Y he de mirar de nuevo
en los espacios tenues
y las sangres vacías
ese signo esquivo,
itinerante,
que florece y fenece
en un guiño,
pero trae epifanías lucidas
envueltas en retazos
de nubes rojas.
Y en la piel arden profecías,
un canto nuevo
en vaivén de braza,
ungiendo de martirio
todo pecado.
Pero al final no hay remisión
ni para la sangre
el grito
el barro
el tiempo
el miedo
el suicidio
y capitulamos, jactanciosos
para trastorno
de nuestra sombra enfurecida
olvidando la cláusula
de nuestra caducidad adánica.