Y ahí estaba él. Mi novio.
Cancelando nuestra boda a días de realizarse, porque conoció a su verdadero amor. Debería dolerme, supongo, pero el impacto de esta noticia solo me ha dejado enmudecida. Debe ser porque no es la primera vez que me pasa esto.
—La amo —se escudó ante mi silencio—. Paula, tú también tienes derecho a buscar a tu verdadero amor, te libero.
Contemplé en silencio su sonrisa culpable, la forma como junta sus manos sudadas sin controlar su nerviosismo y como se muerde los labios. De seguro es porque sabe que acaba de decir una tontería. Yo acababa de escuchar cada palabra suya y solo pensaba en lo absurdo que era todo esto. Acababa de confesarme que se había enamorado de otra mujer a puertas de celebrar nuestro matrimonio.
Tensé mi rostro, bajando mi mirada con amargura hacia al plato colocado en la mesa. Ya he perdido el apetito.
Este día, Felipe me había invitado a una comida elegante, a un restaurante de lujo, algo que jamás había hecho durante todo el tiempo que vivimos juntos. No me esperaba esto, pensaba que íbamos a celebrar, que pronto nos casaríamos.
—No te preocupes, yo me encargo de cancelar todo lo de la boda, me encargaré de las multas —habló intentando sonreír.
Intenta aminorar la situación, sentirse menos culpable. Pero aun así me tenía otra sorpresa más...
No me imaginaba que en ese momento se nos acercaría una mujer, de cabellos claros y sonrisa perfecta, ni menos que él se pondría de pie para presentarla como su verdadero amor. La invitó incluso a sentarse con nosotros como si fuese un encuentro de amigos. Un canalla sin una gota de vergüenza ni empatía.
Abrazó a la mujer, la que, al igual que él, no parecía darse cuenta de la ridícula situación.
Es tal su descaro que invitó a la mujer con la cual me estaba abandonando, a la única cena seria a la que me había invitado en los años que hemos estado juntos.
—Entonces, se acabó —señalé quitándome el anillo barato, que fue todo lo que recibí estos tres años de noviazgo.
—Pero no te vayas, quédate a comer con nosotros, si quieres desearnos una buena vida juntos podrías pagar la cena —Felipe sonrió al decir esto.
No puedo creerlo, tenía muchas cosas que decirle, al final solo bufé de mal humor, sin responderle.
Si se podría dar el título de rey al hombre más descarado, Felipe ganaría el primer lugar. No me sorprende, la verdad es que siempre ha sido así. Quien siempre invitaba a comer, se encargaba de los gastos, se hacía cargo de todo, era yo. Felipe, un supuesto cantante, con su grupo de rock no aportaba ningún apoyo económico. Todo su dinero lo gastaba en su lujosa moto y salidas con sus amigos.
Contemplé con seriedad a quien ahora se ha convertido en mi exnovio antes de ponerme de pie, y sin escuchar sus palabras salir de aquel local. Gritó, dijo que era una mujer resentida por no querer pagarle la cena a él y a su nueva novia.
¿En qué momento se me ocurrió que sería buena idea meterme con un patán como ese?
A pesar de ser primavera comenzó a llover con fuerzas, había traído mi paraguas, pero por correr a encontrarme con Felipe, lo dejé en la oficina.
Apresuré el paso mientras llueve cada vez con más fuerzas, pero agradecí que lloviera de esa forma. Así nadie notaría mis lágrimas.
Amaba a ese tonto, pese a sentirme boba por tener esos sentimientos hacia un tipo que nunca los valoró.
Avance bajo la lluvia, olvidándome de todo lo que pasaba a mi alrededor, sin siquiera darme cuenta de que había cruzado la calle con el semáforo en rojo.
No había notado lo densa de la lluvia hasta escuchar el sonido de una campana que sonaba a lo lejos con un toque lento y repetitivo. Fue cosa de segundos que una moto, salida de la nada, apareció frenando de golpe al notarme, casi a punto de atropellarme. Las ruedas se arrastraron por el piso haciendo a la máquina tambalear, pero su hábil conductor pudo mantenerla firme.
—¡¿Qué haces cruzando sin mirar?! ¡¿Estás loca?! —gritó el tipo sacándose el casco. De cabellera plateada y profundos ojos de tono azul, su atención se detuvo en mí. Nunca había visto a alguien con un cabello de ese color, y por eso no pude ocultar mi sorpresa antes de notar su mirada fija en mí. Me contempló impávido, borrando todo el enojo de su semblante—. Tú...
Estaba a punto de decirme algo cuando un auto negro deportivo que venía en dirección contraria, se deslizó de golpe, haciendo sonar sus ruedas con el pavimento, amenazando con atropellar al motorista que se vio obligado a esquivarlo. El vehículo quedó detenido entre ambos, justo en frente a mí.
La puerta se abrió y un apuesto hombre de cabellos negros y anteojos, extendió su mano hacia mí.
—¡Rápido, suba al auto! —me gritó preocupado—. ¡No lo escuche, suba!
No entiendo que quiere decir con eso, mis ojos van del desconocido de la moto, y al hombre desconocido del vehículo. Sin saber a donde moverme, y sin ver otros autos cerca, ni siquiera a personas en los alrededores.
—Tú... —repitió el de la moto, y su mirada confundida se detuvo en el hombre del vehículo negro.
Apretó los dientes al verlo, arrugando el ceño, y dándome a entender que se conocen.
—¡Ven conmigo! —dijo subiendo a su moto y tomándome de la muñeca.
Pero al momento en que lo hizo mi corazón se agitó con dolor, y por ello me resistí a seguirlo.
—Escúchame, esta vez será distinto, esta vez no voy a dejarte morir... yo lo prometo.
No pudo terminar su frase, no sé en qué momento el hombre del vehículo negro bajó de su auto, y le dio una patada haciendo que me soltara.
El hombre del vehículo viste de un impecable traje negro, usando dos guantes de cuero de color negro. Sin mediar palabras me tomó de la cintura subiéndome al auto, colocándome el cinturón, antes de girar con habilidad hacia el lado del conductor y soltar el freno.
El vehículo aceleró de una vez, y aunque se deslizó por el húmedo pavimento, su hábil conductor no perdió el control. Esquivó a la moto que empezó a seguirnos.