Alyssa Potter y La Piedra Filosofal

CAPITULO SEIS

Debo decir que cuando llegué a Privet Drive esperaba una explosión. Tal vez uno que otro grito u objetos volando hacia mi cabeza. Sabía que mis tíos tarde o temprano me harían pagar por lo que sucedió en mi cumpleaños. Durante el camino ensayé lo que tenía que decir, mis manos sudaban y no paraban de temblar. Por un momento pensé en ir a la casa de la señora Figg, pero era retrasar lo inevitable.

Al llegar a la casa, encontré todo tranquilo y silencioso.
Los Dursley estaban en la sala; tía Petunia estaba tomando un té, tío Vernon leía el periódico y Dudley estaba jugando con los videojuegos. Me aclaré la garganta para que supieran que estaba allí.

El ambiente se tornó helado, el único sonido que se escuchó fue el de la taza cuando se cayó. Dudley soltó un grito y echó a correr, encerrándose en su habitación. Y tío Vernon... Bueno, su cara lo dijo todo: Me despreciaba más que nunca.

—Ya regresé.

Ninguno me contestó.

Mi tía miró con desconfianza mientras colocaba todos mis paquetes y la jaula de mi lechuza. La sien de mi tío palpitaba peligrosamente a cada movimiento que daba. Su expresión demostraba que se estaba preguntando si era buena idea estrangularme o no. Esperé a que me gritara hasta perder la voz pero milagrosamente no sucedió. Respiró profundamente y el color rojo que había adquirido su rostro desapareció. Solo me ignoró, escondiéndose detrás de su periódico.

Tía Petunia estaba igual de sorprendida que yo; supongo que esperaba que tío Vernon tomara la iniciativa de castigarme. Fue como su no hubiera pasado absolutamente nada. La situación dio un giro que me tomó desprevenida.

Los días pasaban y las cosas se volvieron tensas entre mi familia y yo. Dudley no soportaba estar en la misma habitación conmigo; en cierto modo, me tenía miedo. Mis tíos no me gritaban y ni siquiera se plantearon en encerrarme en la alacena. Ninguno me dirigía la palabra.

En su momento fue divertido pero poco a poco se volvió deprimente. Estaban asustados y furiosos. Quizás temían que los convirtiera en sapos verdes o algún otro feo animal. La idea era tan atrayente pero a pesar de que me trataron de la peor manera, jamás los lastimaría de alguna forma o al menos no intencionalmente. Aún seguían siendo mi familia y solo ellos me quedaban en esta vida.

La señora Figg fue mi principal consuelo lo que restaba del verano. Pasaba casi todo el tiempo en su casa y a ella parecía encantarle. Le ayudaba en lo que podía, limpiando su sótano o cepillando a los gatos. Me reconfortaba su compañía y conversaba con ella por largas horas. También le había contado que me habían aceptado en un nuevo colegio, omitiendo el hecho de que era una bruja y que aprendería magia.

—Te irá excelente, querida—me dijo el último día que pasaría con ella—será una buena oportunidad para que conozcas nuevos chicos de tu edad, ya lo verás —me tomó de las manos y las apretó — Además,
te ayudará un poco si te alejas por un tiempo de tus tíos.

Hizo una mueca al nombrar a mi familia como si hubiera comido un limón.

—Estoy tan emocionada y asustada a la vez—admití en voz baja—¿Y si no logro hacer amigos?

La señora Figg me sonrió bondadosamente.

—Serían unos tontos si no quieren ser tus amigos. Eres una muchacha muy buena y dulce—aseguró.

Estuve reflexionando desde que Hagrid me dejó en el tren. Mi vida cambió por completo y descubrí cosas que no sabía de mí misma. No me daba miedo estar lejos, lo que realmente me preocupaba era comprobar que en ese mundo me considerarían igual de extraña como en este.
¿Qué pasaba si no lograba adaptarme?

—Le tomas demasiada importancia —dijo de pronto la señora Figg.

La miré sin comprender.

—¿A qué se refiere?

Ella bufó, molesta.

—Le das vueltas al asunto ¿no?

—N—No sé de qué me habla—tartamudeé evitando su mirada. Ella tomó mi barbilla y no me permitió agacharme.

—Temes que ellos no te acepten como realmente eres, ¿O me equivoco?

A veces pensaba que ella era la única que podía leerme la mente. La contemplé por un largo rato hasta que finalmente contesté:

—No, no lo hace.

—Escúchame muy bien, mi cielo—dijo seriamente —Que eso no te atormente en lo absoluto. Habrán personas que te apreciarán y te verán como yo lo hago, ¿está claro?

Sonreí y asentí.

—La voy a extrañar, señora Figg—musité sintiendo un nudo en la garganta.

Discretamente se limpió los ojos con la orilla de su delantal.

—Yo también—dijo recomponiendo su postura—Vamos, esos manteles no se doblarán solos.

En la tarde me la pasé encerrada en mi habitación. Mi lechuza era mi compañía en esta casa. La llamé Hedwig; el nombre me pareció muy bonito cuando lo leí en Historia de la Magia.

Los libros del colegio eran increíbles y por las noches me desvelaba leyendo, cada oración me parecía fantástica y estaba ansiosa por aprender más.

Estaba feliz, mañana me iría a Hogwarts. Había estado contando los días y se me hizo eterno.

Lo único que me faltaba era hablar con mis tíos, así que bajé a la sala y los encontré viendo la televisión.
Dudley salió corriendo en cuanto me vio.

— ¿Tío Vernon? —Entrelacé mis manos.

Tío Vernon gruñó, para demostrar que me escuchaba.

—Mañana necesito estar en Kings Cross para...para ir a Hogwarts, ya sabes... mi colegio.

Tío Vernon gruñó otra vez.

— ¿Me podrías llevar?

Otro gruñido. Interpreté que quería decir sí.

—Bueno...gracias.

Estaba a punto de subir la escalera, cuando tío Vernon finalmente habló.

—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos y brujas, en tren. ¿Las alfombras mágicas estarán todas pinchadas? —se mofó.

No pude contestarle.

— ¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?—preguntó.

—No lo sé—dije; dándome cuenta de eso por primera vez. Saqué de mi bolsillo el billete que Hagrid me había dado—Tengo que coger el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana. —leí.




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