Alyssa Potter y El Cáliz de Fuego

CAPITULO TREINTA Y SEIS

Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado. Se dirigió entonces a la profesora McGonagall.  

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Allie?  

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.  

—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que venga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.  

Snape asintió en silencio y salió del despacho.  

—Allie... —me llamó Dumbledore con suavidad.  

Pero no me moví. Seguí mirando a Barty Crouch. 

—Allie—Dumbledore me obligó a  mirarlo. Verde con azul se cruzaron, no podía pensar con claridad. Hice un esfuerzo para no perder la cordura, tenía que hacer algo importante. 

Me levanté y volví a tambalearme. El dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También me di cuenta de que temblaba. Dumbledore me cogió del brazo y me ayudó a salir al oscuro corredor.  

—Antes que nada, quiero que vengas a mi despacho, Allie —me dijo en voz baja, mientras nos encaminábamos hacia el pasadizo—. Sirius nos está esperando allí.  

Asentí con la cabeza. Me invadían una especie de aturdimiento y una sensación de total irrealidad, pero no hice caso: estaba contenta de encontrarme así. No quería pensar en nada de lo que había sucedido después de tocar la Copa de los tres magos. No quería repasar los recuerdos, demasiado frescos y tan claros como si fueran fotografías, que cruzaban por mi mente: Ojoloco Moody dentro del baúl, Colagusano desplomado en el suelo y agarrándose el muñón del brazo, Voldemort surgiendo del caldero entre vapores, Cedric... muerto, Cedric pidiéndome que lo llevara con sus padres...  

—Profesor —murmuré—, ¿dónde están los señores Diggory?  

—Están con la profesora Sprout—dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera—. Es la jefa de Hufflepuff y es quien mejor lo conocía.  

Llegamos ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y él y yo subimos por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.  
Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan pálida y demacrada como cuando había escapado de Azkaban. Cruzó en dos zancadas el despacho.  

—¿Estás bien, cariño? —dijo mientras que me abrazaba—Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?  

Entre sus brazos me sentí pequeña e indefensa, me permití quebrarme. Lo abracé con todas mis fuerzas y sollocé, Sirius sin saber nada que hacer me abrazó más fuerte. 

—El regresó—susurré hipando—regresó... 

Las manos le temblaban al ayudarme a sentarme en una silla, delante del escritorio.  

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, más apremiante.   

Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que había dicho Barty Crouch. Sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotada que me dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarme allí sentada, que no me molestaran durante horas y horas, hasta que me durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.  

Oí un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre mi rodilla.  

—Hola, Fawkes —lo saludé en voz baja. Acaricié sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándome. Había algo reconfortante en su cálido peso.  
Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, me miraba fijamente, pero yo  evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarme. Me harían revivirlo todo.  

—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Allie —me dijo.  
Dejé escapar unas lágrimas sin que pudiera evitarlo. 

—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Sirius. Tomó mi mano y  no lo solté. — Está en shock, dejémosla dormir. Que descanse.  

Me embargó un sentimiento de gratitud hacia Sirius, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia mi. Muy a desgana, levanté la cabeza y encontré aquellos ojos azules.  

—Allie, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.  

—Por favor—supliqué—No me haga hacerlo. 

El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y sentí como si una gota de líquido caliente se me deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándome y tonificándome.  
Respiré hondo con los ojos llenos de lágrimas y comencé a hablar. Conforme lo hacía, parecían alzarse ante mis ojos las imágenes de todo cuanto había pasado aquella noche: vi la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vi a los mortífagos apareciéndose entre las tumbas, vi el cuerpo de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa.  

En una o dos ocasiones, Sirius hizo ademán de decir algo, sin dejar de aferrar mi mano, pero Dumbledore lo detuvo con un gesto, y me alegré, porque, habiendo comenzado, era más fácil seguir. Hasta me sentía aliviada: era casi como si me estuviera sacando un veneno de dentro. Seguir hablando me costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero me parecía que, en cuanto hubiera acabado, me sentiría mejor.  
Sin embargo, cuando conté que Colagusano me había hecho un corte en el brazo con la daga, Sirius dejó escapar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levantó tan de golpe que me asusté. Rodeó el escritorio y me pidió que extendiera el brazo. Se los mostré a ambos el lugar en que me había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo.  



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En el texto hay: hogwarts, cáliz de fuego, potter

Editado: 15.04.2020

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