—¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está recuperando fuerzas? —murmuró Ron.
Ya había hecho partícipes a Ron, Will y Hermione de todo cuanto había visto en el pensadero y de casi todo lo que Dumbledore me había dicho y mostrado después. Y, naturalmente, también había hecho partícipe a Sirius, a quien había enviado una lechuza en cuanto salí del despacho de Dumbledore. Aquella noche los cuatro volvimos a quedarnos hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que empecé a darle vueltas la cabeza y comprendí a qué se refería Dumbledore cuando me había dicho que tenía tantos pensamientos en la cabeza que resultaba un alivio sacarlos.
Ron miraba la chimenea. Me pareció que mi amigo temblaba un poco, aunque la noche era cálida.
—¿Y confía en Snape? —preguntó Will con seriedad—. ¿De verdad confía en Snape, aunque sabe que fue un mortífago?
—Sí —respondí.
Hermione llevaba diez minutos sin hablar. Estaba sentada con la frente apoyada en las manos y mirando al suelo. Se me ocurrió que también a ella le hubiera sido útil un pensadero.
—Rita Skeeter —murmuró al final.
—¿Cómo puedes preocuparte ahora por ella? —exclamó Ron, sin dar crédito a sus oídos.
—No me preocupo por ella —dijo Hermione sin dejar de mirar al suelo—. Sólo estoy pensando... ¿Recuerdan lo que me dijo en Las Tres Escobas? «Yo sé cosas sobre Ludo Bagman que te pondrían los pelos de punta...» Supongo que se refería a eso. Ella hizo la crónica del juicio, sabía que les había pasado información a los mortífagos. Y Winky también lo sabía, ¿se acuerdan? «¡El señor Bagman es un mago malo!» Seguro que el señor Crouch se puso furioso cuando lo dejaron en libertad y lo comentó en su casa.
—Ya, pero Bagman no pasó la información a sabiendas, ¿o sí?
Hermione se encogió de hombros.
—¿Y Fudge cree que Madame Maxime atacó a Crouch? —preguntó Will, volviéndose hacia mí.
—Sí —repuse—, pero sólo porque Crouch desapareció junto al carruaje de Beauxbatons.
—Nosotros nunca sospechamos de ella —comentó Ron pensativo—. Tiene sangre de gigante, y no quiere admitirlo...
—Claro que no quiere admitirlo —dijo Hermione bruscamente, levantando la mirada—. Mira lo que le pasó a Hagrid cuando Rita se enteró de lo de su madre. Mira a Fudge, llegando a rápidas conclusiones sobre ella, sólo porque es semigigante. ¿Para qué iba a querer que lo supieran?, ¿para hacerse víctima de ese tipo de prejuicios? En su lugar, sabiendo lo que me esperaba por decir la verdad, también yo diría que tengo el esqueleto grande. —De pronto Hermione miró el reloj y exclamó asustada—: ¡No hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obstaculizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Allie, tienes que dormir.
Hermione y yo subimos despacio al dormitorio. Al ponerme el pijama, pensé en Neville, acostado en su cama. Fiel a la palabra que le había dado a Dumbledore, no había contado a Ron ni a Hermione y ni a Will nada sobre los padres de Neville. Mientras me metía en la cama adoselada, me imaginé cómo sería tener unos padres aún vivos pero incapaces de reconocer a su hijo. A menudo yo inspiraba conmiseración por ser huérfana, pero mientras imaginaba los ronquidos de Neville pensé que éste se la merecía más. Allí acostada, a oscuras, sentí un acceso de ira y odio contra los que habían torturado al señor y la señora Longbottom. Recordé los insultos de la multitud mientras el hijo de Crouch y sus compañeros eran retirados de la sala por los dementores... y comprendí cómo se sentía la gente. Luego recordé las súplicas del muchacho y su cara blanca como la leche, y con un estremecimiento pensé que había muerto un año más tarde...
Era Voldemort, me dije mirando en la oscuridad el dosel de su cama, todo era culpa de Voldemort: él había roto aquellas familias y arruinado todas aquellas vidas...
Ron, Will y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudarme a prepararme.
—No te preocupes por nosotros —me dijo Will, cuando se los hice ver y les aseguré que no me importaba entrenarme sola por un rato—. Al menos tendremos sobresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.
—Es un buen entrenamiento para cuando seamos aurores —comentó Ron entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.
Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosismo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de curso. Aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y me sentía más confiada ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente sería difícil y peligrosa, Moody tenía razón: ya me las había apañado en ocasiones anteriores con engendros monstruosos y barreras encantadas, y por lo menos aquella vez lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararme para lo que me esperaba.
Harta de sorprendernos por todas partes, la profesora McGonagall nos había dado permiso para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer. No tardé en dominar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía para detener a los atacantes; la maldición reductora, que me permitiría apartar de su camino objetos sólidos, y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Hermione que haría que la varita señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, me permitiría comprobar si iba en la dirección correcta hacia el centro del laberinto. Sin embargo, seguía teniendo problemas con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrededor del que lo conjuraba un muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero Will logró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanzado. Anduve tambaleándome durante diez minutos por el aula antes de que diera con el contramaleficio.