Mis amigos y yo fuimos aquella noche a buscar a Pigwidgeon a la lechucería para que le pudiera enviar una carta a Sirius diciéndole que había logrado burlar al dragón sin recibir ningún daño. Por el camino, puse a Ron al corriente de todo lo que Sirius me había dicho sobre Karkarov. Aunque al principio Ron se mostró impresionado al oír que Karkarov había sido un mortífago, para cuando entrabamos en la lechucería se extrañaba que no lo hubiéramos sospechado desde el principio.
—Todo encaja, ¿no? —murmuró—. ¿No se acuerdan de lo que dijo Malfoy en el tren de que su padre y Karkarov eran amigos? Ahora ya sabemos dónde se conocieron. Seguramente en los Mundiales iban los dos juntitos y bien enmascarados... Pero te diré una cosa, Allie: si fue Karkarov el que puso tu nombre en el cáliz, ahora mismo debe de sentirse como un idiota, ¿verdad que sí? No le ha funcionado, ¿verdad? ¡Sólo recibiste un rasguño! Ven acá, yo lo haré.
Pigwidgeon estaba tan emocionado con la idea del reparto, que daba vueltas y más vueltas alrededor de mi, ululando sin parar. Ron lo atrapó en el aire y lo sujetó mientras le ataba la carta a la patita.
—No es posible que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? —siguió Ron, acercando a Pigwidgeon a la ventana—. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Allie, te lo digo en serio.
Sabía que Ron sólo se lo decía para compensar de alguna manera su comportamiento de las últimas semanas, pero se lo agradecía de todas formas. Hermione y Will, sin embargo, se apoyaron contra el muro de la lechucería, cruzando los brazos y miraron a Ron con el entrecejo fruncido.
—A Allie le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo — declaró Hermione muy seria—. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.
—Eres la esperanza personificada, Hermione —le reprochó Ron—. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.
—Hermione tiene razón—suspiró Will —Si está prueba fue difícil, las demás deberán ser igual o mucho más complicadas.
Ron arrojó al mochuelo por la ventana. Pigwidgeon cayó cuatro metros en picado antes de lograr remontar el vuelo. La carta que llevaba atada a la pata era mucho más grande y pesada de lo habitual: no había podido vencer la tentación de hacerle a Sirius un relato pormenorizado de cómo había burlado y esquivado al colacuerno volando en torno a el.
Contemplamos cómo desaparecía Pigwidgeon en la oscuridad, y luego Ron rompió nel silencio.
—Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa, Allie. A estas alturas, Fred y George ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.
Por supuesto, cuando entramos en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vítores. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee Jordan había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas. Dean, que era muy bueno en dibujo, había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales me representaban volando en torno a la cabeza del colacuerno con mi Saeta de Fuego, aunque un par de ellos mostraban a Cedric con la cabeza en llamas.
Me serví comida (casi había olvidado lo que era sentirme de verdad hambrienta) y me senté con Ron, Will y Hermione. No podía concebir tanta felicidad: tenía de nuevo a Ron de mi parte, había pasado la primera prueba y no tendría que afrontar la segunda hasta tres meses después.
—¡Jo, cómo pesa! —dijo Lee Jordan cogiendo el huevo de oro, que había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano—. ¡Vamos, Allie, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!
—Se supone que tiene que resolver la pista por sí misma —objetó Hermione—. Son las reglas del Torneo...
—También se suponía que tenía que averiguar por mí misma cómo burlar al dragón —susurré para que sólo Hermione pudiera oírme, y ella sonrió sintiéndose un poco culpable.
—¡Sí, vamos, Allie, ábrelo! —repitieron varios.
Lee me pasó el huevo, hundí las uñas en la ranura y apalanqué para abrirlo.
Estaba hueco y completamente vacío. Pero, en cuanto lo abrí, el más horrible de los ruidos, una especie de lamento chirriante y estrepitoso, llenó la sala. Lo más parecido a aquello que había oído había sido la orquesta fantasma en la fiesta de cumpleaños de muerte de Nick Casi Decapitado, cuyos componentes tocaban sierras musicales.
—¡Ciérralo! —gritó Fred, tapándose los oídos con las manos.
—¿Qué era eso? —preguntó Seamus, observando el huevo cuando volví a cerrarlo—. Sonaba como una banshee. ¡A lo mejor te hacen burlar a una de ellas, Allie!
—¡Era como alguien a quien estuvieran torturando! —opinó Neville, que se había puesto muy blanco y había dejado caer los hojaldres rellenos de salchicha—. ¡Vas a tener que luchar contra la maldición cruciatus!
—No seas tonto, Neville, eso es ilegal —observó George—. Nunca utilizarían la maldición cruciatus contra los campeones. Yo creo que se parecía más bien a Percy cantando... A lo mejor tienes que atacarlo cuando esté en la ducha, Allie.
—¿Quieres un trozo de tarta de mermelada, Hermione? —le ofreció Fred.
Hermione miró con desconfianza la fuente que él le ofrecía. Fred sonrió.
—No te preocupes, no le he hecho nada —le aseguró—. Con las que hay que tener cuidado es con las galletas de crema.
Neville, que precisamente acababa de probar una de esas galletas, se atragantó y la escupió. Fred se rio.
—Sólo es una broma inocente, Neville...
Hermione se sirvió un trozo de tarta de mermelada y preguntó:
—¿Has cogido todo esto de las cocinas, Fred?
—Ajá —contestó Fred muy sonriente. Adoptó un tono muy agudo para imitar la voz de un elfo—: «¡Cualquier cosa que podamos darle, señor, absolutamente cualquier cosa!» Son la mar de atentos... Si les digo que tengo un poquito de hambre son capaces de ofrecerme un bueya asado.