Me bajé del auto apenas llegamos a la estación del metro. No hubo palabras, tal cual fue durante toda la mañana, solo una fría despedida en un frío día de invierno.
Sus ojos me evitaron mientras descendí del auto caminando en medio de una densa niebla. Cuando me giré, ya no estaba su vehículo. Fue un extraño despertar; contrario a la cena donde parecía alguien más afable, en la mañana amaneció con su usual comportamiento frío e indiferente.
Tomé el tren subterráneo, que suele ir muy lleno a estas horas. En invierno se siente mucho más incómodo debido a que todos llevan abrigos o ropa más gruesa. Miré con cierta indiferencia el paisaje cuando el metro salió a la superficie, haciendo el resto del viaje en altura. La niebla aún no se disipa.
Llegué a la oficina sin que nadie aún llegara. El silencio rodea el interior pese a estar las luces encendidas en todo el piso. Ni siquiera puedo ver al personal de aseo que suele llegar mucho más temprano de lo habitual.
—Se supone que se fue en su auto, debería ya estar acá —musité refiriéndome a mi jefe.
Mi taza de café, que ayer en la noche había quedado en el escritorio, hoy no está. No es algo inusual, ya que el personal de aseo suele recogerlas en la madrugada. Quisiera ir a la cocina y prepararme un café, pero temo repetir el extraño sueño del día anterior, así que mejor lo evito.
Decidí salir al exterior y comprar un café en un lugar cercano.
—¡Buenos días! —saludó una risueña mujer, apenas me vio entrar. El lugar está completamente vacío.
Recuerdo que solía ser un sitio bastante popular que siempre estaba lleno de personas.
—No hemos tenido muchos clientes los últimos días —habló la mujer como si pudiera leerme la mente—. ¿Qué va a llevar?
—Un latte vainilla y unos croissants de crema pastelera —indiqué sacando mi billetera.
La mujer, mientras prepara el pedido, comenzó a hablar.
—La cafetería a dos cuadras de acá contrató a un hombre muy apuesto y agradable. No culpo a los clientes que prefieran caminar más por ir a verlo —suspiró.
—Yo prefiero un buen café que caminar más para ver a un hombre —respondí y la mujer sonrió dejando el vaso de café preparado en el mesón.
—Ojalá todos mis clientes pensaran como usted —señaló sonriendo—, pero ya estoy pensando en contratar a alguien muy apuesto para atraer a los clientes de vuelta.
Con mi café en una mano y los panecillos envueltos en la otra, no pude evitar mirar la fachada de la colorida cafetería. Me es difícil creer que, con este frío, haya gente que camina dos cuadras más solo para ver a un hombre de bonito rostro.
—¿Qué hace aquí afuera? —la voz de mi jefe me hizo levantar el café.
—Vine a comprar un café —le respondí con seriedad.
—¿Con este frío? —preguntó.
—¿Es problema suyo?
Me quedó mirando ante mi tono de voz. Al final no dijo nada y siguió su camino entrando a la misma cafetería. Bufé antes de seguir con lo mío. Es lo mejor volver a mantener la relación de antes, aunque tirante; una relación de solo jefe y subordinada es lo mejor. Y olvidarnos de que durante la noche me di un baño en su departamento, dormí en su cama y cenamos juntos.
Cuando volví a la oficina, ya sentí algunas voces y vi personas en sus puestos. Es un alivio sentir la presencia de alguien más que solo yo y mis extrañas pesadillas.
—Hágalo de nuevo —dijo lanzando las hojas sobre el escritorio luego de revisar los informes por los cuales madrugué.
—¿Cuál es el problema con ellos? —pregunté intentando mantener la calma.
—¿Necesita que se lo diga? —respondió alzando ambas cejas.
—Es mi jefe, ¿no es parte de su trabajo?
Al escucharme, se levantó del asiento deteniendo su intimidante mirada en la mía, haciéndome retroceder de forma instintiva.
—¿Quiere también que se lo escriba yo?
—...No.
—Entonces muévase, tiene una hora —y sin decir más se levantó caminando hacia la cocina, dejándome sola en su oficina.
Apreté los dientes, conteniéndome para no lanzar las carpetas contra el piso. No puedo creer siquiera que haya pensado que olía bien recién salido de la ducha. Lo detesto, con toda mi fuerza, lo detesto.
Volví a reescribir todo mientras afuera llueve con fuerzas. Ni siquiera puedo subir a la azotea para relajarme un poco del mal carácter de mi jefe. Pasa por el pasillo acompañado de otros empleados a su cargo, a quienes les sonríe y los trata con una amabilidad que conmigo no usa. Incluso parece bastante agradable. Chasqueé la lengua.
¿Por qué busca que lo odie más?
—Pierdes tu tiempo pensando en él —mi compañera del lado me habló de repente.
Usualmente solo nos saludamos al llegar y nos despedimos al irnos, pero no hablamos más que eso. Si nos sentáramos en otros lugares, de seguro ni siquiera nos diríamos un par de cosas.
Pero ahora acaba de decirme algo así.
—¿Por qué lo dices? —le pregunté mirándola de reojo.
Sus ojos están tan abiertos que casi me caí de la silla, y me sonríe mostrándome todos los dientes, con la cabeza girada hacia su espalda. Me coloqué de pie de un salto ante la mirada confundida del resto de las personas que se encuentran en el piso. Los miré intentando entender lo que pasa, pero todos ellos solo me miran a mí; ¿acaso no ven la extraña apariencia de mi compañera de puesto?
—Pierdes tu tiempo pensando en él —repitió sin mover los labios, siguiendo con esa sonrisa inquietante, y moviéndola como si fuese una muñeca de madera—. Pierdes tu tiempo pensando en él. Muerte... todos murieron por... escuchar más tu corazón que tu razón. Pierdes tu tiempo pensando en él. Todos murieron por escuchar más tu corazón que tu razón. Pierdes tu tiempo pensando en él...
No dejaba de repetir una y otra vez la misma frase.
—¿No lo ven? —le dije a los otros señalando hacia mi compañera de puesto.
Todos miraron hacia el lado y luego volvieron sus atenciones hacia mí, mirándome confundidos. ¿En verdad no pueden verla?