—Te ves peor que nunca —señaló una de mis compañeras de la oficina al encontrarnos en el ascensor.
—No he dormido bien —le respondí bostezando.
—Deberías haberte quedado en casa, hoy es sábado, ¿por qué has venido hoy? ¿Tienes trabajo pendiente? —preguntó mirando su reloj—. Además, aún son las cinco de la mañana...
—¿Las cinco? —la miré extrañada y, al abrirse las puertas del piso en donde trabajamos, por los ventanales puedo ver que aún no ha amanecido—. ¿Por qué he venido un sábado tan temprano a trabajar cuando no tengo horas extras por realizar hoy?
Lo otro, ¿y la persona que venía conmigo en el ascensor? Al mirar a mi alrededor, no veo a nadie más. El lugar está completamente vacío y con las luces apagadas.
Giré hacia el ascensor, viéndolo también vacío. Es como si hubiera desaparecido apenas llegamos a este piso. Tragué saliva. No sé si lo mejor es quedarme en el piso y esperar el otro ascensor o volver de inmediato a ese ascensor desde el cual subí antes de que cierre sus puertas.
Lo extraño es que ni siquiera puedo recordar el rostro de la persona que venía conmigo en el ascensor.
Desde el fondo del piso se empezó a escuchar unos pasos que se acercaban a mi dirección. Sin que pueda ver a alguien caminar hacia mí. Los pasos suenan cerca como lejos, como si alguien se acerca y luego decide alejarse.
Sin pensarlo más, decido volver a subir al ascensor. Pero apenas había retrocedido para hacerlo, alguien me tomó de la muñeca. Me giró con brusquedad. Cerré mis ojos asustada. No puedo soltarme.
Por más que forcejeo, no puedo liberarme. Abro los ojos y puedo ver una sombra oscura, de un ser de mayor tamaño que yo, que me aprisiona con fuerzas de las muñecas, causándome tanto dolor que temo que vaya a romperlas.
—¡On... sedeup riuh ed im! —habla en un extraño dialecto con un tono de voz cargado de ruidos blancos que apenas dejaba escuchar lo que intentaba decir—. Adavlam asecnirp led onreifni.
Sentí que sus manos comenzaban a arder, quemando mi piel.
—¡Suéltame! ¡Déjame ir!
Me senté de golpe solo para darme cuenta de que estoy en mi habitación. Respiré agitada mirando a mi alrededor. La pesadilla sigue presente en mi cabeza, por lo que me cuesta darme cuenta de que ya no estoy atrapada.
Miré mis muñecas, sintiendo aún la presión de ese ser oscuro. Mi respiración sigue estando agitada. Al ver cómo el sol entra por entre las rendijas de la cortina, comencé a sentirme más tranquila. Luego mis ojos se detuvieron en un paño húmedo que hay sobre la cama.
—¿Y esto...?
—Veo que has despertado —una voz masculina habló desde la puerta.
Sé quién es ese hombre peor que cualquier pesadilla... ¿Qué hace en mi casa? Mi jefe, con una bandeja de comida, se acercó a mi lado. No puedo articular palabras. Sigo pensando que sigo soñando. No hay forma de que Brando, mi severo jefe, esté en mi casa.
—Usted... ¿Qué hace en mi...?
—Te desmayaste; ayer volviste a la oficina pese a que yo te dije que fueras a tu casa a descansar. Subiste al ascensor con una de tus compañeras de área, y cuando el ascensor abrió las puertas, te caíste de cara al suelo. Fue bastante extraño. Ardías en fiebre, así que te traje a tu casa.
—¿Y cómo sabía mi dirección? —le pregunté confundida. ¿Entonces lo del ascensor sí pasó en realidad?
—Le pedí la información a recursos humanos. ¿Por qué vive tan mal? ¿Le pagan muy poco sueldo?
Tensé mi rostro, me llevé la mano a la frente al sentir dolor de cabeza. Luego sonreí con ironía.
—Iba a casarme, pedí un préstamo bancario para mi matrimonio, y aunque cancelé todas las reservas, tuve que pagar el castigo. Al final, lo que recibí de vuelta solo sirvió para amortizar los intereses del préstamo, pero no la deuda.
—Vaya —dijo dejando la bandeja en el velador—. Usted sí que es un ejemplo de mal manejo de economía y de la vida.
—No necesito que me lo diga —mascullé de mal humor—. En todo caso, no era necesario que se quedara; puedo cuidarme sola.
Brando bufó.
—Tenías tan alta la fiebre que estabas inconsciente, no podía dejarte sola.
—Pudo mandarme al hospital —señalé con desdén.
—Deberías ser más agradecida.
—Yo no le pedí que me cuidara.
—No dormí toda la noche buscando bajar tu fiebre.
Lo miré, confundida, ¿toda la noche? ¿Lleva todo un día en mi casa? ¿Cuidandome?
—¿Qué hora es? —pregunté buscando mi teléfono.
—Ya es mediodía, día sábado —respondió con indiferencia.
¡¿Mediodía?! ¡¿Sábado?!
Salí de la cama, tambaleando, buscando mi teléfono. Eso no puede ser; se supone que hoy iba a encontrarme con Miguel, aquel amable y risueño hombre que trabaja en la cafetería.
—¿Dónde está mi teléfono? —le pregunté luego de no poder encontrarlo.
—Sobre la mesa, lo apagué porque no dejaba de sonar —respondió con tranquilidad.
—¡Tú...!
Me tragué lo que pensaba decirle, fui a revisar la mesa y, al encender el teléfono, pude ver todas las llamadas pedidas de Miguel. No es que planeara tener alguna relación con ese hombre, pero soy de esas personas a las que no les gusta dejar plantados a los demás.
Marqué para llamarlo por teléfono, pero Brando me lo quitó de las manos antes de recibir respuesta, y volvió a apagarlo.
—Ve a la cama y descansa —ordenó con seriedad.
—Váyase a su casa, soy una persona adulta, ¿no tiene trabajo que hacer?
—Es sábado —respondió con indiferencia mientras prepara algo en la cocina.
Bufé acercándome a su lado y extendiendo la mano.
—Quiero mi teléfono. —Me miró de soslayo sin prestarme demasiada atención—. Si no me lo entrega, llamaré a la policía y lo denunciaré por robo.
Sonrió con ironía.
—¿Y cómo vas a llamarlos si no tiene teléfono?
En verdad, en ese momento sentí ganas de patearlo, pero como no soy violenta, solo crucé los brazos y me tragué mis insultos.
—Señor Vásquez, en serio, agradezco su cuidado. Pero yo tengo que hacer unos trámites hoy y...