Alyssa Potter y La Piedra Filosofal

CAPITULO NUEVE

Siempre pensé que Dudley era al único chico que detestaba más que otra cosa, pero todo cambió al conocer a Draco Malfoy. En pocos días descubrí que él era más odioso que mi primo. Cuando rechacé su "invitación" ha tratado de hacerme la vida imposible, desde comentarios agresivos hasta miradas burlonas.

Sin embargo, los de Gryffindor sólo compartíamos con los de Slytherin la clase de Pociones, así que no tenía que encontrarme mucho con él. O eso era hasta que apareció una noticia que provocó protestas en la sala común de Gryffindor; las clases de vuelo serían el jueves. Ravenclaw y Hufflepuff estarían juntos, lo que significaba que nos tocaba aprender con Slytherin.

—Perfecto—mencioné sarcásticamente—. Justo lo que siempre he deseado. Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.

A pesar de mi descontento por la noticia, deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa desde que llegué aquí.

—No sabes aún si vas a hacer el ridículo—razonó Ron—. De todos modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch, pero seguro que es mentira.

Mi ánimo no mejoró desde que Malfoy comenzó a molestarme al decirles a todos los de primero que no duraría ni cinco segundos montada en la escoba por haber crecido con muggles.

La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz alta porque los de primero nunca estaban en los equipos de quidditch y contaba largas y pretenciosas historias, que siempre acababan con él escapando de helicópteros pilotados por muggles. Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus Finnigan, parecía que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba. Hasta Ron podía contar a quien quisiera oírlo que una vez casi habían chocado contra un planeador con la vieja escoba de Charlie.

Todos los que procedían de familias de magos hablaban constantemente de quidditch.

—¿Patean la pelota? ¿Así nada más?—preguntó Ron atónito después que Dean Thomas le explicara las reglas del fútbol—No suena muy interesante.

—Si vieras un partido cambiarías de opinión—se excusó Dean un poco molesto.

La discusión duró un buen rato porque Ron insistía que no era emocionante un deporte en el que no se volaba.

Neville era un caso diferente porque jamás había tenido una escoba en toda su vida. Nos contó que su abuela no le permitió subirse a una. Claro que actuó correctamente, dado que Neville se las ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso con los dos pies en tierra.

Hermione estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del vuelo. Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros, aunque lo había intentado. En el desayuno del jueves, nos aburrió a todos con sus notas sobre el vuelo que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado Quidditch a través de los tiempos.

Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por encontrar algo que lo ayudara más tarde con su escoba, pero el resto de nosotros nos alegramos mucho cuando la lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.

Yo no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid y por supuesto, Malfoy lo notó. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba de su casa paquetes con golosinas, que él abría con perversa satisfacción en la mesa de Slytherin.

Una lechuza le entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo abrió con alegría y nos enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran canica, que parecía llena de humo blanco.

— ¡Es una Recordadora!—explicó emocionado—. La abuela sabe que olvido cosas y esto te dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Miren, uno lo sujeta así, con fuerza, y si se vuelve roja...oh...—se puso pálido, porque la Recordadora repentinamente se tiñó de un brillo escarlata—...es que has olvidado algo...

Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado, cuando Draco Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor, le quitó la Recordadora de las manos.

Ron saltó de su asiento pero inmediatamente Will lo tomó del brazo. La profesora McGonagall, que detectaba problemas más rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.

— ¿Qué sucede?

—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.

Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la mesa.

—Sólo la miraba—dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.

Aquella tarde, a las tres y media, Ron y yo bajamos corriendo los escalones con los otros Gryffindor, hacia el parque, para asistir a nuestra primera clase de vuelo.
No iba a dejar que Malfoy arruinara esto. La emoción por aprender a volar era mayor que mi odio hacia Draco.
El día estaba perfectamente claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo nuestros pies mientras marchábamos por el terreno inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, cuyos árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.

Los Slytherin ya estaban allí, y también las veinte escobas, cuidadosamente alineadas en el suelo. Había oído a Fred y a George Weasley quejarse de las escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno volaba muy alto, o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y tenía unos brillantes ojos amarillos.

—Bueno, ¿qué están esperando?—bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Observé mi escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

—Extiendan la mano derecha sobre la escoba—nos indicó la señora Hooch—y digan "arriba"

— ¡ARRIBA!—gritamos.

Para mí sorpresa, la escoba saltó de inmediato en mis manos. Miré mi alrededor y descubrí que fui una de los pocos que lo consiguió. La de Hermione no hizo más que rodar en el suelo y la de Neville no se movió en absoluto.

Intuí que quizás las escobas sabían, como los caballos, cuándo tienes miedo. El temblor en la voz de Neville delataba claramente, que deseaba mantener sus pies en la tierra.




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