Me costó trabajo poder levantarme y la imagen de un perro gigantesco de tres cabezas no ayudaba mucho, pero todo valió la pena por la expresión horrorizada de Malfoy, cuando nos vio entrar a Ron y a mí con aspectos cansados pero muy alegres al Gran Comedor.
Por la mañana los dos habíamos pensado que el encuentro con el perro había sido una excelente aventura, y estábamos preparados para tener otra. Le conté a Ron sobre el paquete que Hagrid recogió de la cámara setecientos trece y lo misterioso que había sido el asunto.
—¿Qué cosa puede ser para que necesite una protección así?—pregunté cuando finalicé mi relato.
—Tal vez algo muy valioso, o muy peligroso—opinó Ron.
—O las dos cosas.
La única pista que teníamos sobre el misterioso objeto era que medía cinco centímetros de largo así que no teníamos posibilidades para adivinar.
Cuando nos levantamos, tuvimos cuidado en hablar en secreto porque Will comenzó a vigilarnos y nos estaba pisando los talones. Al parecer dedujo nuestras intenciones y estaba determinado a detenernos si fuera necesario.
En cambio, Hermione y Neville no demostraron el menor interés en lo que había debajo del perro y la trampilla. Lo único que le importaba a Neville era no volver a acercarse nunca más al animal.
Hermione se negaba a hablar con nosotros pero como Ron opinaba que era una sabelotodo mandona, mi amigo lo consideraba como un premio.
Lo que me importaba en aquel momento era poder vengarme de Malfoy y la posibilidad llegó una semana más tarde, por correo.
Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que llevaban seis lechuzas blancas. Estaba interesada como los demás en ver qué contenía, y me sorprendí mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron el paquete frente a mí, tirando al suelo mi tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete.
Intuí que era mejor abrir primero el sobre y fue una suerte, porque decía:
NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA. Contiene tu nueva Nimbus 2.000, pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque también querrán una. Oliver Wood te esperara esta noche en el campo de quidditch a las siete, para tu primera sesión de entrenamiento.
Profesora McGonagall
Fue difícil ocultar la emoción que sentí en ese momento. Ron me interrogó y yo le pase la nota para que la leyera. Sus ojos casi se le salieron por la sorpresa.
— ¡Una Nimbus 2.000!—gimió Ron con envidia—. Yo nunca he tocado ninguna.
Comimos lo más rápido que pudimos y salimos apresurados del comedor para abrir el paquete en privado, antes de la primera clase, pero a mitad de camino nos encontramos a Crabbe y Goyle, que nos encerraban el camino. Malfoy me arrebató el paquete de las manos y lo examinó.
—Es una escoba—dijo, devolviéndomela bruscamente, con una mezcla de celos y rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Potter. Los de primer año no tienen permiso para tener una.
Ron no pudo resistirse.
—No es ninguna escoba vieja—dijo—. Es una Nimbus 2.000. ¿Cuál dijiste que tenías en casa, Malfoy, una Cometa 260?—Ron rio con aire burlón—. Las Cometa parecen veloces, pero no tienen nada que hacer las Nimbus.
— ¿Qué sabes tú, Weasley, si no puedes comprar ni la mitad del palo?—replicó Malfoy—. Supongo que tú y tus hermanos tienen que ir reuniendo la escoba ramita a ramita.
—Engreído tenías que ser—murmuré con odio.
Antes de que Ron y yo hiciéramos algo más, el profesor Flitwick apareció detrás de Malfoy.
—No se estarán peleando, ¿verdad chicos?—preguntó con voz chillona.
—A Potter le han enviado una escoba, profesor—dijo rápidamente Malfoy.
—Sí, sí, está muy bien—dijo el profesor Flitwick, mirándome radiante—La profesora McGonagall me habló de las circunstancias especiales, señorita Potter. ¿Y qué modelo es?
—Una Nimbus 2.000, señor—contesté, tratando de no reír ante la cara de horror de Malfoy—. Y realmente es gracias a Malfoy que la tengo.
—Impresionante—mencionó el profesor—Cuídala muy bien, espero poder verte volar con ella.
Subimos por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente furia y confusión de Malfoy.
—Bueno, es verdad—admití cuando llegamos al final de la escalera de mármol—Si él no hubiera robado la Recordadora de Neville, yo no estaría en el equipo.
— ¿Así que crees que es un premio por quebrantar las reglas?—se oyó una voz irritada a nuestras espaldas.
Hermione subía las escaleras, mirando con aire de desaprobación mi paquete.
—Pensaba que no nos hablabas—dije resentida.
—Sí, continúa así—dijo Ron—. Es mucho mejor para nosotros, ve y molesta a alguien más.
Hermione se fue ofendida.
Fue difícil concentrarme en mis clases porque mi atención volaba a mi dormitorio, donde mi escoba estaba debajo de la cama, o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar. Durante la cena comí sin darme cuenta de lo que tragaba, y luego me apresuré a subir con Ron, para sacar mi Nimbus 2.000 del paquete.
—Es...hermosa—dijo Ron con reverencia, cuando la escoba rodó sobre la colcha de su cama.
Estaba de acuerdo con él y a pesar de que no sabía nada sobre escobas, estaba segura que era la mejor. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: “Nimbus 2.000”
—Ganarás todos los partidos con esta escoba y lo mejor, Malfoy se morirá de la envidia.
Cerca de las siete, salí del castillo y me encaminé hacia el campo de quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de asientos elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los espectadores estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada extremo del juego había tres postes dorados con aros en las puntas. Me recordaron a los palitos de plástico con los que los niños muggles hacían burbujas, sólo que estos eran de quince metros de alto.