Alyssa Potter y La Cámara Secreta

CAPITULO FINAL

Hubo un momento de silencio cuando aparecimos en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en mi caso, sangre. Luego alguien gritó:

— ¡Gideon!

Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hijo.

Sin embargo, miraba detrás de ellos. El profesor Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de mi para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darnos cuenta, nos encontramos atrapados en el abrazo de la señora Weasley

— ¡Lo han salvado! ¡Lo han salvado! ¿Cómo lo hicieron?

—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la profesora McGonagall.

La señora Weasley me soltó. Dudé un instante, luego me acerqué a la mesa y deposité encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que quedaba del diario de Riddle.

Comencé a contarlo todo. Hablé durante casi un cuarto de hora, mientras los demás me escuchaban absortos y en silencio. Conté lo de la voz que no salía de ningún sitio; que Hermione había comprendido que lo que  oía era un basilisco que se movía por las tuberías; que Will, Ron y yo seguimos a las arañas por el bosque; que Aragog nos había dicho dónde había matado a su víctima el basilisco; que había adivinado que Myrtle la Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los aseos...

—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando hice una pausa—, así que averiguaste dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas, añadiría yo. Pero ¿cómo demonios conseguiste salir con vida, Potter?

Esa era una buena pregunta.

Así que con la voz ronca de tanto hablar, les relaté la oportuna llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que me proporcionó la espada. Pero luego titubeé. Había evitado hablar sobre la relación entre el diario de Riddle y Gideon. Él apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si lo expulsaban? El diario de Riddle no serviría ya como prueba, pues había quedado inservible... ¿cómo podrían demostrar que era el causante de todo?

Instintivamente, miré a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa. La hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.

—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se las arregló lord Voldemort para embrujar a Gideon, cuando mis fuentes me indican que actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.

Me sentí maravillosamente aliviada.

— ¿Qué... qué? —Preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui- quién? ¿Gideon embrujado? Pero Gideon no ha... Gideon no ha sido... ¿verdad?

—Fue el diario —intervine inmediatamente, cogiéndolo y enseñándoselo a Dumbledore—. Riddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.

Dumbledore cogió el diario que sostenía  y examinó minuciosamente sus páginas quemadas y mojadas.

—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente el alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los Weasley, que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se llamó antes Tom Riddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en Hogwarts. Desapareció tras abandonar el colegio... Recorrió el mundo..., profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato con los peores de entre los nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta tal punto que cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible. Prácticamente nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y encantador que recibió aquí el Premio Anual.

—Pero Gideon —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestro Gideon con él?

— ¡Su... su diario! —Dijo Gideon entre sollozos—. He estado escribiendo en él, y me ha estado contestando durante todo el curso...

— ¡Gideon! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa? ¿Qué te he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de pensar pero de las cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me enseñaste el diario a mí o a tu madre? Un objeto tan sospechoso como ése, ¡tenía que ser cosa de magia negra!

—No..., no lo sabía —sollozó Gideon—. Lo encontré dentro de uno de los libros que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y se le había olvidado...

—El joven Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció Dumbledore con voz firme—. Para él ha sido una experiencia terrible. No habrá castigo. Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios. —Fue a abrir la puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate caliente. A mí siempre me anima —añadió, guiñándole un ojo bondadosamente—. La señora Pomfrey estará todavía despierta. Debe de estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco. Seguramente despertarán de un momento a otro.

— ¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.

—No les han causado un daño irreversible —dijo Dumbledore.

La señora Weasley salió con Gideon, y el padre iba detrás, todavía muy impresionado.

— ¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la profesora McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te puedo pedir que vayas a avisar a los de la cocina?

—Bien —aceptó resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose también hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con Potter, Black y Weasley.

—Eso es —dijo Dumbledore.

Salió, y los chicos y yo miramos a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había querido decir exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar cuentas»? ¿Acaso nos iban a castigar? ¿Después de que casi muero por enfrentar a un basilisco?

—Creo recordar que les dije que tendría que expulsarlos si volvían a quebrantar alguna norma del colegio —dijo Dumbledore mirándonos a Ron y a mi.




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