Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO CINCO

—¿Señorita Potter?

Abrí los ojos con pesadez y me encontré con Tom, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándome una taza de té.

—Buenos días, Tom—saludé tallándome los ojos y desperezándome.

—Buen día señorita, ¿durmió bien?

—Excelente—mentí.

La verdad es que no había pegado ni un ojo y esperaba que mi aspecto no me delatara. Si Tom había notado algo, prefirió no comentar nada al respecto.

—Es bueno saberlo—dijo mientras dejaba la bandeja del té y al lado, un plato de galletas—He preparado su tarta de melaza favorita.

—Usted es increíble, Tom—sonreí—Se lo agradezco.

—Fue un verdadero honor haberla tenido con nosotros—sonrió con sinceridad. Tom inclinó la cabeza con gesto amable y salió de la habitación.

Me vestí y  me lavé los dientes. A pesar de la situación con Sirius Black, no dejaba de sentirme emocionada por regresar al colegio. Revisé una vez más que todo estuviera en orden en mi baúl para que no se me olvidara nada. Solo faltaba Hedwig, quien estaba dormida en la parte de arriba del ropero.

—Hedwig—la llamé dando golpecitos—Baja, ya tenemos que estar listas.

Mi lechuza ululó con molestia y se ocultó debajo de su ala.

—Vamos, linda—insistí—Hoy regresamos a Hogwarts. Tienes que estar en tu jaula.

En ese momento, Ron abrió de golpe la puerta y entró enfadado, poniéndose la camisa.

—¿Acaso no sabes tocar? —pregunté divertida al ver su enfado.

—Cuanto antes subamos al tren, mejor—bufó—Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acusa de haber manchado se té su foto de Penélope Clearwater—Ron hizo una mueca—Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada. ¡Qué estupidez!

Miré a mi mejor amigo, se había estirado en mi cama. Y recordé lo que pasó anoche y me pregunté si él ya estaría enterado.

—Tengo algo que contarte—comencé, pero me interrumpieron Fred y George.

—Por fin lo lograste, Ronnie—se burló Fred—Estás siguiendo nuestros pasos.

—¿De qué hablas? —preguntó Ron con molestia.

—Sacaste de sus casillas a Percy—lo felicitó George—Normalmente ese es nuestro trabajo pero tu conseguiste que se pusiera de un lindo color púrpura. Buen trabajo.

Bajamos a desayunar y encontramos al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que estaba sentada junto a su esposo tomando un té.

—¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron cuando nos sentamos.

—Más tarde —murmuré, al mismo tiempo que Percy, Gideon y Will irrumpían en el comedor.

Will se sentó al lado del señor Weasley y me dirigió media sonrisa, logrando que sintiera un total alivio. Nuestra intensa conversación de anoche había sido olvidada al parecer. Segundos después entró Hermione y se sentó a mi lado, con Crookshanks en sus brazos.

Tom se lució con el desayuno y llevó la tarta que me había prometido. Estaba deliciosa y me atreví a comer una ración más. La señora Weasley parecía tranquila y nos contó a Hermione y a mi sobre un filtro amoroso que había hecho de joven.

Con el ajetreo de la partida, tampoco tuve tiempo de hablar con Hermione. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers?

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

—Aquí están —anunció—. Vamos, Allie.

Contuve un suspiro. El señor Weasley me condujo a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

—Sube, Allie —me indicó el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Subí la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron conmigo Will, Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy

El viaje hasta Kings Cross fue muy tranquilo, comparado con el que había hecho en el autobús noctámbulo. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque vi que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon. Llegamos a Kings Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio nos consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a mi durante todo el camino de la estación.

—Bien, pues —propuso mirándonos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Allie.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando mi carrito y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndome una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Lo imité.

Un instante después, caímos de lado a través del metal sólido y nos encontramos en el andén nueve y tres cuartos. Levantamos la mirada y vimos el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de mi aparecieron Percy y Gideon. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

—¡Ah, ahí está Penélope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Gideon me miró, y ambos nos volvimos para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado. Era vergonzoso ver a Percy de esa manera aunque seguía siendo un quisquilloso, pero al menos era más alegre a su manera peculiar.




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