Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO DIECISÉIS

La euforia por haber ganado la copa de quidditch me duró al menos una semana. Incluso el clima pareció celebrarlo. A medida que se aproximaba junio, los días se volvieron menos nublados y más calurosos, y lo que a todo el mundo le apetecía era pasear por los terrenos del colegio y dejarse caer en la hierba, con grandes cantidades de zumo de calabaza bien frío, o tal vez jugando una partida improvisada de gobstones, o viendo los fantásticos movimientos del calamar gigante por la superficie del lago.

Pero desgraciadamente no podíamos hacerlo. Los exámenes se aproximaban y, en lugar de holgazanear, teníamos que permanecer dentro del castillo haciendo enormes esfuerzos por concentrarnos mientras por las ventanas entraban tentadoras ráfagas de aire estival. Incluso se había visto trabajar a Fred y a George; estaban a punto de obtener el TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). Percy se preparaba para el ÉXTASIS (Exámenes Terribles de Alta Sabiduría e Invocaciones Secretas), la titulación más alta que ofrecía Hogwarts. Como Percy quería entrar en el Ministerio de Magia, necesitaba las máximas puntuaciones. Se ponía cada vez más nervioso y castigaba muy severamente a cualquiera que interrumpiera por las tardes el silencio de la sala común. De hecho, la única persona que parecía estar más nerviosa que Percy era Hermione.

Will, Ron y yo habíamos dejado de preguntarle cómo se las apañaba para acudir a la vez a varias clases, pero no pudimos contenernos cuando vimos el calendario de exámenes que tenía. La primera columna indicaba: 

LUNES

9 en punto: Aritmancia

9 en punto: Transformaciones

Comida

1 en punto: Encantamientos

1 en punto: Runas Antiguas

—¿Hermione? —musitó Will con cautela, porque aquellos días saltaba fácilmente cuando la interrumpían—. Eeeh... ¿estás segura de que has copiado bien el calendario de exámenes?

—¿Qué? —dijo Hermione bruscamente, cogiendo el calendario y observándolo—. Claro que lo he copiado bien.

—¿Serviría de algo preguntarte cómo vas a hacer dos exámenes a la vez? —le preguntó Ron.

—No —respondió Hermione lacónicamente—. ¿Han visto mi ejemplar de Numerología y gramática?

Hermione empezó a revolver entre montañas de pergaminos en busca del libro. Entonces se oyó un leve roce en la ventana. Hedwig entró aleteando, con un sobre fuertemente atenazado en el pico.

—Es de Hagrid —anuncié, abriendo el sobre y mi ánimo se fue por los suelos al leer la nota—. La apelación de Buckbeak se ha fijado para el día 6.

—Es el día que terminamos los exámenes —observó Hermione, que seguía buscando el libro de Aritmancia.

—Y tendrá lugar aquí—chasqueé la lengua—Vendrá alguien del Ministerio de Magia y un verdugo.

Hermione levantó la vista, sobresaltada.

—¡Traen a un verdugo a la sesión de apelación! Es como si ya estuviera decidido.

—Sí, eso parece —dijo Will pensativo.

—¡No pueden hacerlo! —gritó Ron—. ¡He pasado años leyendo cosas para su defensa! ¡No pueden pasarlo todo por alto!

Pero tenía la horrible sensación de que la Comisión para las Criaturas Peligrosas había tomado ya su decisión, presionada por el señor Malfoy. Draco, que había estado notablemente apagado desde el triunfo de Gryffindor en la final de quidditch, había recuperado parte de su anterior petulancia. Por los comentarios socarrones que entreoía, Malfoy estaba seguro de que matarían a Buckbeak, y parecía encantado de ser el causante. Lo único que podía hacer era contenerme para no imitar a Hermione cuando abofeteó a Malfoy. Y lo peor de todo era que no tenía tiempo ni ocasión de visitar a Hagrid, porque las nuevas y estrictas medidas de seguridad no se habían levantado, y no me atrevía a recoger la capa invisible del interior de la estatua de la bruja.  

Comenzó la semana de exámenes y el castillo se sumió en un inusitado silencio. Todos los alumnos de tercero salimos del examen de Transformaciones el lunes a la hora de la comida, agotados y lívidos, comparando lo que habíamos hecho y quejándose de la dificultad de los ejercicios, consistentes en transformar una tetera en tortuga. Hermione irritó a todos porque juraba que su tortuga era mucho más galápago, cosa que a los demás les traía sin cuidado.

—La mía tenía un pitorro en vez de cola. ¡Qué pesadilla...!

—¿Las tortugas echan vapor por la boca?

—La mía seguía teniendo un sauce dibujado en el caparazón. ¿Creen que me quitarán puntos?

Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes. Por los nervios, exageré un poco el mío, y Ron, que era mi pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar; los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que había tenido nunca, y además nos concedió muchas oportunidades de hablar con Hagrid.

—Buckbeak está algo deprimido —nos dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que mi gusarajo seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.




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