Al despertar el domingo por la mañana, me costó un rato recordar por qué me sentía tan mal. Luego, el recuerdo de la noche anterior estuvo dándome vueltas en la cabeza y un terrible malestar se alojó en mi estómago. Me incorporé en la cama y descorrí las cortinas del dosel para intentar hablar con Hermione pero descubrí que su cama ya estaba hecha.
Mis demás compañeras no dejaba de preguntarme cómo había logrado colarme en el torneo, estaban muy impresionadas y obviamente se veía que se morían de la envidia. Contesté apresuradamente y me disculpé, excusando que tenía algo que hacer.
En mi mente llegó la conversación que había tenido con Hermione después que le conté de mi pelea con Ron. A mí amiga no se lo tomó muy bien y confirmé que era verdad lo que había dicho Will: que él y Hermione me creían incondicionalmente.
Me vestí y bajé por la escalera de caracol a la sala común. En cuanto aparecí, los que ya habían vuelto del desayuno prorrumpieron en aplausos. La perspectiva de bajar al Gran Comedor, donde estaría el resto de los alumnos de Gryffindor, que me tratarían como a una especie de heroína, no me seducía en absoluto. La alternativa, sin embargo, era quedarme allí y ser acorralada por los hermanos Creevey, que en aquel momento me insistían por señas en que me acercara. Caminé resueltamente hacia el retrato, lo abrí, traspasé el hueco y me encontré de cara con Hermione y Will...
—Hola —saludó ella, que llevaba una pila de tostadas envueltas en una servilleta—. Te hemos traído esto.
—¿Quieres dar un paseo? —preguntó Will con suavidad.
—Buena idea —le contesté, agradecida.
Bajamos la escalera, cruzamos aprisa el vestíbulo sin desviar la mirada hacia el Gran Comedor y pronto recorríamos a zancadas la explanada en dirección al lago, donde estaba anclado el barco de Durmstrang, que se reflejaba en la superficie como una mancha oscura. Era una mañana fresca, y no dejamos de movernos, masticando las tostadas, mientras les contaba a Hermione y a Will qué era exactamente lo que había ocurrido después de abandonar la noche anterior la mesa de Gryffindor. Fue para mi alivio, que Hermione aceptara mi versión sin un asomo de duda.
—Bueno, como te dijimos anoche, estaba segura de que tú no te habías propuesto —declaró cuando terminé de relatar lo sucedido en la sala—. ¡Si hubieras visto la cara que pusiste cuando Dumbledore leyó tu nombre! Pero la pregunta es: ¿quién lo hizo? Porque Moody tiene razón, Allie: no creo que ningún estudiante pudiera hacerlo... Ninguno sería capaz de burlar el cáliz de fuego, ni de traspasar la raya de...
—¿Han visto a Ron? —la interrumpí.
Hermione dudó.
—Eh... sí... está desayunando —intervino Will inseguro—he tratado de hablar con él, pero es tan cabeza dura que no quiso escucharme. Se comporta como un verdadero crío.
—Lo último que quiero es que ustedes dos se peleen por mi culpa, Will—musité con desánimo.—¿Sigue pensando que yo puse mi nombre en el cáliz?
—Bueno, no... no creo... no en realidad —contestó Hermione con embarazo.
Levanté una ceja mientras Hermione y Will intercambiaban una mirada.
—¿Qué quieres decir con «no en realidad»?
—¡Ay, Allie!, ¿es que no te das cuenta? —dijo Hermione—. ¡Está celoso!
—¿Celoso? —repetí sin dar crédito a mis oídos—. ¿Celoso de qué? ¿Es que le gustaría hacer el ridículo delante de todo el colegio?
—Mira —me explicó Hermione con paciencia—, siempre eres tú la que acapara la atención, lo sabes bien. Sé que no es culpa tuya —se apresuró a añadir, viendo que abría la boca para protestar—, sé que no lo vas buscando... pero el caso es que Ron tiene en casa a todos sus hermanos con los que competir, y tú eres su mejor amiga, y eres famosa. Cuando te ven a ti, nadie se fija en él, y él lo aguanta, nunca se queja. Pero supongo que esto ha sido la gota que colma el vaso...
—Genial —solté con amargura—, realmente genial. Dile de mi parte que me cambio con él cuando quiera. Dile de mi parte que por mi encantada... Verá lo que es que todo el mundo se quede mirando su cicatriz de la frente con la boca abierta a donde quiera que vaya...
—No pienso decirle nada —replicó Hermione—. Díselo tú: es la única manera de arreglarlo.
—¡No voy a ir detrás de él para ver si madura! —estallé. Había hablado tan alto que, alarmadas, algunas lechuzas que había en un árbol cercano echaron a volar—. A lo mejor se da cuenta de que no lo estoy pasando muy bien cuando me rompan el cuello o...
—Eso no tiene gracia —dijo Will seriamente en voz baja—, no tiene ninguna gracia, Potter.
Hermione parecía nerviosa.
—He estado pensando, Allie. Sabes qué es lo que tenemos que hacer, ¿no? Hay que hacerlo en cuanto volvamos al castillo.
—Sí, claro, darle a Ron una buena patada en el... —murmuré pero Will me interrumpió sin hacerme caso.
—Escribir a Sirius. Tienes que contarle lo que ha pasado. Te pidió que lo mantuvieras informado de todo lo que ocurría en Hogwarts. Da la impresión de que esperaba que sucediera algo así. Llevo conmigo una pluma y un pedazo de pergamino...
—Olvídenlo —contesté, mirando a mi alrededor para asegurarme de que nadie nos oía. Pero los terrenos del castillo parecían desiertos—. Le bastó saber que me dolía la cicatriz, para regresar al país. Si le cuento que alguien me ha hecho entrar en el Torneo de los tres magos se presentará en el castillo.
—Él querría que tú se lo dijeras —dijo Hermione con severidad—. Se enterará de todas formas.
—¿Cómo?
—Allie, esto no va a quedar en secreto. El Torneo es famoso, y tú también lo eres. Me sorprendería mucho que El Profeta no dijera nada de que has sido elegida campeona... Se te menciona en la mitad de los libros sobre Quien-tú-sabes. Y Sirius preferiría que se lo contaras tú.
—Vale, vale, ya le escribo —acepté, tirando al lago el último pedazo de tostada.
Lo vimos flotar un momento, antes de que saliera del agua un largo tentáculo, lo cogiera y se lo llevara a la profundidad del lago. Entonces volvimos al castillo.