No tienes la más mínima idea de cuanto te adoraba, ¿recuerdas aquellos días de nuestra infancia?, ¿No? Porque yo sí y no cabe duda que fue nuestra época dorada, aunque si lo piensas bien la niñez es la época dorada de todos, sin preocupaciones, en un mundo donde todo se reducía al colegio de infantes y a tu cuarto donde jugábamos todas las tardes.
Recuerdo todas esas veces que me decías lo linda que me veía con mis dos trenzas que mi madre me hacía y como es que siempre tocabas la falda de mi vestido amarillo con tanta delicadeza, ¿sabías que siempre lo usaba para satisfacerte? Estoy segura que nunca te diste cuenta, pero éramos niños y como tal éramos tan fáciles de impresionar y tan fáciles de manipular.
Recuerdo aquel día en que me enteré de tu enfermedad, estábamos jugando detrás de la escuela y construiamos un pequeño palacio de tierra y rocas, el niño que se sentaba a tu lado y siempre te molestaba por ser tan pequeño y debilucho llegó de la nada y te aventó un puñado de lodo, sinceramente fue algo bastante divertido y me reí de tu expresión de sorpresa, pero todo terminó cuando te vi tirado en el suelo en busca de aire, yo te gritaba que respiraras sin entender la gravedad del asunto, pero ¿Quién me puede culpar si era solo una niña?
La tarde de ese mismo día mi madre me agarró fuertemente de ambos brazos y pronunció lentamente aquellas palabras que quedaron grabadas en mi pequeña mente hasta el día de hoy.
—Anvar, escuchame bien. Debes proteger a Wes siempre que puedas, su cuerpo es débil y el tuyo fuerte así que por favor se siempre amable con él.
Inocente y pequeña Anvar de tan solo 7 años, ¿tienes idea de cómo puedes encadenar a un niño con tan solo algunas palabras? Cada vez que te faltaba el aire pensaba que era mi culpa y que debía protegerte y así lo hice, y aunque no lo creas yo era feliz con eso. Pero no todo dura para siempre y los buenos tiempos acaban antes de que puedas disfrutarlos en su totalidad, y mi tiempo se había acabado cuando te fuiste.
Teníamos 10 años cuando te mudaste y me dejaste sola, pero si soy sincera el que te hayas ido no me molesto o entristeció porque te fuera a extrañar sino porque entonces yo ya no tendría ningún propósito y la gente se empezaría a olvidar de mí, ¿Sabes cómo es que las personas me reconocían? La amiga de Wes, la niña que protege a Wes, la que siempre está al lado de Wes. Siempre eras tú, todo giraba en torno a ti ¿Y yo? A mí nadie me recordaba, ni siquiera mi propia madre que se preocupaba más por tu salud que por la mía.
Pero el tiempo pasa y las cosas cambian para algunos, mi madre me había dicho que un viejo amigo regresaría a la ciudad y supe inmediatamente que eras tú ¿quién más sino tú? Mi madre no sonaría tan extasiada sino fueras tú.
El primer día de clases te vi entrar y mis ojos no podían creerselo, me dije a mi misma —Hey Anvar, ¿ese no es Wes? ¿O sí? —el tiempo fue misericordioso contigo porque no veo de que otra manera pasaste de ser aquel niño llorón, de complexión delgada y cabellos cenizos a ser 10 centímetros más alto que yo, con cabellos rubios y brillantes y a tener ese rostro digno de un príncipe. Ahora las chicas andan tras de ti como si fueran abejas en busca de miel y los chicos quieren hacer amistad contigo, ya no me necesitas ¿verdad? Yo solo era tu niñera de turno y mi tiempo se ha acabado y yo tampoco te quería cerca mío, pero ¿por qué siempre que llegas a clases me saludas?, ¿por qué siempre me invitas a almorzar contigo y tus nievos amigos?, ¿por qué me sonríes de esa manera tan amable? Y lo más importante ¿por qué no me permites odiarte? Después de todos estos años creía que me había librado de tu sombra pero como siempre, no puedes huir de nada porque todo se queda. Y por tu culpa he vuelto a ser solo la amiga de infancia de Wes.
Y aún así debo ser amable contigo, protegerte y tratarte como a un hermano porque a pesar de todo sigues siendo débil, tan estúpidamente débil.