Alyssa Potter y El Prisionero de Azkaban

CAPITULO VEINTIUNO

La cabeza me dolía  y mis oídos pitaban. Me removí comenzando a abrir mis párpados pero la luz me obligó a cerrarlos de nuevo. Mi cuerpo me pesaba pero a la vez sentía como si me hubieran arrebatado algo dentro de mi. Todo era confuso e intenté recordar porqué me sentía de esta manera. Pero una voz me distrajo y  mi oído se agudizó..

—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...

—Gracias, señor ministro.

—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mis manos!

—Muchísimas gracias, señor ministro.

—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.

—En realidad fueron los muchachos, señor ministro.

—¡No!

—Sirius Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían. Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara... Obviamente, creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.

—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a la señorita Potter.

—Ya. Pero ¿es bueno para ella que se le conceda un trato tan especial? Personalmente, intento tratarla como a cualquier otro estudiante. Y cualquier otro sería expulsado, al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor ministro: contra todas las normas del colegio... después de todas las precauciones que se han tomado para protegerla... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también ha visitado Hogsmeade, pese a la prohibición.

—Bien, bien..., ya veremos, Snape. La chica ha sido traviesa, sin duda.

Estaba completamente aturdida. Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta mi cerebro, de forma que me costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo. Mis párpados eran demasiado pesados para volver a intentar levantarlos. Quería quedarme allí acostada, en aquella cómoda cama, para siempre...

—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores... ¿Realmente no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?

—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.

—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Allie y la chica...

—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.

Hubo una pausa. Mi cerebro parecía funcionar un poco más aprisa, y al hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en mi estómago.

Abrí los ojos.

Todo estaba borroso. Me hallaba en la oscura enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre mi cama y dándome la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguí  el pelo rojo de Ron.

Volví  la cabeza hacia el otro lado. En las camas de la derecha se hallaban Will y Hermione. La luz de la luna caía sobre sus camas. También ambos tenían los ojos abiertos. Parecían petrificados, y al ver que estaba despierta, Will se llevó un dedo a los labios. Luego señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y de Snape entraban por ella desde el corredor.

La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala hasta mi cama. Me volví para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande que había visto en mi vida. Parecía un pedrusco.

—¡Ah, estás despierta! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en mi mesilla y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.

—¿Cómo está Ron? —preguntamos al mismo tiempo Hermione, Will y yo.

—Sobrevivirá —aseguró la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a ustedes tres, permanecerán aquí hasta que yo esté bien segura de que están... ¿Qué haces, Potter?

Me había incorporado y cogí  mi varita.

—Tengo que ver al director —expliqué, reprimiendo un terrible mareo.

—Potter —susurró con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier momento.

—¿QUÉ? —los tres gritamos  al mismo tiempo.

Salté  de la cama. Hermione y Will hicieron lo mismo. Pero nuestro  grito se había oído en el pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y Snape.

—¿Qué es esto, Allie? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey

—Escuche, señor ministro —dije con impaciencia —. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que los dementores le hagan eso a Sirius, es...

Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.

—Allie, Allie; estás confundida. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a acostarte. Está todo bajo control.

—¡NADA DE ESO! —grité desesperada—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!

—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado a mi y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago. Pettigrew, quiero decir.

—Es cierto, señor ministro—dijo Will poniendo su mano en mi hombro para que me tranquilizara—Allie está diciendo la verdad

—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los tres tienen confundidas las ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...

—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —exclamé mirándolo con enojo.




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