Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO CATORCE

En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche. Sabíamos que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común. Esperando a saber si habían atrapado a Black o no.

Algunos chicos caminaban por toda la sala con aire preocupado y otros no se atrevían a volver a sus dormitorios solos.

Me senté al lado de Ron mientras mordía mis uñas nerviosamente. Aun seguía sin poder creer haya estado apunto de matar a mi mejor amigo, porque… ¿Para qué quería un cuchillo, si no era para hacerle daño a Ron?

Él temblaba un poco y pasé el brazo por su hombro. No le culpaba. Tenía miedo y la verdad, yo también. Will no dejaba de mirarnos y prefirió no acercarse. Solo se quedó cerca de Hermione, quien estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Quería ir con ella pero Ron me necesitaba más.

Las horas se volvieron eternas mientras esperábamos por alguna novedad. La mayoría decidió quedarse y nos acomodamos en los sillones para dormir un poco. Sabía que nadie podía cerrar los ojos a causa de la preocupación de que Black apareciera otra vez. Percy montó guardia con otros chicos mayores para que los demás nos sintiéramos tranquilos.

Poco antes del amanecer, la profesora McGonagall volvió pero por su cara parecía que no tenía buenas noticias. Sirius Black logró escapar de nuevo. La medidas de seguridad fueron más rigurosas a cualquier sitio que pasáramos. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la Señora Gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.

No pude  dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada.

Me pareció lo mejor decirle a Will sobre el mapa del Merodeador y sobre mi excursión secreta a Hogsmeade pero me llevé una gran sorpresa al enterarme que él ya sabía de su existencia.  

—¿Desde cuándo lo sabías? —preguntó Ron atónito.

—Lo utilicé un par de veces—admitió un poco avergonzado—Pero ese no es el punto—de pronto pareció muy severo y me veía con la mirada que cada vez yo hacía algo mal—Esto no es un juego.

Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Will, Ron, Hermione y yo, éramos los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto.

—¿Crees que deberíamos decírselo a un profesor? —le pregunté a Will.

—Dudo que sea buena idea—dijo poco convencido—Nos meteríamos en problemas si Dumbledore se enterara de dónde sacaste eso.

—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído.

Me alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con tablas, incluso ya no podría volver a Hogsmeade, aun en contra de las advertencias de Will.

Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a mi, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.

—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.

—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando.

También me preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de dormitorio, no había decidido silenciar a Ron y luego dirigirse hacia la mía? ¿acaso quería hacerle daño a Will? Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, ni mucho menos a su hijo, y en aquella ocasión se enfrentaba a cuatro chicos indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos.

—Quizá se diera cuenta de que le iba a costar salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —murmuré pensativamente—. Habría tenido que matar a todo el colegio para salir a través del retrato... Y entonces se habría encontrado con los profesores...

Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.

Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor; llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Ron y yo, que estábamos sentados al otro lado de la mesa, reconocimos enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre.

—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.

Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia.




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