Acababa de cerrar mis ojos cuando sentí que me zarandeaban. Miré el reloj de reojo y me sorprendí ver que ya eran las seis de la mañana.
—Es la hora de irse, Allie, cielo —me susurró, dejándome para ir a la habitación de Gideon para despertar a los chicos.
Me senté en la cama, reprimiendo un gran bostezo. Afuera todavía estaba oscuro. Estaba tan calientita en mi cama que estaba tentada a recostarme de nuevo. Hermione ya se estaba levantando.
—¿Ya nos vamos? —pregunté, más dormida que despierta —¿Podemos dormir unos cinco minutos más?
—Mas te vale que no lo intentes —me advirtió y me lanzó una almohada en la cara.
—¡Oye!
Hermione rio.
—Levántate floja.
Hermione y yo nos nos vestimos. Yo estaba intentando mantener los ojos abiertos cuando pasaba una pierna en uno de mis jeans. Nos encontramos con los chicos que estaban bajando las escaleras y todos lucían peor que nosotras.
La señora Weasley removía el contenido de una olla puesta sobre el fuego, y el señor Weasley, sentado a la mesa, comprobaba un manojo de grandes entradas de pergamino. Levantó la vista cuando todos entramos y extendió los brazos para que pudiéramos verle mejor la ropa. Llevaba lo que parecía un jersey de golf y unos vaqueros muy viejos que le venían algo grandes y que sujetaba a la cintura con un grueso cinturón de cuero.
—¿Qué les parece? —preguntó emocionado—. Se supone que vamos de incógnito... ¿Parezco un muggle, Allie?
—Sí —respondí, sonriendo—. Se ve muy bien.
—¿Dónde están Bill, Charlie y Pe... Pe... Percy? —preguntó George, sin lograr reprimir un descomunal bostezo.
—Bueno, van a aparecerse, ¿no? —dijo la señora Weasley, cargando con la olla hasta la mesa y comenzando a servir las gachas de avena en los cuencos con un cazo—, así que pueden dormir un poco más.
Sabía muy bien que aparecerse era algo muy difícil; había que desaparecer de un lugar y reaparecer en otro casi al mismo tiempo.
—O sea, que siguen en la cama... —dijo Fred de malhumor, acercándose su cuenco de gachas—. ¿Y por qué no podemos aparecernos nosotros también?
—Porque no tienen la edad y no han pasado el examen —contestó bruscamente la señora Weasley—Iré por Gideon. De seguro se quedó dormido de nuevo.
Salió de la cocina y la oímos subir la escalera.
—¿Hay que pasar un examen para poder aparecerse? —pregunté desconcertada..
—Desde luego —respondió el señor Weasley, poniendo a buen recaudo las entradas en el bolsillo trasero del pantalón—. El Departamento de Transportes Mágicos tuvo que multar el otro día a un par de personas por aparecerse sin tener el carné. La aparición no es fácil, y cuando no se hace como se debe puede traer complicaciones muy desagradables. Esos dos que les digo se escindieron.
Todos hicieron gestos de desagrado menos yo.
—¿Se escindieron? —repetí, desorientada.
—La mitad del cuerpo quedó atrás —explicó el señor Weasley, echándose con la cuchara un montón de melaza en su cuenco de gachas—. Y, por supuesto, estaban inmovilizados. No tenían ningún modo de moverse. Tuvieron que esperar a que llegara el Equipo de Reversión de Accidentes Mágicos y los recompusiera. Hubo que hacer un montón de papeleo, les lo puedo asegurar, con tantos muggles que vieron los trozos que habían dejado atrás...
Me imaginé en ese instante un par de piernas y un ojo tirados en la acera de Privet Drive.
—¿Quedaron bien? —pregunté, asustada.
—Sí —respondió el señor Weasley con tranquilidad—. Pero les cayó una buena multa, y me parece que no van a repetir la experiencia por mucha prisa que tengan. Con la aparición no se juega. Hay muchos magos adultos que no quieren utilizarla. Prefieren la escoba: es más lenta, pero más segura.
—¿Pero Bill, Charlie y Percy sí que pueden?
—Charlie tuvo que repetir el examen —dijo Fred, con una sonrisita—. La primera vez se lo cargaron porque apareció ocho kilómetros más al sur de donde se suponía que tenía que ir. Apareció justo encima de unos viejecitos que estaban haciendo la compra, ¿se acuerdan?
—Bueno, pero aprobó a la segunda —dijo la señora Weasley, entre un estallido de carcajadas, cuando volvió a entrar en la cocina.
—Percy lo ha conseguido hace sólo dos semanas —murmuró George—. Desde entonces, se ha aparecido todas las mañanas en el piso de abajo para demostrar que es capaz de hacerlo.
Se oyeron unos pasos de Gideon.
—¿Por qué nos hemos levantado tan temprano? —preguntó Gideon, frotándose los ojos y sentándose a la mesa.
—Tenemos por delante un pequeño paseo —explicó el señor Weasley.
—¿Paseo? —me extrañé—. ¿Vamos a ir andando hasta la sede de los Mundiales?
—No, no, eso está muy lejos —repuso el señor Weasley, sonriendo—. Sólo hay que caminar un poco. Lo que pasa es que resulta difícil que un gran número de magos se reúnan sin llamar la atención de los muggles. Siempre tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de viajar, y en una ocasión como la de los Mundiales de quidditch...
—¡George! —exclamó bruscamente la señora Weasley, sobresaltando a todos.
—¿Qué? —preguntó George, en un tono de inocencia que no engañó a nadie.
—¿Qué tienes en el bolsillo?
—¡Nada!
—¡No me mientas!
La señora Weasley apuntó con la varita al bolsillo de George y dijo:
—¡Accio!
Varios objetos pequeños de colores brillantes salieron zumbando del bolsillo de George, que en vano intentó agarrar algunos: se fueron todos volando hasta la mano extendida de la señora Weasley.
—¡Les dijimos que los destruyeran! —exclamó, furiosa, la señora Weasley, sosteniendo en la mano lo que, sin lugar a dudas, eran más caramelos longuilinguos—. ¡Les dijimos que se deshicieran de todos! ¡Vacíen los bolsillos, vamos, los dos!
Fue una escena desagradable. Evidentemente, los gemelos habían tratado de sacar de la casa, ocultos, tantos caramelos como podían, y la señora Weasley tuvo que usar el encantamiento convocador para encontrarlos todos.