El señor Weasley nos despertó cuando llevábamos sólo unas pocas horas durmiendo. Usó la magia para desmontar las tiendas, y dejamos el camping tan rápidamente como pudimos. Me alivió mucho ver al señor Roberts que estaba en la puerta de su casita pero al pasar a su lado, vimos que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle nos despidió con un vago «Feliz Navidad».
—¿Él estará bien? —pregunté preocupada.
—Se recuperará —aseguró el señor Weasley en voz baja, de camino hacia el páramo—. A veces, cuando se modifica la memoria de alguien, al principio se siente desorientado... y es mucho lo que han tenido que hacerle olvidar.
Al acercarnos al punto donde se hallaban los trasladores oímos voces insistentes. Cuando llegamos vimos a Basil, el que estaba a cargo de los trasladores, rodeado de magos y brujas que exigían abandonar el cámping lo antes posible. El señor Weasley discutió también brevemente con Basil, y terminamos poniéndonos en la cola. Antes de que saliera el sol cogimos un neumático viejo que nos llevó a la colina de Stoatshead. Con la luz del alba, regresamos por Ottery St. Catchpole hacia La Madriguera, hablando muy poco porque estábamos cansados y no pensábamos más que en el desayuno. Cuando doblamos el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, nos llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:
—¡Gracias a Dios, gracias a Dios!
La señora Weasley, que evidentemente nos había estado aguardando en el jardín delantero, corrió hacia nosotros, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar estrujado de El Profeta en la mano.
—¡Arthur, qué preocupada me han tenido, qué preocupada!
Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, distinguí el titular «Escenas de terror en los Mundiales de quidditch», acompañado de una centelleante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre las copas de los árboles.
Mis ojos se quedaron clavados en la imagen de la horrible calavera. Era evidente que esto era demasiado grave y mi preocupación iba en aumento.
—Están todos bien —murmuraba la señora Weasley como ida, soltando al señor Weasley y mirándonos con los ojos enrojecidos—. Están vivos, mis niños...
Y, para sorpresa de todo el mundo, cogió a Fred y George y los abrazó con tanta fuerza que sus cabezas chocaron.
—¡Ay!, mamá... nos estás ahogando...
—¡Pensar que los reñí antes de que se fueran! —exclamó la señora Weasley, comenzando a sollozar—. ¡No he pensado en otra cosa! Que si los atrapaba Quien-Ustedes-saben, lo último que yo les había dicho era que no habían tenido bastantes TIMOS. Ay, Fred... George...
—Vamos, Molly, ya vez que estamos todos bien —le dijo el señor Weasley en tono tranquilizador, arrancándola de los gemelos y llevándola hacia la casa—. Bill —añadió en voz baja—, recoge el periódico. Quiero ver lo que dice.
Una vez que entramos todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Hermione y yo le hubiéramos preparado una taza de té muy fuerte para la señora Weasley, en el que su marido insistió en echar unas gotas de «whisky envejecido de Ogden», Bill le entregó el periódico a su padre. Éste echó un vistazo a la primera página mientras Percy atisbaba por encima de su hombro.
—Me lo imaginaba —resopló el señor Weasley—. «Errores garrafales del Ministerio... los culpables en libertad... falta de seguridad... magos tenebrosos yendo por ahí libremente... desgracia nacional...» ¿Quién ha escrito esto? Ah, claro... Rita Skeeter.
—¡Esa mujer la tiene tomada con el Ministerio de Magia! —exclamó Percy furioso—. La semana pasada dijo que perdíamos el tiempo con nimiedades referentes al grosor de los calderos en vez de acabar con los vampiros. Como si no estuviera expresamente establecido en el parágrafo duodécimo de las Orientaciones para el trato de los seres no mágicos parcialmente humanos...
—Haznos un favor, Percy —le pidió Bill, bostezando—, cállate.
—Me mencionan —dijo el señor Weasley, abriendo los ojos tras las gafas al llegar al final del artículo de El Profeta.
—¿Dónde? —balbuceó la señora Weasley, atragantándose con el té con whisky—. ¡Si lo hubiera visto, habría sabido que estabas vivo!
—No dicen mi nombre —aclaró el señor Weasley—. Escucha: «Si los magos y brujas aterrorizados que aguardaban ansiosamente noticias del bosque esperaban algún aliento proveniente del Ministerio de Magia, quedaron tristemente decepcionados. Un oficial del Ministerio salió del bosque poco tiempo después de la aparición de la Marca Tenebrosa diciendo que nadie había resultado herido, pero negándose a dar más información. Está por ver si su declaración bastará para sofocar los rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque una hora más tarde.» Vaya, francamente... —resopló el señor Weasley exasperado, pasándole el periódico a Percy—. No hubo ningún herido, ¿qué se supone que tendría que haber dicho? «Rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque...» Desde luego, habrá rumores después de publicado esto.
Exhaló un profundo suspiro.
—Molly, voy a tener que ir a la oficina. Habrá que hacer algo.
—Iré contigo, papá —anunció gravemente Percy—. El señor Crouch necesitará todas las manos disponibles.
Y podré entregarle en persona mi informe sobre los calderos.
Salió aprisa de la cocina.
La señora Weasley parecía disgustada.
—¡Arthur, te recuerdo que estás de vacaciones! Esto no tiene nada que ver con la oficina. ¿No se las pueden apañar sin ti?
—Tengo que ir, Molly —insistió el señor Weasley—. Por culpa mía están peor las cosas. Me pongo la túnica y me voy.
Salió de prisa y escuchamos sus pisadas mientras subía las escaleras. La mirada de preocupación de la señora Weasley que le había dedicado a su marido, provocó en mi un sentimiento extraño en lo profundo de mi pecho, como si alguien hubiera arrancado algo muy importante dejando un grave daño.
No era tan ingenua para creer que el dolor de mi cicatriz y la marca de Voldemort fueran una coincidencia. Y la peor de mis preocupaciones, era la pesadilla sobre un complot para asesinarme.