Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO SEIS

Cuando mis amigos y yo entramos en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vimos fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.

Respiré varias veces para no descontrolarme.

Imbécil.

—No le hagas caso —me dijo Hermione, que iba detrás de mi—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena...

—¡Eh, Potter! —gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!

Bufé con fastidio. Aquellos dos eran tal para cual. Me dejé caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor; junto a George.

—Los nuevos horarios de tercero —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Allie?

—Malfoy —contestó Will, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desagradable a la mesa de Slytherin.

George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima.

—Ese imbécil —dijo sin alterarse— no tan valiente ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?

—Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.

—Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores...

—Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.

—Pero no se desmayaron, ¿cierto? —musité en voz baja.

—No le des más vueltas, Allie —me regañó George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.

—De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —comentó Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿se acuerdan?

—Vas a hacer pedazos a ese idiota en el próximo partido—aseguró Will.

La única ocasión en que Malfoy y yo nos habíamos enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contenta, me serví salchichas y tomate frito.

Hermione se aprendía su nuevo horario:

—Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.

—Hermione —murmuró Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.

—Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.

—¿Eso fue lo que hablaron ayer? —Inquirí—¿De qué fue la cosa?

—Ese es asunto de las dos—contestó con misterio.

—Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?

—No seas tonto —gruñó Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.

—Bueno, entonces...

—Pásame la mermelada —le pidió Hermione.

—Pero...

—¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —replicó Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.

En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.

—¿Va todo bien? —preguntó con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor..., francamente...

Nos dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.

—Me pregunto qué habrá preparado —dijo Will con curiosidad—Mi primera clase con él es mañana en la tarde.

El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase. Ron comprobó el horario.

—Lo mejor será que vayamos ya. Miren, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar...

Terminamos aprisa el desayuno, nos despedimos de Fred, George y Will, y volvimos a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas me acompañaron hasta el vestíbulo.

El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevábamos en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habíamos estado nunca en el interior de la torre norte.

—Tiene... que... haber... un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendíamos la séptima larga escalera y salíamos a un rellano que veíamos por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.

—Me parece que es por aquí —comenté, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.

—Imposible —dijo Hermione—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago...

Observé el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Ya estaba acostumbrada a que los cuadros de Hogwarts tuvieran movimiento y a que los personajes se salieran del marco para ir a visitarse unos a otros, pero siempre me había divertido viéndolos. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.

—¡Par diez! —gritó, viéndonos—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso se mofan de mi caída? ¡Desenvainen, bellacos!




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