Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO DOCE

Sabía que la intención de Will y Hermione había sido buena, pero eso no me impidió enfadarme con ellos. Había sido propietaria de la mejor escoba del mundo durante unas horas y, por culpa de ellos, ya no sabía si la volvería a ver. Estaba segura de que no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en qué estado se encontraría después de pasar todas las pruebas antihechizos?

Ron también estaba enfadado con Hermione y su hermano. En su opinión, desmontar una Saeta de Fuego completamente nueva era un crimen. Los chicos que seguían convencidos de que había hecho lo que debían, comenzaron a evitar la sala común. Ron y yo supusimos que se habían refugiado en la biblioteca y no intentamos persuadirnos de que salieran de allí. Nos alegramos de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de Gryffindor volviera a estar abarrotada de gente y de bullicio.

Wood me buscó la noche anterior al comienzo de las clases.

—¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin esperar respuesta, se sentó, bajó la voz—: He estado meditando durante las vacaciones, Allie. Después del último partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente... no nos podemos permitir que tú... bueno...

Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo.

—Estoy trabajando en ello —repuse rápidamente. No quería perder mi puesto como buscadora—. El profesor Lupin me dijo que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores. Comenzaremos esta semana. Dijo que después de Navidades estaría menos atareado.

—Ya —suspiró Wood. Su rostro se animó y me sentí aliviada—. Bueno, en ese caso... Realmente no quería perderte como buscadora; Allie. ¿Has comprado ya otra escoba?

—No —contesté con amargura.

Si tan solo supiera...

—¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa Estrella Fugaz en el partido contra Ravenclaw.

—Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Ron cruzándose de brazos, aun recordando cuando McGonagall me la quitó.

El rostro de Oliver se iluminó por la emoción.

—¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio? ¿Una Saeta de Fuego de verdad?

—No te emociones, Oliver —musité con tristeza—. Ya no la tengo. Me la confiscaron. —Y expliqué que estaban revisando la Saeta de Fuego en aquellos instantes.

—¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada?

—Sirius Black —expliqué sin entusiasmo—. Parece que va detrás de mí. Así que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado.

Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por mi vida; Wood se puso de pie de un salto.

—¡Pero Sirius Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un fugitivo. Todo el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch y comprar una escoba?

—Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla.

Wood se puso pálido.

—Iré a hablar con ella, Allie —me prometió—. La haré entrar en razón... Una Saeta de Fuego... ¡una auténtica Saeta de Fuego en nuestro equipo! Ella tiene tantos deseos como nosotros de que gane Gryffindor... La haré entrar en razón... ¡Una Saeta de Fuego...!  

Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una mañana de enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasamos una clase inusualmente agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los troncos incandescentes que se iban desmoronando. La primera clase de Adivinación del nuevo trimestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney nos enseñaba ahora quiromancia y se apresuró a informarme de que tenía la línea de la vida más corta que había visto nunca.

A la clase que tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Después de la conversación con Wood, quería comenzar las clases contra los dementores tan pronto como fuera posible.

—Ah, sí —dijo Lupin, cuando le recordé su promesa al final de la clase—. Veamos... ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de Historia de la Magia será bastante grande... Tendré que pensar detenidamente en esto... No podemos traer a un dementor de verdad al castillo para practicar...

—Aún parece enfermo, ¿verdad? —me preguntó Ron por el pasillo, camino del Gran Comedor—¿Qué crees que le pasa?

—No lo sé, solo espero que no se grave.

Oímos un «chist» de impaciencia detrás de nosotros. Era Hermione, que había estado sentada a los pies de una armadura, ordenando la mochila, tan llena de libros que no se cerraba.

—¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado.

—Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro.

—Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú...

—Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de superioridad exasperante.

—¿A qué te refieres? —quise saber, cruzándome de brazos.

—Si no nos lo quieres decir, no lo hagas —dijo Ron con brusquedad.

—Vale —respondió Hermione, y se marchó altivamente.

—No lo sabe —replicó Ron, siguiéndola con los ojos y resentido—. Sólo quiere que le volvamos a hablar. 

A las ocho de la tarde del jueves, salí de la torre de Gryffindor para acudir al aula de Historia de la Magia. Cuando llegué estaba a oscuras y vacía, pero encendí las luces con la varita mágica y al cabo de cinco minutos apareció el profesor Lupin, llevando una gran caja de embalar que puso encima de la mesa del profesor Binns.

—¿Qué es? —pregunté curiosa.

—Otro boggart —respondió Lupin, quitándose la capa—. He estado buscando por el castillo desde el martes y he tenido la suerte de encontrar éste escondido dentro del archivador del señor Filch. Es lo más parecido que podemos encontrar a un auténtico dementor. El boggart se convertirá en dementor cuando te vea, de forma que podrás practicar con él. Puedo guardarlo en mi despacho cuando no lo utilicemos, bajo mi mesa hay un armario que le gustará.




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