—Hay dos posibilidades —dijo Hermione frotándose la frente—: o el señor Crouch atacó a Viktor, o algún otro los atacó a ambos mientras Viktor no miraba.
—Tiene que haber sido Crouch —señaló Will—. Por eso no estaba cuando llegaste con Dumbledore. Ya se había dado a la fuga.
—No lo creo —repliqué, negando con la cabeza—. Estaba muy débil. No creo que pudiera desaparecerse ni nada por el estilo.
—No es posible desaparecerse en los terrenos de Hogwarts. ¿No se los he dicho un montón de veces? —dijo Hermione.
—Vale... A ver qué les parece esta hipótesis —propuso Ron con entusiasmo—: Krum ataca a Crouch... (Esperen, esperen a que acabe) ¡y se aplica a sí mismo el encantamiento aturdidor!
—Y el señor Crouch se evapora, ¿verdad? —apuntó Hermione con frialdad.
Rayaba el alba. Will, Ron, Hermione y yo nos habíamos levantado muy temprano y nos habíamos ido a toda prisa a la lechucería para enviar una nota a Sirius. En aquel momento contemplábamos la niebla sobre los terrenos del colegio. Los cuatro estábamos pálidos y ojerosos porque nos habíamos quedado hasta bastante tarde hablando del señor Crouch.
—Vuélvelo a contar, Allie —pidió Hermione—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?
—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas... mencionó a su hijo.
—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo Will malhumorado.
—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo parecía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba instrucciones a Percy.
—Y... ¿me puedes recordar qué dijo sobre Quien-tú-sabes? —dijo Ron con vacilación.
—Ya te lo he dicho —repetí con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.
Nos quedamos callados. Luego Ron habló con fingida calma:
—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.
—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuse, sin hacer caso del estremecimiento de Ron—. Tenía verdaderos problemas para decir dos palabras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore.
Me separé de la ventana y miré las vigas de la lechucería. La mitad de las perchas habían quedado vacías; de vez en cuando entraba alguna lechuza que volvía de su cacería nocturna con un ratón en el pico.
—Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dije con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dices, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?
—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —exclamó Ron—. Puede que... espera... ¿Cuánto podría haber tardado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberlos adelantado?
—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contesté.
—Tenemos que ver al profesor Moody —propuso Will—. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.
—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opiné.
—A menos que Crouch hubiera salido ya de los terrenos —observó Ron—, porque el mapa sólo muestra los terrenos del colegio, ¿no?
—¡Chist! —nos acalló Hermione de repente.
Alguien subía hacia la lechucería. Oí dos voces que discutían, acercándose cada vez más:
—... eso es chantaje, así de claro, y nos puede acarrear un montón de problemas.
—Lo hemos intentado por las buenas; ya es hora de jugar sucio como él. No le gustaría que el Ministerio de Magia supiera lo que hizo...
—¡Te repito que, si eso se pone por escrito, es chantaje!
—Sí, y supongo que no te quejarás si te llega una buena cantidad, ¿no?
La puerta de la lechucería se abrió de golpe. Fred y George aparecieron en el umbral y se quedaron de piedra al vernos.
—¿Qué hacen aquí? —preguntaron al mismo tiempo Ron, Will y Fred.
—Enviar una carta —contestamos George y yo también a la vez.
—¿A estas horas? —preguntaron Hermione y Fred.
Fred sonrió y dijo:
—Bueno, no les preguntaremos lo que hacían si no nos preguntan ustedes.
Sostenía en las manos un sobre sellado. Lo miré detenidamente, pero Fred, ya fuera casualmente o a propósito, movió la mano de tal forma que el nombre del destinatario quedó oculto.
—Bueno, no queremos entretenerlos —añadió Fred haciendo una parodia de reverencia y señalando hacia la puerta.
Pero Ron no se movió.
—¿A quién le hacen chantaje? —inquirió.
La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.
—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.
—No lo parecía —repuso Ron.
Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:
—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen. No es que sean una preciosidad, pero...
—Si le están haciendo chantaje a alguien, es asunto nuestro —replicó Will—. George tiene razón: se podrían meter en problemas muy serios.
—Ya he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Y si Ron sigue así, lo veremos convertido en prefecto.
—Eso nunca.
George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a a sus hermanos.
—Pues entonces dejen de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.
Los gemelos salieron de la lechucería. Mis amigos y yo nos miramos.
—¿Creen que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?