Los dos días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Neville dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones. El profesor Snape, que durante el verano parecía haber acumulado rencor en cantidades nunca antes conocidas, castigó a Neville a quedarse después de clase. Al final del castigo, Neville sufría un colapso nervioso, porque el profesor Snape lo había obligado a destripar un barril de sapos cornudos.
—Tu sabes por qué Snape está de tan mal humor, ¿verdad? — me dijo Ron, mientras observábamos cómo Hermione enseñaba a Neville a llevar a cabo el encantamiento anti grasa para quitarse de las uñas los restos de tripa de sapo.
—Sí —respondí—. Por Moody.
Era comúnmente sabido que Snape ansiaba el puesto de profesor de Artes Oscuras, y era el cuarto año consecutivo que se le escapaba de las manos.
Snape había odiado a los anteriores titulares de la asignatura y nunca se había esforzado en disimularlo. No obstante, parecía especialmente cauteloso a la hora de mostrar cualquier indicio patente de animosidad contra Ojoloco Moody. Desde luego, cada vez que los veía juntos (a la hora de las comidas, o cuando coincidían en los corredores), me llevaba la clara impresión de que Snape rehuía los ojos de Moody, tanto el mágico como el normal.
—Me parece que Snape le tiene algo de miedo, ¿no crees? —murmuré, pensativa.
—¿Te imaginas que Moody convierte a Snape en un sapo cornudo —dijo Ron, con lágrimas de risa en los ojos— y lo hace botar por toda la mazmorra...?
Los de cuarto curso de Gryffindor teníamos tantas ganas de asistir a la primera clase de Moody que el jueves, después de comer, llegamos muy temprano e hicimos cola a la puerta del aula cuando la campana aún no había sonado.
La única que faltaba era Hermione, que apareció puntual.
—Vengo de la...
—... biblioteca —adiviné—. Date prisa o nos quedaremos con los peores asientos.
Y nos apresuramos a ocupar tres sillas delante de la mesa del profesor. Sacamos nuestro ejemplares de Las fuerzas oscuras: una guía para la autoprotección, y aguardamos en un silencio poco habitual. No tardamos en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre. Entrevimos la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.
—Ya pueden guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitarán para nada.
Volvimos a meter los libros en las mochilas. Ron estaba emocionado.
Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.
—Bien —dijo cuando el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya son bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Han estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?
Hubo un murmullo general de asentimiento.
—Pero están atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentarse a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararlos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñarles a tratar con las mal...
—¿Por qué, no se va a quedar más? —dejó escapar Ron.
El ojo mágico de Moody giró para mirarlo. Ron se asustó, pero al cabo de un rato Moody sonrió. Era la primera vez que lo veía sonreír. El resultado de aquel gesto fue que su rostro pareció aún más desfigurado y lleno de cicatrices que nunca, pero era un alivio saber que en ocasiones podía adoptar una expresión tan amistosa como la sonrisa. Ron se tranquilizó.
—Supongo que tú eres hijo de Arthur Weasley, ¿no? —dijo Moody—. Hace unos días tu padre me sacó de un buen aprieto... Sí, sólo me quedaré este curso. Es un favor que le hago a Dumbledore: un curso y me vuelvo a mi retiro.
Soltó una risa estridente, y luego dio una palmada con sus nudosas manos.
—Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñarles las contra maldiciones y dejarlo en eso. No tendrían que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estén en sexto. Se supone que hasta entonces no serán lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de ustedes y piensa que podrían resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepan a qué se enfrentan, mejor. ¿Cómo pueden defenderse de algo que no han visto nunca? Un mago que esté a punto de echarles una maldición prohibida no va a avisarles antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa. Tienen que estar preparados. Tienen que estar alerta y vigilantes. Y usted, señorita Brown, tiene que guardar eso cuando yo estoy hablando.
Lavender se sobresaltó y se puso colorada. Le había estado mostrando a Parvati por debajo del pupitre su horóscopo completo. Daba la impresión de que el ojo mágico de Moody podía ver tanto a través de la madera maciza como por la nuca.
—Así que... ¿alguno de ustedes sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?
Varias manos se levantaron, incluyendo la de Ron y la de Hermione. Moody señaló a Ron, aunque su ojo mágico seguía fijo en Lavender.
—Eh... — Ron titubeó— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.
—Así es —aprobó Moody—. Tu padre la conoce bien. En otro tiempo la maldición imperius le dio al Ministerio muchos problemas.
Moody se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras. Allie notó que Ron, a su lado, se echaba un poco hacia atrás: Ron tenía fobia a las arañas.