Alyssa Potter y La Cámara Secreta

CAPITULO SEIS

No sabía por qué había tenido la tonta idea de que todo iba a mejorar al día siguiente. Las cosas fueron de mal en peor desde el desayuno en el Gran Salón.  Mi hermoso cielo encantado tenía un pálido y triste color grisáceo y debajo de él, las cuatro grandes mesas correspondientes a las cuatro casas estaban repletas de soperas con gachas de avena, fuentes de arenques ahumados, montones de tostadas y platos con huevos y beicon. Mi siquiera el ostentoso desayuno me puso de buen humor. Ron y yo nos sentamos en la mesa de Gryffindor junto a Hermione y a Will, ambos con libros de tapas gruesas que tenían apoyados en los frascos de mermelada. La frialdad con que nos dijeron «buenos días», me hizo pensar que todavía nos reprochaban la manera en que habíamos llegado al colegio. Neville Longbottom, por el contrario, nos saludó alegremente. Neville era un muchacho de cara redonda, propenso a los accidentes, y era la persona con peor memoria de entre todas las que había conocido nunca.

—El correo llegará en cualquier momento —comentó Neville—; supongo que mi abuela me enviará las cosas que me he olvidado.

Efectivamente, acababa de empezar mis gachas de avena cuando un centenar de lechuzas penetraron con gran estrépito en la sala, volando sobre nuestras cabezas, dando vueltas por la estancia y dejando caer cartas y paquetes sobre la alborotada multitud. Un gran paquete de forma irregular rebotó en la cabeza de Neville, y un segundo después, una cosa gris cayó sobre la taza de Hermione, salpicándonos a todos de leche y plumas.

— ¡Errol! —bufó Will, sacando por las patas a la empapada lechuza. Errol se desplomó, sin sentido, sobre la mesa, con las patas hacia arriba y un sobre rojo y mojado en el pico.

­—¡No...! —exclamó Ron con el rostro repentinamente pálido.

—No te preocupes, no está muerto —dijo Hermione, tocando a Errol con la punta del dedo.

—No es por eso... sino por esto.

Ron señalaba el sobre rojo. A mí no me parecía que tuviera nada de particular, pero Neville lo miraba como si pudiera estallar en cualquier momento, mientras que Will tenía una expresión de total satisfacción.

—Esto se va a poner interesante—dijo Will con una sonrisa amplia.

— ¿Qué pasa? —pregunté temiendo haberme perdido de algo.

—Me han enviado un vociferador—musitó Ron con un hilo de voz.

—Será mejor que lo abras —opinó Neville, en un tímido susurro—. Si no lo hicieras, sería peor. Mi abuela una vez me envió uno, pero no lo abrí y... —tragó saliva— fue horrible.

Contemplé los rostros aterrorizados y luego el sobre rojo.

— ¿Qué es un vociferador?  

Pero Ron y Will fijaban toda su atención en la carta, que había empezado a humear por las esquinas.

—Ábrela —recomendó Will reprimiendo la risa—. Será cuestión de unos minutos.

Ron lo contempló con profundo desprecio. Después alargó una mano temblorosa, le quitó a Errol el sobre del pico con mucho cuidado y lo abrió. Neville se tapó los oídos con los dedos. No comprendí por qué lo había hecho hasta una fracción de segundo después. Por un momento, creí que el sobre había estallado; en el salón se oyó un bramido tan potente que desprendió polvo del techo.

—... ROBAR EL COCHE, NO ME HABRÍA EXTRAÑADO QUE TE EXPULSARAN; ESPERA A QUE TE ATRAPE, SUPONGO QUE NO TE HAS PARADO A PENSAR LO QUE SUFRIMOS TU PADRE Y YO CUANDO VIMOS QUE EL COCHE NO ESTABA...

Los gritos de la señora Weasley, cien veces más fuertes de lo normal, hacían tintinear los platos y las cucharas en la mesa y reverberaban en los muros de piedra de manera ensordecedora. En el salón, la gente se volvía hacia todos los lados para ver quién era el que había recibido el vociferador, y Ron se encogió tanto en el asiento que sólo se le podía ver la frente colorada.

—... ESTA NOCHE LA CARTA DE DUMBLEDORE, CREÍ QUE TU PADRE SE MORÍA DE LA VERGUENZA, NO TE HEMOS CRIADO PARA QUE TE COMPORTES ASÍ, ALLIE Y TU PODRÍAN HABERSE MATADO...

Me había estado preguntando cuándo aparecería mi nombre. Trataba de hacer como que no oía la voz que me estaba perforando los tímpanos.

—... COMPLETAMENTE DISGUSTADO, EN EL TRABAJO DE TU PADRE ESTÁN HACIENDO INDAGACIONES, TODO POR TU CULPA, Y SI VUELVES A HACER OTRA, POR PEQUEÑA QUE SEA, TE SACAREMOS DEL COLEGIO.

Se hizo un silencio en el que resonaban aún las palabras de la carta. El sobre rojo, que había caído al suelo, ardió y se convirtió en cenizas. Ron quedó aturdido, como si un maremoto le hubiera pasado por encima. Algunos se rieron y, poco a poco, el habitual alboroto retornó al salón.

Hermione cerró el libro Viajes con los vampiros y miró a Ron, que seguía encogido.

—Bueno, no sé lo que esperabas, pero tu...

—No me digas que no lo merezco —atajó Ron de mal talante.

—Pero yo sí te lo voy a decir—dijo Will con aire severo—Fuiste imprudente y ahora papá está en problemas por tu culpa.

Aparté mi plato de gachas. El sentimiento de culpabilidad me revolvía las tripas. El señor Weasley tendría que afrontar una investigación en su trabajo. Después de todo lo que los padres de Ron habían hecho por mi durante el verano...

—En verdad lo siento, Ron—murmuré, avergonzada.

La mirada de Ron se suavizó.

—No fue tu culpa—sonrió, animándome—Después de todo, fue mi idea.

Pero no tuve demasiado tiempo para pensar en aquello, porque la profesora McGonagall recorría la mesa de Gryffindor entregando los horarios. Tomé el mío y vi que tenía en primer lugar dos horas de Herbología con los de la casa de Hufflepuff.

Ron, Hermione y yo abandonamos juntos el castillo, cruzamos la huerta por el camino y nos dirigimos a los invernaderos donde crecían las plantas mágicas. El vociferador había tenido al menos un efecto positivo: parecía que Hermione consideraba que nosotros ya habíamos tenido suficiente castigo y volvía a mostrarse amable.

Al dirigirnos a los invernaderos, vimos al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout. Acabábamos de llegar cuando la vimos acercarse con paso decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart. La profesora Sprout llevaba un montón de vendas en los brazos, y sintiendo otra punzada de remordimiento, vi a lo lejos que el sauce boxeador tenía varias de sus ramas en cabestrillo.




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