Querida Debilidad
Hace un año que ya no supe más de ti. Cuando el rechinar de la tostada madera del puerto se estremecía hacia mí y nuestras almas se encontraban como una primera vez bajo las luces de la ruleta y el dulce olor del algodón de azúcar. Seguí tus huellas hasta que tú salivar salino embravecido quebró mis límites llevándose todo lo que alguna vez fue nuestro.
Viví tanto tiempo atrapada en esa costa que nunca pensé que encontraría el amor. Tu sonrisa era magnética, me atrapo en el torbellino infinito de tu intrépido corazón. Eras una nueva ilusión que esperaba saliera del papel. Algo me decía que habría un largo camino que recorrer, pero sin duda el mirar de tu indiferencia aunque de momentos ausentes, era mi verdadera asesina.
Suelo recordarlo todo muy bien como se reviviera el Titanic en mi mente una y otra vez. Tu conquista que era como un pescar entre un millón de oportunidades que me hizo sentir especial y el conocerte que quemaba como los faroles en el viento como cada tarde en muelle.
Los veranos se transformaron en algo más que ya no era mío, sino nuestro. Celosamente, guardé aquellos embarques furtivos donde solo éramos tú y yo mientras el mar bailaba en tonos ocres siendo nostálgico, pero, sin embargo, no dejando de lado a tu gato amante del agua que amaba camuflarse en ellas.
Archie era tu nombre lo recuerdo muy claramente de cuando el oleaje nos golpeaba como brisa marina y aquel mito a voces por el pueblo sobre cómo hacerse un tatuaje temporal usando estampados con las bolsas del súper y alcohol. Dijiste que seria sobre ese producto de dudosa procedencia por que llevaba tu nombre. Nunca se cayó, por el contrario, quedo ahí como las cicatrices que dejaron tus recuerdos.
Desde algún lugar en el inmenso mar debo encontrar en ese torso desnudo, el logotipo de laxantes Archie. Aunque de él ya solamente quede el dibujo de la sardina defecando como esa prepotente actitud que suelo ver en esos días que tus ojos se tornan de rojo simulando estar inyectados de sangre.
Con amor, Brisa.