Sin poder soltarme de él, por más que intenté hacerlo, terminé por rendirme. No lo entiendo, por qué hace esto. Hoy mismo me reprendió frente a todos como si fuese la peor de sus subordinadas, hasta criticó mis hábitos alimenticios mirándome con superioridad y asco.
Cuando al fin me soltó sentí que perdía el equilibrio, pero me sostuvo de la cintura, entrecerrando los ojos mientras sonríe.
—Mi amada reina —susurró besando mi cuello y abrazándome.
—¡Deténgase! —le reclamé apartando su rostro de mí—, si alguien sube puede vernos.
—No se preocupe, yo encontraré entonces otro lugar en donde podamos estar solos —señaló tomando la mano con la que le empujaba la cara y besando mis dedos sin liberarme de su abrazo.
—No es lo que quiero decir, jefe —dije empujándolo sin éxito, ¿por qué tiene tanta fuerza?
—No me llames jefe, llámame Brando —señaló sonriendo.
Brando es su nombre, ¿cómo yo podría llamar a un jefe con el que no me llevo nada de bien por su nombre? ¿Está loco? ¿Se le zafó un tornillo?
—Como sea, señor Vásquez, tengo aún mucho trabajo por hacer —exceso de trabajo que él mismo me dio—, y si no me pongo ahora a trabajar no podré terminar antes de que madrugue y...
Se colocó triste acariciando mi mejilla.
—¿Por qué ese idiota te hace trabajar así? Le dije que debía cuidarte, no maltratarte, ya verá el castigo que le daré esta noche.
Pestañeé confundida, ¿no fue él quien me mandó a hacer todo este trabajo? ¿Cómo piensa castigarse? Tirándose de sus propias orejas, ¿o qué? De seguro o bebió en exceso... o está drogándose.
—¿Cómo puede obligar a estas delicadas manos trabajar hasta romperse? —agregó tomando una de mis manos con las suyas.
Me quedé atónita, ¿qué le está pasando?
En eso unas voces acercándome me hicieron reaccionar y lo aparté de golpe. Justo a tiempo antes de que la puerta de salida a la azotea fuera abierta. Un grupo de personas nos quedó mirando, pero en cuanto vieron al hombre detrás de mí sus rostros cambiaron. Parecieron asustados, sin entenderlos me giré a mirar a mi jefe, pero él solo sonríe de forma amistosa.
—Perdón, no quisimos interrumpirlos —se disculpó uno de ellos, temblando.
Sin poder preguntarles lo que les pasaba para mostrarse tan temerosos, desaparecieron por donde vinieron. Me quedé ahí, solo alcancé a dar dos pasos, antes que literalmente salieran huyendo.
—Señorita Gutiérrez —la voz de mi jefe me hizo reaccionar.
Al mirarlo noté su rostro severo y frío, parece más molesto de lo usual. Chasqueó la lengua pasando a mi lado.
—¿No tiene trabajo que hacer que estar perdiendo el tiempo aquí? —preguntó en tono seco sin detener sus pasos—. Ah, y use algún bálsamo labial, que sus labios lucen secos y pocos atractivos. Eso daña la imagen de la empresa, tenga un mínimo de respecto por su cuidado personal.
Y dicho esto abrió la puerta y desapareció. No pude dar un paso, ¿qué fue eso? ¿Acaso no es el mismo hombre que me besó por sorpresa y se lanzó encima de mí? Ahora actual, como suele hacerlo, como si solo verme le produce repugnancia.
Maldije entre dientes, y sin prestarle más atención encendí un cigarro.
—Debería bajar mejor e ir a comprar unas pastillas de menta —pensé en voz alta, aún sentir la sensación de sus besos, sus caricias, solo me ponen de malhumor. No sé qué clase de juego es este, pero juro que no caeré.
Apagué el cigarrillo casi sin probar al cenicero y salí de ahí. Ya con los dulces de menta en mi boca, volví a mi escritorio notando que ya todos se han ido. Solo veo movimientos en la oficina de mi jefe, así que él y yo somos los únicos que aún quedamos.
Cabeceé un poco y me levanté a prepararme un café para mantenerme despierta, aún me falta un informe y podré al fin irme a casa. Mientras preparo mi café observo las gotas golpeando los ventanales. No sabía que hoy llovería. Bufé con amargura, lo que me faltaba.
Estaba a punto de salir cuando sentí el ruido de una cuchara revolviendo dentro de una taza. Incrédula me giré hacia atrás sin ver nada, las tazas sucias acumuladas siguen en el mismo orden. Pensando que solo era mi imaginación producto del cansancio, empujé la puerta con el brazo para salir y otra vez el mismo ruido. Antes de siquiera decidir si girarme o no, las tazas en el fregadero se movieron produciendo un ruido ensordecedor.
'Ten cuidado, él te busca'
Me quedé paralizada, fue un susurro en medio del ruido de las tazas resbalando una tras la otra, pero fue tan claro que no pareció un producto de mi imaginación. Salí de inmediato de la cocina, sé que esa voz nunca existió, pero no quise comprobarlo. Apenas me senté en mi escritorio, empecé a guardar todo, mejor me llevó la laptop a casa y terminó allá. Solo me faltan los detalles y no necesito acceso a los datos internos. Mañana llegaré temprano a imprimir.
Pero a punto de apagar el equipo, la imagen del monitor comenzó a distorsionarse. Y extraños símbolos comenzaron a aparecer uno a uno.
'¡¿Por qué sigues ahí?! ¡Ya viene...!'
Al leer el mensaje final, sin entender nada, pero con el corazón ya corriendo a toda velocidad, retrocedí en el acto. Momento en que cada ampolleta de la oficina comenzó a estallar, dejando alrededor de mí en oscuridad absoluta.
—Ya me voy —dije en voz alta temblando tomando la laptop y mi cartera—, déjame ir...
—¡Señorita Gutiérrez! —sentí que alguien sacudía mi hombro llamándome por mi nombre.
Desperté asustada, dándome cuenta de que todo eso había sido un sueño. Miré a mi jefe, aun confundida y adormilada. Él parece bastante molesto.
—Si al final solo se queda a dormir mejor, váyase a su casa mejor, sus ronquidos no me dejan trabajar —dijo en un tono de voz despectivo.
Aun sin reaccionar lo vi volver a su oficina azotando la puerta. Me levanté tambaleando, tomando la laptop para irme a casa. La pesadilla se sintió tan real que... mis ojos se detuvieron en mi taza que sigue ahí sobre mi escritorio, con un café recién hecho y humeante.