Alyssa Potter y El Cáliz de Fuego

CAPITULO TREINTA Y CUATRO

Colagusano se acercó a mi. El sudor recorría mi frente, estaba exhausta e intenté sacudirme mi aturdimiento y apoyar en los pies el peso del cuerpo antes de que me desataran las cuerdas. Colagusano levantó su nueva mano plateada, me sacó la bola de tela de la boca, y luego, de un solo golpe, cortó todas las ataduras que me sujetaban a la lápida.  

Durante una fracción de segundo, podría haber pensado en huir, pero la pierna herida me temblaba, y los mortífagos cerraban filas, tapando los huecos de los que faltaban y formando un cerco más apretado en torno a Voldemort y yo. Colagusano se dirigió hacia el lugar en que yacía el cuerpo de Cedric, y regresó con mi varita, la puso con brusquedad en mi mano, sin mirarme, para volver luego a ocupar su sitio en el círculo de mortífagos.  

—¿Te han dado clases de duelo, Alyssa Potter? —preguntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.  

Aquellas palabras me hicieron recordar, como si se tratara de una vida anterior, el club de duelo al que había asistido brevemente en Hogwarts dos años antes... Todo cuanto había aprendido en él era el encantamiento de desarme, Expelliarmus. ¿Y qué utilidad podría tener quitarle la varita a Voldemort, si es que conseguía hacerlo, cuando estaba rodeada de mortífagos y serían por lo menos treinta contra una? Nunca había aprendido nada que fuera adecuado para aquel momento. Sabía que me iba a enfrentar a aquello contra lo que siempre nos había prevenido Moody: la maldición Avada Kedavra, que no se podía interceptar. Y Voldemort tenía razón: aquella vez mi madre no se encontraba allí para morir por mi. Estaba completamente desprotegida...  

—Saludémonos con una inclinación, Alyssa —dijo Voldemort, agachándose un poco, pero sin dejar de presentarme su cara de serpiente—. Vamos, hay que comportarse educadamente... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Potter.  

Los mortífagos volvieron a reírse. La boca sin labios de Voldemort se contorsionó en una sonrisa. Pero no me incliné. No iba a permitir que Voldemort se burlara de mi antes de matarme... no iba a darle esa satisfacción...  

—He dicho que te inclines —repitió Voldemort, alzando la varita.  

Sentí que mi columna vertebral se curvaba como empujada firmemente por una mano enorme e invisible, y los mortífagos rieron más que antes.  

—Muy bien —dijo Voldemort con voz suave, y, cuando levantó la varita, la presión que me empujaba hacia abajo desapareció—. Ahora da la cara. Tiesa y orgullosa, como murió tu padre...  

»Señores, empieza el duelo.  

Voldemort levantó la varita una vez más, y, antes de que pudiera hacer nada para defenderme, recibí de nuevo el impacto de la maldición cruciatus. El dolor fue tan intenso, tan devastador, que olvidé dónde estaba: era como si cuchillos candentes me horadaran cada centímetro de la piel, y la cabeza me fuera a estallar de dolor. Grité más fuerte de lo que había gritado en mi vida, sentí lágrimas caer con furia sobre mi cara. 

Y luego todo cesó. Me di la vuelta y, con dificultad, me puse en pie. Temblaba tan incontrolablemente como Colagusano después de cortarse la mano. En mi tambaleo llegué hasta el muro de mortífagos, que me empujaron hacia Voldemort.  

—Qué poco caballeroso soy —dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz— Un pequeño descanso, una breve pausa... Duele, ¿verdad, Alyssa? No querrás que lo repita, ¿cierto?  

Solté un sollozo pero no respondí. Aquellos ojos rojos despiadados me lo estaban diciendo: iba a morir, y no podía hacer nada para evitarlo. Pero a lo que no estaba dispuesta era a doblegarme. No iba a obedecer a Voldemort... no iba a implorarle por mi vida...  

—Te he preguntado si quieres que lo repita —dijo Voldemort con voz suave—. ¡Respóndeme! ¡Imperio!  

Y, por tercera vez en mi vida, sentí la sensación de que mi mente se vaciaba de todo pensamiento... Era una bendición, no pensar; era como flotar, soñar... Di simplemente «no, por piedad»... Di «no, por piedad»... Simplemente dilo...  

«No lo haré —decía otra voz más fuerte desde la parte de atrás de mi cabeza—; no responderé...»  

Di «no, por piedad»...  

«No lo haré, no lo diré...»  

Di «no, por piedad»...  

—¡NO LO HARÉ! ¡No te pediré clemencia! 

Y estas palabras brotaron de mi boca. Retumbaron en el cementerio, y la somnolencia desapareció tan de repente como si me hubieran echado un jarro de agua fría. Pero regresaron inmediatamente los dolores que la maldición cruciatus me había dejado en todo el cuerpo, y la conciencia del lugar y la situación en que me encontraba.  

—Prefiero morir…—murmuré con fiereza—Jamás te suplicaré… ¡No lo haré! 

—¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, y los mortífagos no se rieron aquella vez—. ¿No dirás «no, por piedad»? Alyssa, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte... ¿tal vez con otra pequeña dosis de dolor?  

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez estaba lista: con los reflejos adquiridos en los entrenamientos de quidditch, me eché al suelo a un lado. Rodé hasta quedar a cubierta detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y la oí resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a mi.  

—No vamos a jugar al escondite, Alyssa —dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansada del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Alyssa? Sal, niña... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni siquiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto...!  

Permanecí agachada tras la lápida, comprendiendo que había llegado mi fin. No había esperanza... nadie iba a ayudarme. Y, al oír a Voldemort acercarse aún más, sólo supe una cosa que escapaba al miedo y a la razón: que no iba a morir agachada como una niña que jugara al escondite, ni iba a morir arrodillada a los pies de Voldemort. Moriría de pie como mi papá, intentando defenderme aunque no hubiera defensa posible.  
Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpiente por el otro lado de la lápida, me había levantado; agarraba firmemente la varita con una mano, la blandía ante mi, y me abalanzaba al encuentro de Voldemort para enfrentarme con él cara a cara.  



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En el texto hay: hogwarts, cáliz de fuego, potter

Editado: 15.04.2020

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