.
Lo peor es que ella no era feliz, solo cuando estaba en aquel jardín, donde recogía y se recostaba entre las malezas y flores que estaban plantadas.
Miró el lago que reflejaba la luna más grande de lo que se podía ver mirando al cielo.
La joven trató de acercarse a él, pero si la tocaba no habría vuelta atrás, se dejaría llevar por su pasión, podía ver la mente de Romira, sabía que ambos se deseaban, pero no debía dejar su obligación, no quería ser como sus hermanos, no podía cometer un error.
Extendió su mano y le mandó una luz, con las palabras, con el cumpliras tu más grande deseo en la vida, le había entregado una bendición, lo que tantos guerreros buscaban durante toda su vida, aquella muchacha lo gano solo por conquistar el corazón de un dios.
Miro la luz entre sus manos, cuando levantó la vista, ya no estaba el hombre brillante.
Al día siguiente su padre la obligó a casarse con un hombre extraño, grande tosco, parecía un barril de cerveza con piernas, con unas largas barbas trenzadas de aspecto mugrientas, era Rey de una isla hacia el sur.
Todo fue muy rápido, sin darse cuenta ya estaba en el altar, miró el jardín que siempre cuidaba, deseando encontrar al joven de luz una vez más. Sin pensarlo salió corriendo, deseaba ir, deseaba verlo, anhelaba estar a su lado, su momento favorito de la vida era cuando la visitaba, todos la persiguieron, se puso detrás de un árbol mientras lloraba al pensar en su destino, puso las manos en su pecho, con el deseo que nunca la encontrarán, que estuviera con joven de luz.
Al momento de llegar los invitados no encontraron nada, solo sus ropajes, el cuerpo nunca lo encontraron, pues nunca hubo.
El sueño de la muchacha había sido cumplido, ella se transformó en una planta, la cual nadie vió ni reconoció.
Esa noche Alsimio llegó tomó aquella planta con lágrimas en los ojos, la cual llamó romero en honor a la única mujer que amo, se la puso en la cabeza y con ella siempre se quedó.
Hasta el día de hoy la tiene consigo, recordando y pensando en su amada Romira.