Alyssa Potter y El Cáliz de Fuego

CAPITULO TREINTA

Se abrió la puerta del despacho dejándome al descubierto. Me sonrojé de inmediato mientras mordía mi labio con nerviosismo. 

—Hola, Potter —gruñó Moody—. Entra.  

Entré. Ya en otra ocasión había estado en el despacho de Dumbledore: se trataba de una habitación circular, muy bonita, decorada con una hilera de retratos de anteriores directores de Hogwarts de ambos sexos, todos los cuales estaban profundamente dormidos. El pecho se les inflaba y desinflaba al respirar.  
Cornelius Fudge se hallaba junto al escritorio de Dumbledore, con sus habituales sombrero hongo de color verde lima y capa a rayas.  

—¡Allie! —dijo Fudge jovialmente, adelantándose un poco—. ¿Cómo estás?  

—Muy bien, señor ministro —mentí.  

—Precisamente estábamos hablando de la noche en que apareció el señor Crouch en los terrenos —explicó Fudge—. Fuiste tú quien se lo encontró, ¿verdad?  

—Sí —contesté. Luego, pensando que no había razón para fingir que no había oído nada de lo dicho, añadí: —Pero no vi a Madame Máxime por allí, y no le habría sido fácil ocultarse, ¿verdad?  

Con ojos risueños, Dumbledore me sonrió a espaldas de Fudge.  

—Sí, bien —dijo Fudge embarazado—. Estábamos a punto de bajar a dar un pequeño paseo, Allie. Si nos perdonas... Tal vez sería mejor que volvieras a clase.  

—Yo quería hablar con usted, profesor —me apresuré a decir  mirando a Dumbledore, quien me dirigió una mirada rápida e inquisitiva.  

—Espérame aquí, Allie —me indicó—. Nuestro examen de los terrenos no se prolongará demasiado.  

Salieron en silencio y cerraron la puerta. Al cabo de un minuto más o menos dejaron de oírse, procedentes del corredor de abajo, los secos golpes de la pata de palo de Moody. Miré  a mi alrededor, fascinada. 

—Hola, Fawkes —saludé con una sonrisa al hermoso pájaro escarlata—Me alegra verte. 

Fawkes, el fénix del profesor Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. Me saludó agitando en el aire su larga cola y mirándome con ojos entornados y tiernos.  

Me senté en una silla delante del escritorio de Dumbledore. Durante varios minutos me quedé allí, contemplando a los antiguos directores del colegio, que resoplaban en sus retratos, mientras pensaba en lo que acababa de oír y me pasaba distraídamente los dedos por la cicatriz: ya no me dolía.  

Me sentía mucho más tranquila hallándome en el despacho de Dumbledore y sabiendo que no tardaría en hablar con él de mi sueño. Miré la pared que había tras el escritorio: el Sombrero Seleccionador, remendado y andrajoso, descansaba sobre un estante. Junto a él había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura; la reconocí como la espada que yo misma había sacado del Sombrero Seleccionador cuando me hallaba en segundo. Aquélla era la espada de Godric Gryffindor, el fundador de la casa a la que pertenecía. La estaba contemplando, recordando cómo había llegado en mi ayuda cuando lo daba todo por perdido, cuando vi que sobre la urna de cristal temblaba un punto de luz plateada. Busqué de dónde provenía aquella luz, y vi un brillante rayito que salía de un armario negro que había a su espalda, con la puerta entreabierta. Dudé por un segundo, mirando a Fawkes retorciéndome las manos y luego me levanté sin poder resistirme; atravesé el despacho y abrí la puerta del armario.  

Tenía un grave problema con la curiosidad. 

Había allí una vasija de piedra poco profunda, con tallas muy raras alrededor del borde: eran runas y símbolos que no conocía. Me atreví a pasar mis manos sobre las inscripciones desconocidas sintiendo una extraña magia en las yemas de mis dedos. La luz plateada provenía del contenido de la vasija, que no se parecía a nada que hubiera visto nunca. No hubiera podido decir si aquella sustancia era un líquido o un gas: era de color blanco brillante, plateado, y se movía sin cesar. La superficie se agitó como el agua bajo el viento, para luego separarse formando nubecillas que se arremolinaban. Daba la sensación de ser luz licuada, o viento solidificado: no conseguía comprenderlo.  

Quise tocarlo, averiguar qué tacto tenía, pero casi cuatro años de experiencia en el mundo mágico me habían enseñado que era muy poco prudente meter la mano en un recipiente lleno de una sustancia desconocida, así que saqué mi varita de la túnica, eché una ojeada nerviosa al despacho, volví a mirar el contenido de la vasija y lo toqué con la varita. La superficie de aquella cosa plateada comenzó a girar muy rápido.  

Me incliné más, metiendo la cabeza en el armario. La sustancia plateada se había vuelto transparente, parecía cristal. Miré dentro esperando distinguir el fondo de piedra de la vasija, y en vez de eso, bajé la superficie de la misteriosa sustancia, vi una enorme sala, una sala que parecía observar desde una cúpula de cristal.  

Estaba apenas iluminada, e intuí que incluso podía ser subterránea, porque no tenía ventanas, sólo antorchas sujetas en argollas como las que iluminaban los muros de Hogwarts. Bajando la cara de forma que mi nariz quedó a tres centímetros escasos de aquella sustancia cristalina, vi que delante de cada pared había varias filas de bancos, tanto más elevados cuanto más cercanos a la pared, en los que se encontraban sentados muchos brujos de ambos sexos. En el centro exacto de la sala había una silla vacía. Algo en ella me producía inquietud. En los brazos de la silla había unas cadenas, como si al ocupante de la silla se lo soliera atar a ella.  

¿Dónde estaba aquel misterioso lugar? No parecía que perteneciera a Hogwarts: nunca había visto en el castillo una sala como aquélla. Además, la multitud que la ocupaba se hallaba compuesta exclusivamente de adultos, y sabía que no había tantos profesores en Hogwarts. Parecían estar esperando algo, pensé, aunque no les veía más que los sombreros puntiagudos. Todos miraban en la misma dirección, sin hablar.  
Como la vasija era circular, y la sala que veía, cuadrada,  no distinguía lo que había en los cuatro rincones. Me incliné un poco más, ladeando la cabeza para poder ver...  



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En el texto hay: hogwarts, cáliz de fuego, potter

Editado: 15.04.2020

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