III
—Los tres libros tienen valor, aunque para nada una millonada —observó Jorge.
Ambos estábamos ya instalados en el cómodo living de su departamento, dándole unos vistazos preliminares a los libros que tendríamos que tasar para Gladzco. Andrea y Valentina se encontraban dos pisos arriba, en lo de una amiga con la que mi cuñada tenía bastante para charlar por unos problemas con el administrador del edificio.
—Fijate este, por ejemplo —dijo alcanzándome el Apocalipsis Revelata —, las características de encuadernación, el tipo de papel, el año de edición, la rareza de su tipografía... todo junto lo convierte en un ejemplar bastante interesante.
—¿Observás algo que llame la atención de manera más notoria? — pregunté, al tiempo que abría el libro en una página al azar—. Me refiero… algo que nos indique de manera clara cuál es el de mayor cuantía, para arrancar con ese.
—No, pero si tengo que suponer, diría que los tres libros tienen el mérito suficiente para que un coleccionista pague un precio elevado sin hacer mal negocio. Los tres son un lujo en cualquier biblioteca.
—Eso se da por hecho, pero al margen del valor económico, pienso que deberíamos focalizarnos en aquel que tenga mayor oportunidad de ser colocado rápidamente, quizá por tener alguna particularidad.
Jorge me prestó poca atención, ocupado del modo en que estaba analizándolos.
—Si por “particularidad” te referís a cosas como un mapa escondido o a la combinación de una caja fuerte perdida entre las páginas, te puedo apostar que la respuesta es “no”. Olvidate de encontrar nada de eso — comentó irónico mientras miraba detenidamente los grabados de la Biblia que tenía en mano—. Si, en cambio, hablamos de cosas materiales y reales, creo que esta Biblia ilustrada por Doré tiene todas las posibilidades de iniciar con base alta, aunque no exagerada. Si bien es una edición lujosa, es relativamente común por la gran cantidad de ejemplares que se imprimieron en esa época y que aún existen —opinó dejando el libro sobre la mesa—. Tal vez este Quixote podría llegar a ser nuestro elegido; es una edición muy interesante. Fijate, fue editado en España doscientos años después de que Cervantes concluyera la primera parte. Si observás bien vas a descubrir que la portada es un calco de la primera edición; luego la tipografía y el cuadro central con el escudo heráldico, el águila y el león. Incluso la leyenda es la misma: “spero lvcem pust tenebras” —mi hermano recitó la frase con un afónico y horrendo latín del colegio secundario que me motivó a tragarme una silenciosa risa.
Mientras Jorge daba sus puntos de vista, yo me había puesto de pie. Tenía las piernas algo acalambradas y además sentía un poco de frío, así que decidí acercarme hasta el rincón donde estaba la estufa encendida. Mientras me abrigaba al calor de su tibieza, él me pidió una opinión acerca del libro que tenía entre mis manos.
—Es una edición rara… —le comenté pensativo—. ¿Ya notaste que las hojas no son de un papel común, sino una especie de pergamino? Uno muy peculiar… hasta ahora nunca vi algo de esta clase.
—Sí, es más grueso de lo normal, como si hubiese sido preparado para resistir mejor al paso de los años.
—Eso mismo pensé —confirmé repasando los folios suavemente con las yemas de los dedos—. En verdad que es extraño encontrarse algo semejante, considerando que cuando se editó, a mediados del siglo dieciocho, el papel ya estaba más que bien difundido ¿no es así? —pregunté asombrado por la rara sensación que me producían sus páginas al tacto—. Este tipo de pergamino es más duradero que los comunes, y supongo que tendría un valor prohibitivo para la época. Emplear algo de esta calidad era válido solamente para conservar un texto por media eternidad, o quizá más tiempo también. ¡Acordate de los rollos de Qumrán! —acoté comparando la similitud.
La rugosidad de los folios de tono rosáceo, aunque descoloridos por el tiempo, le inferían al libro una distinción particular. Mientras lo continuaba observando con interés, mi hermano agregó algo más:
—La presentación es sencilla, pero no deja de tener detalles lujosos; la encuadernación es una verdadera obra de arte en sí misma, pero considero que tendría mayor valor si el texto fuese el de este Quixote. El autor que tenés entre tus manos, ese tal Lemerium Balzano, es un absoluto desconocido… Y eso de analizar la revelación de San Juan está muy trillado. Hace un rato intenté leer algo, a pesar de que mi latín no es de lo mejor, y descubrí que…
—¡Te doy toda la razón! «Spero lvcem…» —lo interrumpí imitando con exageración su anterior pronunciación sin que eso le cayese en gracia.
—Te decía… —retomó con gravedad, pero solo por haberlo interrumpido —, el libro tiene detalles de material y antigüedad que lo destacan pero, al tratarse de un autor desconocido y de un tema tan reiterado, pierde mucho terreno. Tampoco creo que sea ese el que convenga analizar primero.
—¿Entonces deberíamos arrancar por el Quixote? —Recordé que había sido el primero que Gladzco extrajo orgullosamente de su maletín.
—Podría apostar cualquier cosa a que sí; pero creo que antes sería conveniente hacer una consulta con el licenciado Bustos. Probablemente alguno de nosotros deba hacerle una visita la semana próxima.