Una de las mejores consecuencias de la prueba fue que después todo el mundo estaba deseando conocer los detalles de lo ocurrido bajo el agua, lo que supuso que por una vez Ron compartiera el protagonismo conmigo. Noté que la versión que Ron daba de los hechos cambiaba sutilmente cada vez que los contaba. Al principio dijo lo que parecía ser más o menos la verdad; por lo menos, coincidía con la versión de Hermione: Dumbledore había reunido en el despacho de la profesora McGonagall a todos los futuros rehenes y, después de asegurarles que no les pasaría nada y que despertarían al salir del agua, los había dormido mediante un hechizo. La historia de Ron era la misma que Hermione y dejó que Ron cambiara las cosas, diciendo que Hermione habían sufrido un secuestro de más de cincuenta tritones tratando de atarlos mientras que Ron evitaba que se la llevaran.
—Pero yo tenía la varita oculta en la manga —le aseguraba a Parvati Patil, que parecía haberse vuelto más amable con Ron cuando éste se convirtió en el centro de atención, y le hablaba cada vez que se cruzaba con él por los corredores—. Si hubiera querido, podría haber raptado yo a esos atontados.
—¿Cuándo los ibas a raptar? ¿Mientras se mondaban de risa? —le preguntó Hermione mordazmente. Estaba muy irritable porque le tomaban mucho el pelo a propósito de que fuera ella la persona a la que Viktor Krum más valoraba.
Ron enrojeció hasta las orejas, y en adelante retomó la primera versión de los hechos.
Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarnos manos y cara cada vez que salíamos del castillo. Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. La lechuza parda que había enviado a Sirius con la fecha del permiso para ir a Hogsmeade volvió el viernes por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto le desprendí la carta de Sirius se escapó, temiendo que la enviara otra vez.
La carta de Sirius era casi tan corta como la anterior:
Vayan al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde. Lleven toda la comida que puedan.
—¡No habrá vuelto a Hogsmeade! —exclamó Will, preocupado.
—Eso parece —observó Hermione.
—No puedo creerlo —solté muy asustada—. Si lo atrapan...
—Hasta ahora no lo han conseguido —me recordó Ron—. Y el lugar ya no está lleno de dementores.
Plegué la carta, pensando. La verdad era que deseaba con todo mi corazón volver a ver a Sirius. De forma que fui a la última clase de la tarde (doble hora de Pociones) mucho más contenta de lo que normalmente me sentía cuando bajaba la escalera que llevaba a las mazmorras.
Malfoy, Crabbe y Goyle habían formado un corrillo a la puerta de la clase con la pandilla de chicas de Slytherin a la que pertenecía Pansy Parkinson. Todos miraban algo que no alcancé a distinguir, y se reían por lo bajo con muchas ganas. La cara de Pansy asomó por detrás de la ancha espalda de Goyle y nos vio acercarnos.
—¡Ahí están, ahí están! —anunció con una risa tonta, y el corro se rompió.
Observé que Pansy tenía en las manos un ejemplar de la revista Corazón de bruja. La foto con movimiento de la portada mostraba a una bruja de pelo rizado que sonreía enseñando los dientes y apuntaba a un bizcocho grande con la varita.
—¡A lo mejor encuentras aquí algo de tu interés, Granger! —dijo Pansy en voz alta, y le tiró la revista a Hermione, que la cogió algo sobresaltada.
En aquel momento se abrió la puerta de la mazmorra, y Snape nos hizo señas de que entráramos.
Hermione, Ron y yo nos encaminamos hacia nuestro pupitre al final de la mazmorra. En cuanto Snape volvió la espalda para escribir en la pizarra los ingredientes de la poción de aquel día, Hermione se apresuró a hojear la revista bajo el pupitre. Al fin, en las páginas centrales, encontró lo que buscaba. Ron y yo nos inclinamos un poco para ver mejor. Una fotografía en color de mí encabezaba un pequeño artículo titulado
«La pena secreta de Alyssa Potter»:
Tal vez sea diferente. Pero, aun así, es una chica que padece todos los sufrimientos típicos de la adolescencia, nos revela Rita Skeeter. Privada de amor desde la trágica pérdida de sus padres, a sus catorce años Alyssa Potter creía haber encontrado consuelo en Hogwarts en su amiga, Hermione Granger, una muchacha hija de muggles. Poco sospechaba que no tardaría en sufrir otro golpe emocional en una vida cuajada de pérdidas. La señorita Granger, una muchacha nada agraciada pero sí muy ambiciosa, parece sentir debilidad por los magos famosos, debilidad que ni siquiera Alyssa ha podido satisfacer por sí sola. Desde la llegada a Hogwarts de Viktor Krum, el buscador búlgaro y héroe de los últimos Mundiales de quidditch, la señorita Granger ha jugado con los afectos de ambos muchachos. Krum, que está abiertamente enamorado de la taimada señorita Granger, la ha invitado ya a visitarlo en Bulgaria durante las vacaciones de verano, no sin antes declarar que jamás había sentido lo mismo por ninguna otra chica.
Sin embargo, podrían no ser los dudosos encantos naturales de la señorita Granger los que han conquistado el interés de este pobre chico. La señorita Granger que supuestamente es la mejor amiga de Alyssa Potter, juega con ambos chicos, la amistad de Potter y el noviazgo de Krum.
«Es fea con ganas —nos declara Pansy Parkinson, una bonita y vivaracha alumna de cuarto curso—, pero es perfectamente capaz de preparar un filtro amoroso, porque es una sabelotodo. Supongo que así lo consigue.»
Como es natural, los filtros amorosos están prohibidos en Hogwarts, y no cabe duda de que Albus Dumbledore esté interesado en investigar estas sospechas. Mientras tanto, los admiradores de Alyssa Potter tendremos que conformarnos con esperar que le entregue su amistad en una persona más digna de ella.