Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO VEINTE

 Nunca había formado parte de un grupo tan extraño. Crookshanks bajaba las escaleras en cabeza de la comitiva. Lupin, Pettigrew y Ron lo seguían, como si participaran en una carrera. Detrás iba el profesor Snape, flotando de manera fantasmal, tocando cada peldaño con los dedos de los pies y sostenido en el aire por su propia varita, con la que Sirius le apuntaba. Will, Hermione  y yo cerrábamos la marcha.

Fue difícil volver a entrar en el túnel. Lupin, Pettigrew y Ron tuvieron que ladearse para conseguirlo.

Lupin seguía apuntando a Pettigrew con su varita. Mientras que los veía avanzar de lado, poco a poco, en hilera. Crookshanks seguía en cabeza. Iba inmediatamente detrás de Sirius, que continuaba dirigiendo a Snape con la varita. Éste, de vez en cuando, se golpeaba la cabeza en el techo, y tuve  la impresión de que Sirius no hacía nada por evitarlo.

Will no dijo nada y de vez en cuando intercambiábamos miradas cómplices.

—¿Saben lo que significa entregar a Pettigrew? —nos  dijo Sirius a Will y a mí bruscamente, mientras avanzaban por el túnel.

—Que tú quedarás libre —respondió Will sin mirarlo.

—Sí... —dijo Sirius con media sonrisa—. Allie...No sé si te lo ha dicho alguien, pero yo también soy tu padrino.

—Sí, ya lo sabía —contesté con suavidad

—Bueno, tus padres me nombraron tutor tuyo — Sirius solemnemente—, por si les sucedía algo a ellos... —Lo miré sorprendida . ¿Quería decir Sirius lo que estaba imaginando?— Por supuesto —prosiguió Black—, comprendo que prefieras seguir con tus tíos al igual que Will. Pero... medítenlo. Cuando mi nombre quede limpio...quisiera ganarme tu confianza hijo y si quisieran cambiar de casa...

Se me encogió el estómago.

—¿Qué? ¿Vivir contigo? —pregunté, golpeándome accidentalmente la cabeza contra una piedra que sobresalía del techo—. ¿Abandonar a los Dursley?

—Claro, ya me imaginaba que no querrías —intervino inmediatamente Sirius—. Lo comprendo. Sólo pensaba que...

—Pero ¿qué dices? —exclamé; con voz tan chirriante como la de Sirius—. ¡Por supuesto que quiero abandonar a los Dursley! ¡Claro que quiero!

Sirius se volvió hacia mi. La cabeza de Snape rascó el techo, pero a Sirius no le importó.

—¿Quieres? ¿Lo dices en serio?

—¡Sí, muy en serio!

Sirius sonrió pero luego se puso serio volviéndose hacia su hijo.

—¿Y qué dices tú Will?

Will lo miró inexpresivo.

—Aún no lo sé—dijo con voz ronca—Es demasiado pronto para mí, necesito asimilar todo esto.

—Sé que no tengo el derecho de que me llames padre, te prometo que me ganaré tu confianza.

En el rostro demacrado de Sirius se dibujó la primera sonrisa auténtica que había visto en él. La diferencia era asombrosa, como si una persona diez años más joven se perfilase bajo la máscara, consumido. Durante un momento pude reconocer en él al hombre apuesto que sonreía en la boda de mis padres.

No volvimos  a hablar hasta que llegamos  al final del túnel. Crookshanks salió el primero, disparado. Evidentemente había apretado con la zarpa el nudo del tronco, porque Lupin, Pettigrew y Ron salieron sin que se produjera ningún rumor de ramas enfurecidas.

Sirius hizo salir a Snape por el agujero y luego se detuvo para cedernos el paso a Will, a Hermione y a mí. No quedó nadie dentro. Los terrenos estaban muy oscuros. La única luz venía de las ventanas distantes del castillo. Sin decir una palabra, emprendimos el camino. Pettigrew seguía jadeando y gimiendo de vez en cuando. A mi me zumbaba la cabeza. Iba a dejar a los Dursley, iría a vivir con Sirius Black, el mejor amigo de mis  padres... Estaba aturdida. ¡Cuando dijera a los Dursley que me iba a vivir con el presidiario que habían visto en la tele...!

—Un paso en falso, Peter; y... —dijo Lupin delante de ellos, amenazador; apuntando con la varita al pecho de Pettigrew.

Atravesamos los terrenos del colegio en silencio, con pesadez. Las luces del castillo se dilataban poco a poco. Snape seguía inconsciente, fantasmalmente transportado por Sirius, la barbilla rebotándole en el pecho. Y entonces...

Una nube se desplazó. De repente, aparecieron en el suelo unas sombras oscuras. La luz de la luna caía sobre el grupo.

Snape tropezó con Lupin, Pettigrew y Ron, que se habían detenido de repente. Sirius se quedó inmóvil.

—¿Qué sucede? —pregunté.

Con un brazo nos indicó a  Will, a Hermione y a mí  que no avanzáramos.

Observé  la silueta de Lupin. Se puso rígido y empezó a temblar.

—¡Dios mío! —dijo Hermione con voz entrecortada—. ¡No se ha tomado la poción esta noche! ¡Es peligroso!

—Corran —gritó Sirius—. ¡Corran! ¡Ya!

Pero no podía correr. Ron estaba encadenado a Pettigrew y a Lupin. Will y yo saltamos hacia delante, pero Sirius nos agarró por el brazo y nos echó hacia atrás.

—Déjenmelo a mí. ¡CORRAN!

Oímos  un terrible gruñido. La cabeza de Lupin se alargaba, igual que su cuerpo. Los hombros le sobresalían. El pelo le brotaba en el rostro y las manos, que se retorcían hasta convertirse en garras. A Crookshanks se le volvió a erizar el pelo. Retrocedió.

Mientras el licántropo retrocedía, abriendo y cerrando las fauces, Sirius desapareció del lado de mí. Se había transformado. El perro grande como un oso saltó hacia delante. Cuando el licántropo se liberó de las esposas que lo sujetaban, el perro lo atrapó por el cuello y lo arrastró hacia atrás, alejándolo de Ron y de Pettigrew. Estaban enzarzados, mandíbula con mandíbula, rasgándose el uno al otro con las zarpas. Will corrió hacia Ron cuando Lupin y Sirius estuvieron lo suficientemente lejos.

Me quedé  como hipnotizada. Estaba demasiado atenta a la batalla para darme cuenta de nada más. Fue el grito de Hermione lo que me alertó.

Pettigrew había saltado para coger la varita caída de Lupin. Ron, inestable a causa de la pierna vendada, se desplomó en el suelo. Will levantó su varita pero no fue rápido, se oyó un estallido, se vio un relámpago; y Ron y Will quedaron  inmóviles en tierra. Grité. Otro estallido: Crookshanks saltó por el aire y volvió a caer al suelo.




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