A pesar del sinfín de deberes que nos habían puesto a los de cuarto para Navidad, a mi no me apetecía ponerme a trabajar al final del trimestre, y me pasé la primera semana de vacaciones disfrutando todo lo posible con mis compañeros. La torre de Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña, porque sus ocupantes armaban mucho más jaleo aquellos días. Fred y George habían cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima cautela cualquier cosa de comer que nos ofrecieran los demás, por si había una galleta de canarios oculta, y George me confesó que estaban desarrollando un nuevo invento. Adoraba a los gemelos pero decidí no aceptar nunca de ellos ni una semilla de girasol. No se me olvidaba lo de Dudley y el caramelo longuilinguo.
En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de chocolate con azúcar glaseado por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha. Abajo, en las cocinas, los elfos domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy ricos. La única que encontraba algo de lo cual quejarse era Fleur Delacour.
—Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada —la oímos decir una noche en que salíamos tras ella del Gran Comedor (Ron se ocultaba detrás de mi, para que Fleur no lo viera)—. ¡No voy a «podeg lusig» mi vestido!
—¡Ah, qué tragedia! —se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo—. Vaya ínfula, ¿eh?
—¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?
Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:
—No te lo digo. Te reirías de mí.
Ron me miró otra vez.
—A mí no me preguntes.
—¿Bromeas, Weasley? —dijo Malfoy tras nosotros—. ¡No me dirás que ha conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?
Will y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero saludé a alguien detrás de Malfoy:
—¡Hola, profesor Moody!
Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo con la mirada, pero Moody estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.
—Eres un huroncito nervioso, ¿eh, Malfoy? —dijo Hermione mordazmente, empezamos a subir por la escalinata de mármol riéndonos con ganas.
—Hermione —exclamó de repente Ron, sorprendido—, tus dientes...
—¿Qué les pasa?
—Bueno, que son diferentes... Lo acabo de notar.
—Claro que lo son. ¿Esperabas que siguiera con los colmillos que me puso Malfoy?
—No, lo que quiero decir es que son diferentes de cómo eran antes de la maldición de Malfoy. Están rectos y... de tamaño normal.
—¿No te habías dado cuenta, Ron?—dije negando con la cabeza, sabía que él era demasiado despistado.
Hermione nos dirigió de repente una sonrisa maliciosa, y me di cuenta aquélla era una sonrisa muy distinta de la de antes.
—Bueno... cuando fui a que me los encogiera la señora Pomfrey, me puso delante un espejo y me pidió que dijera «ya» cuando hubieran vuelto a su tamaño anterior —explicó—, y simplemente la dejé que siguiera un poco. — Sonrió más aún—. A mis padres no les va a gustar. Llevo años intentando convencerlos de que me dejaran disminuirlos, pero se empeñaban en que siguiera con el aparato. Ya saben que son dentistas, y piensan que los dientes y la magia no deberían... ¡Miren!, ¡ha vuelto Pigwidgeon!
El mochuelo de Ron, con un rollito de pergamino atado a la pata, gorjeaba como loco encima de la barandilla adornada con carámbanos. La gente que pasaba por allí lo señalaba y se reía, y unas chicas de tercero se pararon a observarlo.
—¡Ay, mira qué lechuza más chiquitita! ¿A que es preciosa?
—¡Estúpido cretino con plumas! —masculló Ron, corriendo por la escalera para atraparlo—. ¡Hay que llevarle las cartas directamente al destinatario, y sin exhibirse por ahí!
—Déjalo tranquilo, Ron—Lo regañé.
Pero Pigwidgeonn gorjeó de contento, sacando la cabeza del puño de Ron. Las chicas de tercero parecían asustadas.
—¡Márchense por ahí! —les espetó Ron, moviendo el puño en el que tenía atrapado a Pigwidgeon, que ululaba más feliz que nunca cada vez que Ron lo balanceaba en el aire—. Ten, Allie —añadió Ron en voz baja, desprendiéndole de la pata la respuesta de Sirius, mientras las chicas de tercero se iban muy escandalizadas.
Me la guardé en el bolsillo, y nos dimos prisa en subir a la torre de Gryffindor para leerla.
En la sala común todos estaban demasiado ocupados celebrando las vacaciones para fijarse en nosotros. Mis amigos y yo nos sentamos lejos de todo el mundo, junto a una ventana oscura que se iba llenando poco a poco de nieve, y leí en voz alta:
Querida Allie:
Mis felicitaciones por haber superado la prueba del dragón. ¡El que metió tu nombre en el cáliz, quienquiera que fuera, no debe de estar nada satisfecho! Yo te iba a sugerir una maldición de conjuntivitis, ya que el punto más débil de los dragones son los ojos...
—Eso es lo que hizo Krum —susurró Hermione.
... pero lo que hiciste es todavía mejor: estoy impresionado.
Aun así, no te confíes, Allie. Sólo has superado una prueba. El que te hizo entrar en el Torneo tiene muchas más posibilidades de hacerte daño, si eso es lo que pretende. Ten los ojos abiertos (especialmente si está cerca ese del que hemos hablado), y procura no meterte en problemas.
Escríbeme. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa extraordinaria que ocurra. Cuídate mucho.
P.D: Diviértete en el baile pero no demasiado, ( a tu pareja no le gustará saber que tu padrino es un prófugo de la justicia)