Alyssa Potter y La Piedra Filosofal

CAPITULO UNO

Una brisa helada golpeaba con intensidad en las calles de Londres. Era uno de los días más fríos que se podía recordar. El cielo comenzaba a opacarse y los peatones miraron con recelo las nubes oscuras que se formaban. Cuando un rayo cruzó por encima de sus cabezas, caminaron más deprisa mientras se aferraban a sus sombreros y abrigos.

Una tormenta se estaba acercando. El ambiente glaciar era muy común para los londinenses, el cual duraba casi todo el año. Pero lo que ignoraba la mayoría era que el lúgubre clima estaba anunciando una verdadera tragedia.

Durante la tarde, aparecieron personas con ropas inusuales que caminaban por las calles, con cierta ansiedad marcada en sus rostros. Todos ellos murmuraban las nuevas noticias con agitación. Hace años que no se habían sentido libres y al fin, podían volver a ver un nuevo amanecer. Los demás transeúntes los observaban con desconcierto y a los extraños parecía no importarles. Ni siquiera se esforzaban por pasar desapercibidos.

Solamente se reunieron entre los demás, con aquellos hombres que eran diferentes a ellos y a los que era mejor dejar bajo la seguridad de la ignorancia. Las personas comunes desconocían la existencia de un mundo diferente. Un mundo donde sucedían cosas extraordinarias. Un mundo donde al parecer casi todo era posible.

Un mundo donde existía la magia.

En el transcurso de aquel día, toda la nación había sido testigo de cosas extrañas y maravillosas. Bandadas de lechuzas por el día y lluvia de estrellas por la noche. ¿Cómo era posible que se vieran lechuzas con comportamiento extraño? ¿Y la lluvia de estrellas en otoño? Realmente nadie podía ni siquiera adivinar lo que estaba ocurriendo. Y todo era consecuencia de una verdadera celebración de magos y brujas.

Tal vez era algo imposible para el resto de las personas, pero aquella reunión formaba parte del acontecimiento más importante en toda la historia mágica. Era una celebración y un tributo para aquellos que ya no estaban y que no podían presenciar el comienzo de una nueva esperanza. Algo que no iban a olvidar fácilmente y que quedaría escrito para las demás generaciones.

Pero lo más sorprendente era que todo era gracias a una niña. Y el suceso más significativo de la historia, daría inicio en el lugar menos esperado.

Era más de media noche, cuando un hombre apareció en una pintoresca población llamada Little Whinging. Su presencia había sido tan repentina que parecía haber surgido desde las sombras. Su rizado cabello pelirrojo y su capa de viaje, ondeaban junto con las hojas de los arbustos de los pequeños jardines. Tenía un porte recto, seguro y distinguido; todo en él indicaba que no pertenecía ahí.

El visitante escudriñó meticulosamente el vecindario que lo rodeaba. En la entrada de la calle se distinguía las letras Privet Drive escritas en un rótulo. Las hileras de viviendas estaban a oscuras demostrando que sus habitantes dormían, ajenos de lo que estaba por ocurrir. Comenzó a caminar y solo se escuchaba el resonar de sus pasos contra la gravilla del suelo. Cada uno de ellos era firme y preciso.

Respiró con un deje de aburrimiento mientras que sus ojos vagaban por el pequeño parque de juegos. A juzgar por las apariencias, el vecindario se veía acogedor y tranquilo; un buen lugar para criar niños y el cual, cualquier familia no dudaría en escogerlo para vivir; pero al parecer no era lo suficiente para aquel hombre misterioso.

De pronto, su atención fue desviada hacia a un curioso individuo de largos cabellos plateados y que se encontraba debajo de la única lámpara encendida de la calle. El hombre estaba de frente en una residencial marcada con el número 4.

Albus Dumbledore, al sentir el peso de una mirada se dio la vuelta. Sus anteojos de media luna brillaron mientras contemplaba a su compañero que comenzaba acercarse. Dumbledore no parecía sorprendido ni amenazado, simplemente le sonrió al desconocido como si le alegrara verlo ahí.

Cuando el visitante estuvo frente a frente con Dumbledore, solo hizo un movimiento con la cabeza a modo de saludo pero en sus ojos brillaba el rencor.

—Imaginé que vendrías, Braxton—saludó Dumbledore con alegría—De hecho, te estaba esperando.

En ningún momento Albus Dumbledore dejó de sonreír. Le habría dado un abrazo al hombre que consideraba su amigo de no ser por el pequeño bulto que llevaba en sus brazos.

En cambio, el nombrado no esbozó ninguna sonrisa ante la efusiva bienvenida de Dumbledore. Su atención fue robada inmediatamente por el bulto que estaba envuelto en una manta rosada.
Al captar la mirada de su compañero, Dumbledore desarropó lo que cubría al bulto.

Un pequeño rostro sobresalía entre las mantas, la piel pálida de una niña brillaba con la luz de la lámpara. Se lograba admirar unas largas pestañas que enmarcaba las facciones de la pequeña. Pero el rasgo más distintivo de su rostro era una curiosa cicatriz que marcaba su frente.
Tras una larga mirada a la pequeña, el hombre pestañeó varias veces para salir de su transe. Su pecho se sobrecogió y reprimió las intensas ganas de arrebatarle a la pequeña de las manos de Dumbledore.

—Pensé que íbamos a esperar—murmuró Braxton con el ceño fruncido—Y como siempre haces todo lo que te plazca. Ni siquiera lo consultaste conmigo.

—Creí que era mejor asignar a Hagrid para esa tarea—contestó Dumbledore sin inmutarse—Teníamos que actuar rápido y ser sigilosos.

—Así que solo consideraste prudente encomendar la seguridad de una niña a alguien como...tu guardián—Se burló Braxton pero en su mirada no había ningún rastro de diversión—Se supone que eres un hombre brillante.

—Lo importante es que llegó sin ningún daño—dijo Dumbledore sin prestar atención a las provocaciones de su amigo—Además, Hagrid es muy capaz como cualquier otra persona. Confío plenamente en él.

Ambos contemplaron a la niña mientras dormía. Su pequeño pecho subía y bajaba con suavidad, se movió un poco y su mano tomó con fuerza un sobre amarillento.




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