Alyssa Potter y La Cámara Secreta

CAPITULO CUATRO

Había pasado exactamente una semana desde que los chicos me rescataron de las garras de mis tíos y en todo ese tiempo, jamás había sido tan feliz. Pasar el resto del verano en La Madriguera fue lo mejor que me había pasado, en definitiva no se arecía en nada a la vida que tenía en Privet Drive. Los Dursley lo querían todo limpio y ordenado; en cambio, la casa de los Weasley estaba llena de sorpresas y cosas asombrosas. Me llevé un buen susto la primera vez que me miré en el espejo que había sobre la chimenea de la cocina, y el espejo me gritó: « ¡Vaya pinta! ¡Qué pálida estás!» El espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que reinaba demasiada tranquilidad en la casa. Y las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales. Lo que encontraba más raro en casa de Ron, sin embargo, no era el espejo parlante ni el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos me querían.

Gustosamente me dejé consentir por la señora Weasley, quien se preocupaba por el estado de mi ropa e intentaba hacerme comer cuatro raciones en cada comida. Su manera de cuidarme me hacía sentir muy querida. Al señor Weasley le gustaba que me sentara a su lado en la mesa para someterme a un interrogatorio sobre mi vida con los muggles, y le preguntaba cómo funcionaban cosas tales como los enchufes o el servicio de correos. Jamás había conocido a un mago tan apasionado con los Muggles y eso que había conocido a unos muy raros. En lugar de incomodarme, siempre terminaba por divertirme.

— ¡Fascinante! —Decía, cuando le explicaba cómo se usaba el teléfono—. Son ingeniosas de verdad, las cosas que inventan los muggles para apañárselas sin magia.

Los chicos Weasley no dudaron en adoptarme como a una hermana que nunca tuvieron. Procuraban llevarme todas las tardes a jugar quidditch hasta cansarnos y yo quedaba encantada.

Sin embargo, los peores momentos que pasaba en La Madriguera eran en la noche. Mis pesadillas logaron alcanzarme en el único lugar (a parte de Hogwarts) en el que me sentía bienvenida. Durante el día me proponía agotarme todo lo que podía para no despertar gritando porque no quería que los Weasley me vieran con lastima.

Esta mañana era muy soleada. Después de un largo sueño, Ron y yo bajamos a desayunar. Los únicos en la cocina eran los señores Weasley, Will y Gideon.

Al verme, Gideon dio sin querer un golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito. Gideon solía tirar las cosas cada vez que entraba en la habitación donde él estaba. Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate. Will soltó una risa pero supo disimularlo con una tos después de lanzarle una mirada de molestia.

Le sonreí con amabilidad a Gideon, aunque eso logró ponerlo más rojo. Había fracasado estrepitosamente en entablar una larga conversación con él durante mi estadía pero su timidez era un verdadero obstáculo.

Me senté y cogí la tostada que me pasaba la señora Weasley.

—Qué bueno que ya despertaron—dijo ella apretando suavemente mi mejilla.

—Han llegado cartas del colegio —dijo el señor Weasley entregando los sobres a sus hijos y para mi sorpresa, también me llegó una a mi. Los sobres idénticos de pergamino amarillento, con la dirección escrita en tinta verde—. Dumbledore ya sabe que estás aquí, Allie; a ése no se le escapa una. También han llegado cartas para ustedes dos —añadió, al ver entrar tranquilamente a Fred y George, todavía en pijama.

Hubo unos minutos de silencio mientras leíamos las cartas. A mí me indicaban que cogiera el tren a Hogwarts el 1 de septiembre, como de costumbre, en la estación de Kings Cross. Se adjuntaba una lista de los libros de texto que necesitaría para el curso siguiente: 

Los estudiantes de segundo curso necesitarán:

—El libro reglamentario de hechizos (clase 2), Miranda Goshawk.

—Recreo con la «banshee», Gilderoy Lockhart.

—Una vuelta con los espíritus malignos, Gilderoy Lockhart.

—Vacaciones con las brujas, Gilderoy Lockhart.

—Recorridos con los trolls, Gilderoy Lockhart.

—Viajes con los vampiros, Gilderoy Lockhart.

—Paseos con los hombres lobo, Gilderoy Lockhart.

—Un año con el Yeti, Gilderoy Lockhart. 

 

Después de leer la lista, Fred echó un vistazo a la mía.

— ¡También a ti te han mandado todos los libros de Lockhart! —exclamó—. El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras debe de ser un fan suyo; apuesto a que es una bruja.

En ese instante, Fred vio que su madre lo miraba severamente, y trató de disimular untándose mermelada en el pan.

—Todos estos libros no resultarán baratos —observó George, mirando de reojo a sus padres—. De hecho, los libros de Lockhart son muy caros...

—Bueno, ya nos apañaremos —repuso la señora Weasley aunque parecía preocupada—. Espero que a Gideon le puedan servir muchas de sus cosas.

— ¿Es que ya vas a empezar en Hogwarts este curso? —pregunté emocionada a Gideon esbozando una sonrisa.

Él asintió con la cabeza, enrojeciendo hasta la raíz del pelo, que era de color rojo encendido, y metió el codo en el plato de la mantequilla. Afortunadamente, fui la única que se dio cuenta, porque Percy el hermano mayor de Ron, entraba en aquel preciso instante. Ya se había vestido y lucía la insignia de prefecto de Hogwarts en el chaleco de punto.

—Buenos días a todos —saludó Percy con voz segura—. Hace un hermoso día.

Se sentó en la única silla que quedaba, pero inmediatamente se levantó dando un brinco, y quitó del asiento un plumero gris medio desplumado. O al menos eso es lo que pensé que era, hasta que vi que respiraba.

— ¡Errol! —Exclamó Ron, cogiendo a la maltratada lechuza y sacándole una carta que llevaba debajo del ala—. ¡Por fin! Aquí está la respuesta de Hermione. Le escribí contándole que te íbamos a rescatar de los Dursley




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