Alyssa Potter y La Cámara Secreta

CAPITULO TRES

— ¡Ron! ¡Will!—exclamé pero inmediatamente me llevé las manos hacia la boca. Escuché atenta temiendo haber despertado a los Dursley pero sentí alivio al oír sus ronquidos. Abrí la ventana para poder hablar con ellos a través de la reja—. ¿Cómo han logrado...? ¿Qué...?

Pero me quedé boquiabierta al darme cuenta de lo que veía. Ron y Will sacaban la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriéndome desde los asientos delanteros, estaban Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, que eran mayores que él.

— ¿Todo bien, Allie?

— ¿Qué ha pasado? —Preguntó Ron ceñudo—. ¿Por qué no has contestado nuestras cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que te habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—No fui yo. Pero ¿cómo se enteró?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Will—. Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio.

Pude notar un poco de reproche en su voz.

— ¡Tiene gracia que tú me lo digas! —repuse, echando un vistazo al coche flotante.

— ¡Esto no cuenta! —Explicó Ron—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que vives...

—No he sido yo, ya se los he dicho—lo interrumpí—Pero es demasiado largo para explicarlo ahora. Miren, pueden decir en Hogwarts que los Dursley me tienen encerrada y que no podré volver al colegio, y está claro que no puedo utilizar la magia para escapar de aquí, porque el ministro pensaría que es la segunda vez que utilizo conjuros en tres días, de forma que...

—Deja de decir tonterías, Potter  —murmuró Will impaciente—. Hemos venido para llevarte a casa con nosotros.

Lo miré sin entender con el corazón latiéndome como loco.

—Pero tampoco ustedes pueden utilizar la magia para sacarme...

—No la necesitamos —repuso Ron, señalando con la cabeza hacia los asientos delanteros y sonriendo—. Recuerda a quiénes hemos traído con nosotros.

—Exacto—corroboró George con una gran sonrisa—Somos los expertos, te damos nuestro sello de garantía.

—Ata esto a la reja —ordenó Fred, arrojándome un cabo de cuerda.

—Si los Dursley se despiertan, me matan —comenté sintiendo una repentina emoción, atando la soga a uno de los barrotes. Fred aceleró el coche.

—No te preocupes —dijo Fred— y apártate.

Me retiré al fondo de la habitación, donde estaba Hedwig, que parecía haber comprendido que la situación era delicada y se mantenía inmóvil y en silencio. El coche aceleró más y más, y de pronto, con un sonoro crujido, la reja se desprendió limpiamente de la ventana mientras el coche salía volando hacia el cielo. Corrí a la ventana y vi que la reja había quedado colgando a sólo un metro del suelo. Entonces Ron fue recogiendo la cuerda hasta que tuvo la reja dentro del coche. Agudicé mi oído preocupada, pero no oí ningún sonido que proviniera del dormitorio de los Dursley.

Después de que Ron dejara la reja en el asiento trasero, a su lado, Fred dio marcha atrás para acercarse tanto como pudo a mi ventana.

—Entra —ordenó Will tendiéndome la mano.

—Pero todas mis cosas de Hogwarts... Mi varita mágica, mi escoba...

— ¿Dónde están?

—Guardadas bajo llave en la alacena de debajo de las escaleras. Y yo no puedo salir de la habitación.

—No te preocupes —dijo George desde el asiento del acompañante—. Quítate de ahí, Allie.

Fred y George entraron en mi habitación trepando con cuidado por la ventana.

Tenía que reconocer que los gemelos lo hacían demasiado bien. George se sacó del bolsillo una horquilla del pelo para forzar la cerradura.

—Muchos magos creen que es una pérdida de tiempo aprender estos trucos muggles —observó Fred—, pero nosotros opinamos que vale la pena adquirir estas habilidades, aunque sean un poco lentas.

Se oyó un ligero «clic» y la puerta se abrió.

—Tienes que enseñarme eso—dije de inmediato—Eso me puede servir.

—No te apresures, Potter. Primero lo primero.

—Bueno, nosotros bajaremos a buscar tus cosas. Recoge todo lo que necesites de tu habitación y ve dándoselo a Will y Ron por la ventana —susurró George.

—Tengan cuidado con el último escalón, porque cruje —les susurré mientras los gemelos se internaban en la oscuridad.

Will entró de un pequeño salto mientras que yo guardaba mi ropa. Al principio, observó mi habitación frunciendo el ceño pero su expresión se volvió más seria cuando encontró los platos al lado de la gatera.

—Esos Muggles son unos…—gruñó apretando los dientes.

—No es nada—dije sin tomarle importancia—Estoy bien.

—Te estaban torturando.

Me di cuenta que estaba conteniendo su furia. Bajé la mirada incapaz de observar su rostro. Le di la espalda mientras fui tomando mis cosas de la habitación y se las pasaba a Ron a través de la ventana. Minutos después aparecieron los gemelos con mi baúl y para mi alivio, Will los ayudó en silencio. Escuché a tío Vernon toser.

Una vez que revisara que nada faltara, llevaron mi baúl a través de mi habitación hasta la ventana abierta. Fred pasó al coche para ayudar a Ron a subir el baúl mientras que Will, George y yo lo empujábamos desde la habitación. Centímetro a centímetro, el baúl fue deslizándose por la ventana.

Tío Vernon volvió a toser.

—Un poco más —jadeó Fred, que desde el coche tiraba del baúl—, empujen con fuerza...

Will, George  y yo empujamos con los hombros, y el baúl terminó de pasar de la ventana al asiento trasero del coche.

—Estupendo, vámonos —felicitó George en voz baja.

Pero al subir al alféizar de la ventana, oí un potente chillido detrás de mi, seguido por la atronadora voz de tío Vernon.

— ¡ESA MALDITA LECHUZA!

Will y yo nos miramos con los ojos abiertos.




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