Altamar

14 de agosto de 2023

La coleccionista, era el nombre que me dio doña Elena. Una tierna anciana que vivía en la costa desde antes que yo tuviera memoria, su piel tostada por la calurosa salina que se entrevera entre las capas de piel que se escondían bajo sus arrugas y su linda trenza color perla que terminaba en una cola hecha de piedras marinas que el mar le obsequio. Sola debajo del retrato de un tierno amor que envejece bajo la eternidad. Bajo las sombras frescas hechas por el techo de su hogar descansaban sus mantas llenas de diferentes ganchos, pulseras y monos hechos bajo el esfuerzo de su mano artesana. Que provee pan para su mesa y termina de convertirse en un parada obligatoria, donde los enamorados escudriñan entre su vasta artesanía, algún recuerdo que selle sus visitas como un candado en el Pont des Arts y así el tenue sonido del sena que pasara por debajo de sus pies acurrucaba su amor en una tierna canción de cuna.

Al cruzar el cerco de mi casa, me alcanzó el murmullo de la radio del vecino pescador —la misma que siempre suena mientras desescama peces bajo la sombra de su porche—. Apenas lo oí, pero ahí estaba: se avecina tormenta

Todos los días al llegar de mi trabajo y ver miles de corales coloridas reposar sobre mi brazo, me hace tener tu recuerdo cerca, tal cual como trozos de una vieja fotografía a la que el tiempo le ganó la batalla. Marcas del tiempo, huellas del mar y el reflejo de tu anhelado rostro en cada aguamarina que encuentro a mi paso y que sin duda añoro por volver a ver.

De mis ratos libres, lo que más atesoro es el recuerdo de la joyería artesanal que solía crear con devoción. A tu hijo le fascinaban los vivos colores de aquellas piedras semipreciosas; cada tarde, al regresar del colegio, se sentaba frente a la ventana abierta al mar —esa que dejaba entrar el aroma salino de la costa— y las organizaba con meticuloso entusiasmo, clasificándolas por tonos y tamaños como si jugara a un juego secreto de azar y belleza.

Eres como las gaviotas: te veo sobrevolar las olas que rompen con estruendo contra los corales. Riachuelos se deslizan, la marea baja… mientras en mí, la tempestad no cesa. Las perlas que adornaban mi cuello se han vuelto polvo de estrella. Enormes piedras de rocío salino que mezcla con agua y barro y crea hermosos colores del zumo natural del mar con el que pinte tu rostro en cada cuadro que imaginaba tu sonrisa. Tú pintabas un recuerdo imaginado, yo, por, en cambio, tu memoria…

Quién pintó a su musa, Brisa.




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