Mi mente quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los cuatro nos habíamos quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas. Detrás de nosotros oímos un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurré. Sin pensar en lo que hacía, fui a darme la vuelta, pero Will me cogió por el brazo.
—No podemos —dijo Will, blanco como una pared—. Se verá en un problema más serio si se descubre que lo hemos ido a visitar...
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo... han podido...? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido?
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
Reemprendimos el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegamos a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre nosotros como un embrujo.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto...
—No hay manera.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse de Ron.
—¿Qué le ocurre?
Pero acababa de ver a Crookshanks acercándose a nosotros sigilosamente, arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la oscuridad. No sabía si el gato nos veía o se orientaba por los chillidos de Scabbers.
—¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete Crookshanks! ¡Vete!
Pero el gato se acercaba más...
—Scabbers... ¡NO!
Demasiado tarde... La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor; y antes de que Will, Hermione y yo pudiéramos detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la oscuridad.
—¡Ron! —gimió Will.
Por un instante nos miramos y lo seguimos a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que nos las quitamos y la llevamos al vuelo, ondeando como un estandarte mientras seguíamos a Ron. Oíamos delante de nosotros el ruido de nuestros pasos y los gritos que dirigía a Crookshanks.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Oímos un golpe seco.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
Casi chocamos contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto.
—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y el ministro saldrán dentro de un minuto.
Pero antes de que pudiéramos volver a taparnos, antes incluso de que pudiéramos recuperar el aliento, oímos los pasos de unas patas gigantes. Algo se acercaba a nosotros en la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros.
—¡Cuidado!
Will intentó coger la varita, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un gran salto y sus patas delanteras nos golpearon el pecho. Will y yo caímos de espaldas, con un fardo de pelo. Sentí el cálido aliento del fardo, sus dientes de tres centímetros de longitud...
Con el corazón latiéndome aceleradamente, me aparté rodando.. Aturdida, sintiendo como si me hubieran roto las costillas, traté de ponerme en pie; oí rugir al animal, preparándome para un nuevo ataque.
Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra nosotros, Ron me empujó hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron. Grité, embistiéndolo y agarré al animal por el pelo, pero éste arrastraba a Ron con tanta facilidad como si fuera un muñeco de trapo.
Entonces, algo surgido de no se sabía dónde me golpeó tan fuerte en la cara que volvió a derribarme. Will había intentado advertirme, que algo también lo golpeó y lo tiró. Oí a Hermione chillar de dolor y caer también. Desesperada, manoteé en busca de la varita, parpadeando para quitarme la sangre de los ojos.
—¡Lumos! —susurré.
La luz de la varita iluminó un grueso árbol y el alma se me cayó a los pies. Habíamos perseguido a Scabbers hasta el sauce boxeador; y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás adelante para impedir que nos aproximáramos.
Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban perdiendo de vista.
—¡Ron! —gritó Will, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un restallante y terrible trallazo que la obligó a retroceder.
Lo único que podíamos ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en aquel momento.
—¡No puede ser, Ron!
—Allie, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El sauce le había hecho un corte en el hombro.
—¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!—grité.
—No conseguiremos pasar sin ayuda.
Otra rama nos lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.
—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeé, corriendo y zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.
—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio—. ¡Por favor...!
Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.
De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.
—¡Crookshanks! —gritó Hermione, dubitativa. Me cogió por el brazo tan fuerte que me hizo daño—. ¿Cómo sabía...?