La perspectiva de hablar cara a cara con Sirius fue lo único que me ayudó a pasar las siguientes dos semanas, la única luz en un horizonte que nunca había estado tan oscuro. Se me había pasado ya un poco el horror de verme a mí misma convertida en campeona del colegio, y en su lugar empezaba a ocuparse el miedo a las pruebas a las que tendría que enfrentarme. La primera de ellas estaba cada vez más cerca. Me imaginaba agazapada ante mi con un monstruo horrible que me cerraba el paso. Nunca había tenido tantos nervios. Sobrepasaban con mucho lo que hubiera podido sentir antes de un partido de quidditch, incluido el último, jugado contra Slytherin, en el que nos habíamos disputado la Copa de quidditch. Me resultaba muy difícil pensar en el futuro, porque sentía que toda mi vida me había conducido a la primera prueba... y que terminaría con ella.
En realidad no creía que Sirius lograra hacer sentirme mejor en lo que se refería a ejecutar ante cientos de personas un ejercicio desconocido de magia muy difícil y peligrosa, pero la mera visión de un rostro amigo me ayudaría. Le mandé la respuesta diciéndole que me encontraría al lado de la chimenea de la sala común a la hora propuesta, y que Hermione, Will y yo pasábamos mucho tiempo discutiendo planes para obligar a los posibles rezagados a salir de allí la noche en cuestión. En el peor de los casos, estábamos dispuestos a tirar una bolsa de bombas fétidas, aunque esperaba no tener que recurrir a nada de eso, porque si Filch nos pillaba nos despellejaría.
Mientras tanto, la vida en el castillo se había hecho aún menos llevadera para mi, porque Rita Skeeter había publicado su artículo sobre el Torneo de los tres magos, que resultó ser no tanto un reportaje sobre el Torneo como una biografía de mi vida bastante alterada. La mayor parte de la primera página la ocupaba una fotografía mía, y el artículo (que continuaba en las páginas segunda, sexta y séptima) no trataba más que de mi. Los nombres (mal escritos) de los campeones de Durmstrang y Beauxbatons no aparecían hasta la última línea del artículo, y a Cedric no se lo mencionaba en ningún lugar.
El artículo había aparecido diez días antes, y, cada vez que me acordaba de él, todavía sentía ardores de estómago provocados por la vergüenza. El artículo de Rita Skeeter me retrataba diciendo un montón de cosas que no recordaba haber dicho nunca, y menos aún en aquel cuarto de la limpieza.
Supongo que les debo mi fuerza a mis padres. Sé que estarían orgullosos de mí si pudieran verme en este momento... Sí, algunas noches aún lloro por ellos, no me da vergüenza confesarlo... Sé que no puedo sufrir ningún daño en el Torneo porque ellos me protegen...
Pero Rita Skeeter no se había conformado con transformar mis «eh...» en frases prolijas y empalagosas. También había entrevistado a otra gente sobre mi.
Finalmente, Alyssa ha hallado la amistad en Hogwarts: Colin Creevey, su íntimo amigo, asegura que a Alyssa raramente se le ve sin la compañía de una tal Hermione Granger, una muchacha de sorprendente belleza, hija de muggles y que, como la pequeña Potter, está entre los mejores estudiantes del colegio.
Desde que había aparecido el artículo, tuve que soportar que la gente (especialmente los de Slytherin) me citara frases al cruzarme conmigo en los pasillos e hicieran comentarios despectivos.
—¿Quieres un pañuelo, Potter, por si te entran ganas de llorar en clase de Transformaciones?
—¿Tan segura estás de ganar, Potter?
—¡Eh, Allie!
Más que harta, me detuve en el corredor y empecé a gritar antes de acabar de volverme:
—Sí, he estado llorando por mi madre muerta hasta quedarme sin lágrimas, y ahora me voy a seguir...
—No... Sólo quería decirte... que se te cayó la pluma.
Era Shane Chang. Quería morirme allí mismo y me puse colorada de la vergüenza.
—Shane… perdona…yo no…. —mascullé, tomando la pluma—Pensé que eras un Slytherin y yo…
—No pasa nada, lo comprendo—me aseguró—Son unos idiotas por meterse contigo y no debes avergonzarte por aquellas palabras de tus padres. A mí me pareció muy tierno.
Definitivamente quería morirme.
—Eh… gracias.
—Buena suerte el martes —me deseó Shane con una sonrisa—. Estaré apoyándote y espero de verdad que te vaya bien.
—Creí que estabas apoyando a Cedric—musité un poco aturdida—Pero está bien…quiero decir que Cedric es tu mejor amigo.
Shane siguió sonriéndome, sus lindos ojos marrones brillaban.
—Va a ser difícil pero puedo apoyar a ambos.
Nos quedamos en silencio sin saber qué mas decir.
—Yo…me tengo que ir—dije removiéndome incómoda mientras que veía a unos chicos de Slytherin sacar sus insignias.
—No les prestes atención a esos idiotas—gruñó Shane mirando desafiante a los de Slytherin—Deslumbralos como solo tú puedes hacerlo.
Me guiñó un ojo y se fue directo a su clase. Cuando lo perdí de vista me llevé las manos a la cara. Ahora Shane creería que yo soy una niñita cursi.
A Hermione también le había tocado su ración de disgustos, pero aún no había empezado a gritar a los que se le acercaban sin ninguna mala intención. De hecho, admiraba la manera en que ella llevaba la situación.
—¿De sorprendente belleza? ¿Ella? —chilló Pansy Parkinson la primera vez que la tuvo cerca después de la aparición del artículo de Rita Skeeter—. ¿Comparada con quién?, ¿con un primate?
—No hagas caso —dijo Hermione con gran dignidad irguiendo la cabeza y pasando con aire majestuoso por al lado de las chicas de Slytherin, que se reían como tontas—. Como si no existieran, Allie.
Pero no podía pasar por alto las burlas. Ron no me había vuelto a hablar después de decirme lo del castigo de Snape. Había tenido la esperanza de que Ron y yo hicieramos las paces durante las dos horas que tuvimos que pasar en la mazmorra encurtiendo sesos de rata, pero coincidió que aquel día se publicó el artículo de Rita Skeeter, que pareció confirmar la creencia de Ron de que a mi me encantaba ser el centro de atención.