Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO SIETE

En los últimos días, comencé a acostumbrarme a la agradable sensación de la ausencia de Draco pero como todo lo bueno, tenía que durar poco tiempo. Había escuchado que posiblemente Malfoy volvería a las últimas clases del día y yo rogaba que se quedara en la enfermería todo el fin de semana; aunque sentía mucha pena por Madame Pomfrey, quien tenía que soportarlo sin matarlo.

Era jueves y desgraciadamente tenía clases de Pociones, que duraba dos eternas horas. Estábamos a mitad de clase cuando Malfoy entró con aire arrogante a la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según me pareció, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

—¿Qué tal, Draco? —preguntó Pansy-tonta Parkinson, sonriendo como un troll—. ¿Te duele mucho?

—Sí —contestó Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero vi que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

El muy creído.

—Siéntate —le pidió el profesor Snape amablemente.

Ron y yo nos miramos frunciendo el entrecejo. Si hubiéramos sido nosotros los que llegaran tarde, Snape no nos habría mandado sentarnos, nos habría castigado a quedarnos después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

Aquel día elaborábamos una nueva pócima: una solución para encoger.

Apreté los dientes cuando Malfoy colocó su caldero al lado de Ron y de mí, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

—Profesor —dijo Malfoy reprimiendo una sonrisa—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.

Ron se puso rojo como un tomate.

—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.

—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.

Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.

—Pero señor...

Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.

Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.

—Profesor; necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.

—Potter, pela el higo seco de Malfoy —ordenó Snape, echándome la mirada de odio que reservaba especialmente para mi.

Miré con desprecio a Malfoy y de mala gana cogí el higo seco, imaginando metérselo a la boca mientras que Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Pelé el higo seco tan rápido como pude, y se lo lancé a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.

—¿Han visto últimamente a su amigo Hagrid? —nos preguntó Malfoy en voz baja.

—A ti no te importa —murmuré entrecortadamente, sin levantar la vista.

—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...

—Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.

—... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo saben. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?

Dejé de preparar mi poción porque mis manos comenzaron a temblarme.

—¿Así que por eso haces teatro? —pregunté, cortándole sin querer la cabeza a un ciempiés muerto, ya que la mano mr temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid? Eres un…

—Bueno —interrumpió Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.

—No te cansas de ser tan idiota, ¿eh? —murmuré con odio—A ti no te importa echarle perder la vida de alguien.

Malfoy se llevó una mano al pecho con un gesto ofendido. Antes de que pudiera decirle de qué se iba a morir, Neville me distrajo. Unos calderos más allá, el pobre Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo brillante, se había convertido en...

—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime, muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo que hacer para que comprendas, Longbottom?

Cerré mis puños, olvidando mi odio hacia Malfoy. Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.

—Por favor; profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo...

—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá eso te anime a hacer las cosas correctamente.

Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.

—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.




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