El estruendo provocó que Dudley se cayera del sofá. Nos quedamos inmóviles pero al escuchar otro fuerte ruido, ambos nos acercamos a una esquina y nos pegamos contra la pared.
—¿Q—qué fue eso?—tartamudeó Dudley.
No le contesté.
Varias teorías se formaban dentro de mi cabeza. Una más tonta que la otra.
Era imposible que alguien estuviera allá afuera. Sería ridículo pensar en un ladrón, no teníamos nada allí. Además, nadie en su sano juicio robaría en una choza que está a punto de caerse. Escuché cómo la cama de mis tíos crujía. Segundos después, tío Vernon apareció detrás de nosotros.
Al verlo, descubrí lo que tenía el paquete alargado: Era un rifle en sus manos.
Tía Petunia fue directamente hacia Dudley y lo cubrió con sus brazos. Ninguno respiraba.
— ¿Quién está ahí?—gritó tío Vernon mientras apuntaba hacia la puerta— ¡Estoy armado, así que...!
Los gritos de tío Vernon fueron amortiguados por un estruendo. Golpearon la puerta con tanta fuerza que las bisagras salieron volando. La puerta calló frente a nosotros, levantando una ligera capa de polvo.
Los sollozos de tía Petunia fueron ahogados por el sonido de la tormenta. Los cuatro observamos cómo se acercaba una enorme silueta de un hombre.
Tío Vernon seguía apuntando y noté que sus manos estaban temblando. Yo ni siquiera podía moverme de mi lugar, mis ojos estaban clavados en lo que parecía ser un gigante.
Un hombre gigantesco estaba parado afuera del umbral de la choza. No podía distinguir su rostro porque una gran barba desaliñada los cubría. Lo único que podía ver eran sus pequeños ojos negros. Dudley chilló del susto y abrazó más a su madre.
El gigante pasó hacia la choza, tuvo que doblar la cabeza porque rozaba en el techo. Sus pasos hacia temblar todo, se agachó y cogió la puerta sin ningún esfuerzo. Y cómo si fuera la cosa más sencilla del mundo, colocó de nuevo la puerta en su lugar y se volvió para mirarnos.
—Qué terrible tormenta, me complicó el viaje. Quizás un té ayudaría un poco.
Se dejó caer en el sofá donde Dudley estaba durmiendo. Mi primo no dejaba de mirarlo.
—¿Qué es lo que estás viendo?—dijo el gigante a Dudley.
Dudley dio un respingo y se agazapó más contra mi tía.
— ¡Ah! ¡Aquí estás Allie!—dijo el gigante.
Levanté la vista y observé su rostro peludo. No sabía de dónde me conocía y los Dursley estaban igual de sorprendidos que yo. Lo que más me desconcertó fue que el gigante me estaba sonriendo abiertamente.
—¡Mírate! La última vez que te vi eras tan sólo una pequeña criatura—dijo el gigante—Eres idéntica a tu madre, excepto por los ojos, que son como los de tu padre.
Tío Vernon gruñó y empuñó con fuerza el rifle.
— ¡Le exijo que se vaya enseguida, señor!—advirtió— ¡esto es allanamiento de morada!
—Como si pudieras lograr intimidarme Dursley, grandísimo majadero—murmuró el gigante.
Le arrebató de las manos el rifle y lo dobló como si fuera de juguete y lo arrojó a los pies de tío Vernon.
Parecía que los ojos se le iban a salir.
—Como te iba diciendo, Allie—dijo el gigante, ignorando por completo a unos Dursley perplejos—Te deseo un muy feliz cumpleaños. Traje algo para ti. Tal vez lo he aplastado un poco en el viaje pero sigue teniendo un buen sabor. Lo horneé yo mismo.
Del bolsillo interior de su abrigo negro sacó una caja algo aplastada y me lo entregó.
Miré al gigante y luego a la caja, la abrí con dedos temblorosos y en el interior encontré un gran pastel de chocolate con cubierta rosa y con "Feliz cumpleaños, Allie" escrito en verde.
Miré de nuevo al gigante. Iba a darle las gracias, pero las palabras no salieron de mi boca. Solo la abrí y cerré. De seguro parecía una tonta.
— Lo siento pero no lo conozco, señor—logré decir con voz ronca.
El gigante rio entre dientes.
—Es cierto, no me he presentado. Rubeus Hagrid, Guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts.
Extendió una mano gigantesca y yo la tomé, sacudiéndome todo el brazo.
— ¿Qué tal ese té, entonces?—dijo frotándose las manos—Pero no diría que no si tienen algo más fuerte.
Sus ojos observaron el interior de la choza y suspiró. Se inclinó ante la chimenea, cubriéndola. Nosotros no podíamos ver qué estaba haciendo, pero cuando se dio la vuelta segundos después, vimos que había un fuego encendido, que calentó toda la húmeda cabaña. El calor me cubrió y ya no sentí miedo.
El gigante llamado Hagrid volvió a sentarse en el sofá y se hundió bajo su peso, después comenzó a sacar toda clase de cosas de los bolsillos de su abrigo: una cazuela de cobre, un paquete de salchichas, un atizador, una tetera, varias tazas agrietadas y una botella de un líquido color ámbar, de la cual tomó un trago antes de empezar a preparar el té. Muy pronto, la cabaña se llenó de un delicioso aroma de las salchichas calientes.
El estómago me gruñó y enseguida lo cubrí con mis manos, temiendo que lo escucharan. Nadie dijo una sola palabra mientras el gigante trabajaba, pero cuando sacó las primeras salchichas jugosas y calientes, Dudley comenzó a impacientarse. Tío Vernon lo miró y le dijo en tono cortante:
—No toques nada que él te dé, Dudley.
Hagrid rio sarcásticamente.
—El rechoncho de su hijo no puede engordar más. Quizás debería considerar cambiar su dieta.
Hagrid me sirvió las salchichas y cuando las probé, se me hizo agua en la boca. Jamás había probado algo tan delicioso y maravilloso a la vez, pero mi atención seguía puesta en el gigante.
Al ver que nadie decía nada, me atreví a hablarle a Hagrid.
—Lo siento, señor Hagrid pero no sé quién es usted y no entiendo de dónde puede conocerme.
El gigante tomó de su té e hizo un ademán con su mano.
—Dime Hagrid—contestó— todos lo hacen. Y como te dije, soy el guardián de las llaves de Hogwarts. Ya los sabrás todo sobre Hogwarts, por supuesto.
¿Hogwarts? Tía Petunia se removió un poco y tío Vernon apretó la quijada.