Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO OCHO

En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Dejando atrás mi descontento con Lupin, descubrí que era demasiado buena con esta materia y eso me encantaba. Sólo Draco Malfoy y su banda de tontos criticaban al profesor Lupin.

—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera. Después de los boggarts estudiamos a los gorros rojos, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasamos a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.

Habría querido que mis otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabíamos por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca.

Y aun peor, si eso fuera posible; también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que me miraba. No me podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba insoportable, como si supieran cosas que los demás ignorábamos. Habían comenzado a hablarme en susurros, como si se encontraran en mi lecho de muerte. 

Lamentablemente a nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasábamos lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que me mantuvo ocupada, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

Era agradable estar de nuevo, entrenando con mis compañeros de equipo. Angelina Johnson, Alicia Spinnet, Katie Bell y yo éramos las únicas chicas. Cuando estuvimos en los vestidores encontramos a Oliver un poco diferente.

—Acérquense, chicas—dijo con cierto tono de desesperación cuando nos vio—Esta junta es demasiado importante para nuestro desempeño de este año.

—¿Es mi imaginación o Oliver está más raro de lo normal? —preguntó Katie con aire inseguro.

—Espero que sea tu imaginación—murmuré.

—Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de quidditch —musitó Wood, paseándose con paso firme delante de nosotros—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos..., cancelación del torneo el curso pasado... — Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor... equipo... de este... colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia, Angelina y Katie—. Tenemos dos golpeadores invencibles.

—Déjalo ya, Oliver; nos estás avergonzando —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.

—¡Y tenemos una brillante buscadora que nos ha hecho ganar todos los partidos! — dijo Wood, con voz retumbante y mirándome con orgullo incontenible haciendo que sonriera un poco incómoda—. Y estoy yo —añadió.

—Nosotros creemos que tú también eres bueno —dijo George.

—Un guardián muy bueno —confirmó Fred.

—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de quidditch debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Allie se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella...

Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.

—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.

—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.

—Por supuesto —corroboré.

Con la moral alta, comenzamos las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.

Una tarde, después del entrenamiento, regresé a la sala común de Gryffindor con frío y entumecida, pero contenta por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontré la sala muy animada.




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