Crepúsculos enardecidos
en eriales de podredumbre.
Sueños fríos, decapitados.
Un acre destino
marchita el último árbol.
No hay perdón
para la mano suicida
ni la madre desertora.
Somos apóstrofe sorda
sobre calvarios desleídos.
Entregamos los ojos a la espina
y los pies a los clavos.
Hay mucha noche
en nuestro sendero profano
del que huyen los horizontes.
Carne y polvo son lo mismo
en manos de ángeles.
Vientos ásperos entre las nieblas.
Nos embriagamos de sombras
en el vórtice del suicidio.
Claudicamos con ardor.