Alyssa Potter y El Cáliz de Fuego

CAPITULO ONCE

Cuando  desperté a la mañana siguiente, había en el ambiente una definida tristeza de fin de vacaciones. La copiosa lluvia seguía salpicando contra la ventana mientras me ponía los vaqueros y una sudadera en el baño. Me vestiría con el uniforme del colegio cuando estuviéramos en el expreso de Hogwarts.  
Por fin mis amigos y yo bajamos a desayunar. Acabábamos de llegar al rellano del primer piso, cuando la señora Weasley apareció al pie de la escalera, con expresión preocupada.  

—¡Arthur! —llamó mirando hacia arriba—. ¡Arthur! ¡Mensaje urgente del Ministerio!  
Me eché contra la pared cuando el señor Weasley pasó metiendo mucho ruido, con la túnica puesta del revés, y desapareció de la vista a toda prisa. Cuando los demás y yo entramos en la cocina, vimos a la señora Weasley buscando nerviosa por los cajones del aparador («¡Tengo una pluma en algún sitio!», murmuraba) y al señor Weasley inclinado sobre el fuego, hablando con...  
Para asegurarme de que mis ojos no me habían engañado,  los cerré con fuerza y volví a abrirlos.  
Semejante a un enorme huevo con barba, la cabeza de Amos Diggory se encontraba en medio de las llamas. Hablaba muy deprisa, completamente indiferente a las chispas que saltaban en torno a él y a las llamas que le lamían las orejas.  

—... Los vecinos muggles oyeron explosiones y gritos, y por eso llamaron a esos... ¿cómo los llaman...?, «pocresías». Arthur, tienes que ir para allá...  

—¡Aquí está! —exclamó sin aliento la señora Weasley, poniendo en las manos de su marido un pedazo de pergamino, un tarro de tinta y una pluma estrujada.  

—... Ha sido una suerte que yo me enterara —continuó la cabeza del señor Diggory—. Tenía que ir temprano a la oficina para enviar un par de lechuzas, y encontré a todos los del Uso Indebido de la Magia que salían pitando. ¡Si Rita Skeeter se entera de esto, Arthur...!  

—¿Qué dice Ojoloco que sucedió? —preguntó el señor Weasley, que abrió el tarro de tinta, mojó la pluma y se dispuso a tomar notas.  

La cabeza del señor Diggory puso cara de resignación.  

—Dice que oyó a un intruso en el patio de su casa. Dice que se acercaba sigilosamente a la casa, pero que los contenedores de basura lo cogieron por sorpresa.  

—¿Qué hicieron los contenedores de basura? —inquirió el señor Weasley, escribiendo como loco.  

—Por lo que sé, hicieron un ruido espantoso y prendieron fuego a la basura por todas partes —explicó el señor Diggory—. Parece ser que uno de los contenedores todavía andaba por allí cuando llegaron los «pocresías».  

El señor Weasley emitió un gruñido.  

—¿Y el intruso?  

—Ya conoces a Ojoloco, Arthur —suspiró la cabeza del señor Diggory, volviendo a poner cara de resignación—. ¿Que alguien se acercó al patio de su casa en medio de la noche? Me parece más probable que fuera un gato asustado que anduviera por allí cubierto de mondas de patata. Pero, si los del Uso Indebido de la Magia le echan las manos encima a Ojoloco, se la ha cargado. Piensa en su expediente. Tenemos que librarlo acusándolo de alguna cosa de poca monta, algo relacionado con tu departamento. ¿Qué tal lo de los contenedores que han explotado?  

—Sería una buena precaución —repuso el señor Weasley, con el entrecejo fruncido y sin dejar de escribir a toda velocidad—. ¿Ojoloco no usó la varita? ¿No atacó realmente a nadie?  

—Apuesto a que saltó de la cama y comenzó a echar maleficios contra todo lo que tenía a su alcance desde la ventana —contestó el señor Diggory—, pero les costará trabajo demostrarlo, porque no hay heridos.  

—Bien, ahora voy —suspiró el señor Weasley. Se metió en el bolsillo el pergamino con las notas que había tomado y volvió a salir a toda prisa de la cocina.  

La cabeza del señor Diggory miró a la señora Weasley.  

—Lo siento, Molly —dijo, más calmado—, siento haber tenido que molestarlos tan temprano... pero Arthur es el único que puede salvar a Ojoloco, y se supone que es hoy cuando Ojoloco empieza su nuevo trabajo. ¿Por qué tendría que escoger esta noche...?  

—No importa, Amos —repuso la señora Weasley—. ¿Estás seguro de que no quieres una tostada o algo antes de irte?  

—Eh... bueno —aceptó el señor Diggory.  

La señora Weasley cogió una tostada untada con mantequilla de un montón que había en la mesa de la cocina, la puso en las tenacillas de la chimenea y se la acercó al señor Diggory a la boca.  

—«Gacias» —masculló éste, y luego, haciendo «¡plin!», se desvaneció.  

Escuché al señor Weasley despidiéndose apresuradamente de Bill, Charlie, Percy y Gideon. A los cinco minutos volvió a entrar en la cocina, con la túnica ya bien puesta y pasándose un peine por el pelo.  

—Será mejor que me dé prisa. Que tengan un buen trimestre, muchachos —nos dijo el señor Weasley a mis amigos y a mí, mientras se echaba una capa sobre los hombros y se disponía a desaparecerse—. Molly, ¿podrás llevar tú a los chicos a la estación de Kings Cross?  

—Por supuesto que sí —asintió ella—. Tú cuida de Ojoloco, que ya nos arreglaremos.  

Al desaparecerse el señor Weasley, Bill y Charlie entraron en la cocina.  

—¿Alguien mencionó a Ojoloco? —preguntó Bill—. ¿Qué ha hecho ahora?  

—Dice que alguien intentó entrar anoche en su casa —explicó la señora Weasley.  

—¿Ojoloco Moody? —murmuró George pensativo, poniéndose mermelada de naranja en la tostada—. ¿No es el chiflado...?  

—Tu padre tiene muy alto concepto de él —le recordó severamente la señora Weasley.  

—Sí, bueno, papá colecciona enchufes, ¿no? —comentó Fred en voz baja, cuando su madre salió de la cocina—. Dios los cría...  

—Moody fue un gran mago en su tiempo —afirmó Bill.  

—Es un viejo amigo de Dumbledore, ¿verdad? —apuntó Charlie.  

—Pero Dumbledore tampoco es lo que se entiende por normal, ¿cierto?            —repuso Fred con una risita—. Bueno, ya sé que es un genio y todo eso...  



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En el texto hay: hogwarts, cáliz de fuego, potter

Editado: 15.04.2020

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