Di vueltas cada vez más rápido con los codos pegados al cuerpo. Borrosas chimeneas pasaban ante mi a la velocidad de la luz, hasta que me sentí mareada y cerré los ojos. Cuando por fin me pareció que mi velocidad aminoraba, estiré los brazos, a tiempo para evitar darme de bruces contra el suelo de la cocina de los Weasley al salir de la chimenea, pero en lugar del suelo, caí encima de alguien.
Era William Black gimiendo del dolor.
—Lo siento Will—dije soltando una risita—Tienes que dejar de atraparme.
—Me vas a matar algún día, Potter—dijo dedicándome media sonrisa
—¿Se lo comió? —preguntó Fred ansioso mientras le tendía la mano a Will para ayudarlo a levantarse.
—Sí y fue estupendo —respondí y choqué las palmas con Fred.
—¿Qué fue lo que hiciste, Fred? —preguntó Will sobándose las costillas.
La sonrisa de Fred de ensanchó.
—Solo conocimos a el primo de Allie.
Will lo miró con sospecha.
—¿Qué era?
—Caramelo longuilinguo —explicó Fred, muy contento—. Los hemos inventado George y yo, y nos hemos pasado el verano buscando a alguien en quien probarlos...
Todos prorrumpimos en carcajadas en la pequeña cocina; miré a mi alrededor, y vi que Ron, y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que no había visto nunca, aunque no tardé en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.
—¿Qué tal te va, Allie? —preguntó el más cercano a mi, dirigiéndome una amplia sonrisa y tendiéndome una mano grande que estreché.—Charlie Weasley, un gusto.—Agregó sonriendo.
—Hola Charlie—respondí también sonriendo. —El gusto es mío.
—Mis hermanos nos han hablado mucho de ti, pero sobre todo cierta persona—Dijo viendo de reojo a sus hermanos.
Su mano de Charlie estaba llena de callos y ampollas. Era el hermano de Ron, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.
—Déjala ya, Charlie—comentó el otro chico— ¿Cómo estás Allie? Soy Bill.
Bill se levantó sonriendo y también me estrechó la mano, me sorprendí. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre me lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era (no había otra palabra para definirlo) genial: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas (que, según reconocí, no eran de cuero sino de piel de dragón).
—Es un gusto conocerlos al fin—contesté sonriendo—He escuchado mucho de ustedes.
—Espero que fueran cosas buenas—rio Charlie.
Antes de que ninguno de nosotros pudiera añadir nada, se escuchó un pequeño estallido y el señor Weasley apareció de pronto al lado de George. Dejamos de sonreír de inmediato, jamás lo había visto tan enfadado.
—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?
—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.
—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...
—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.
—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.
Todos prorrumpimos de nuevo en una sonora carcajada.
—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...
—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.
—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Allie?
—Sí, lo es —contesté seriamente.
—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya verán cuando se lo diga a su madre.
—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras nosotros.
La señora Weasley acababa de entrar en la cocina. Era bajita, rechoncha y tenía una cara generalmente muy amable, aunque en aquellos momentos la sospecha le hacía entornar los ojos.
—¡Ah, hola, Allie, cariño! —dijo sonriéndome al advertir que estaba allí, me dio un fuerte abrazo y un beso. Luego volvió bruscamente la mirada a su marido—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?
El señor Weasley dudó. Me di cuenta de que, a pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron dos personas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una chica, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, era Hermione; el otro, un chico, delgado y pelirrojo, era Gideon, el hermano pequeño de Ron. Los dos me sonrieron, y les sonreí a su vez, lo que provocó que Gideon se sonrojara. El menor de los Weasley le gustaba desde mi primera visita a La Madriguera.
—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.
—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...
—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...