Alyssa Potter y La Piedra Filosofal

CAPITULO ONCE

Conforme pasaba el tiempo, las cosas fueron mejorando. Noviembre llegó y el frío envolvió a Hogwarts, las montañas cercanas al colegio se cubrieron de hielo y el lago parecía estar hecho de cristal. En las mañanas, una manta de escarcha tapaba el césped y cuando pasábamos por él, nuestros pies quedaban empapados. Por las ventanas de arriba veíamos a Hagrid descongelando las escobas en el campo de quidditch, vestido con un enorme abrigo de piel de topo, guantes de pelo de conejo y enormes botas de piel de castor.

La temporada de quidditch iba a comenzar. Mañana, jugaría mi primer partido, después de varias semanas de duro entrenamiento: Gryffindor contra Slytherin. Si Gryffindor ganaba, pasaríamos a ser segundos en el campeonato de las casas.

Los estudiantes estaban entusiasmados y demostraban ser unos verdaderos fanáticos.
Casi nadie me había visto jugar, porque Wood había decidido que sería su arma secreta. Yo también debía mantenerlo en secreto. Pero la noticia de que iba a jugar como buscadora se había filtrado, y no sabía qué era peor: que me dijeran que lo haría muy bien o que sería un completo desastre.

Agradecía tener a Hermione como amiga. Ella me había ayudado a planificar mis deberes para que no los descuidara, con todo el entrenamiento de quidditch que Wood me exigía. Pero el gesto que más me conmovió fue cuando me prestó Quidditch a través de los tiempos, que resultó ser un libro maravilloso y muy útil.

Descubrí que había setecientas formas de cometer una falta y de que todas se habían consignado durante los Mundiales de 1473; que los buscadores eran habitualmente los jugadores más pequeños y veloces, y que los accidentes más graves les sucedían a ellos. Esta parte no me agradó pero me tranquilizó un poco saber que la gente no moría jugando al quidditch. Claro que se sabía de árbitros que habían desaparecido pero los encontraban meses después en el desierto del Sahara.

Hermione se había vuelto un poco más flexible en lo que se refería a quebrantar las reglas, desde que Ron y yo la salvamos del trol, y también estaba dispuesta a ayudarnos en nuestras aventuras.

Aquella tarde, habíamos decidido estar en el patio helado, durante el recreo. Hermione había hecho aparecer un brillante fuego azul, que podíamos llevar con nosotros, en un frasco de mermelada. Estábamos de espaldas al fuego para calentarnos cuando Snape cruzó el patio. De inmediato, me di cuenta de que algo andaba mal con él.

Snape cojeaba.

—Oh, no—lamentó Hermione.

—¿Qué pasa?

—No estoy segura si esto está permitido—dijo señalando el fuego.

—¿Y nos lo dices ahora?—se quejó Ron.

Nos apiñamos para tapar el fuego y procuramos actuar con normalidad.
Por desgracia, algo en nuestros rostros culpables hizo detener a Snape. Se dio la vuelta, arrastrando la pierna. No había visto el fuego, pero parecía buscar una razón para castigarnos.

— ¿Qué tiene ahí, señorita Potter?

Por un momento, temí que pudiera ver a través de nosotros pero caí en cuenta que se refería al libro sobre quidditch. A regañadientes se lo enseñé.

—Los libros de la biblioteca no pueden sacarse fuera del colegio —gruñó Snape y me lo arrebató— Cinco puntos menos para Gryffindor.

—Seguro que se ha inventado esa regla —murmuró Ron con furia, mientras Snape se alejaba cojeando.

Ni siquiera me importó los puntos que me quitó, me interesó su reacción que me indicaba que había algo más.

— Me pregunto qué le pasa en la pierna—murmuré sin dejar de quitarle los ojos de encima a Snape

—No sé, pero espero que le duela mucho —dijo Ron con amargura.

Por la noche, la sala común de Gryffindor había mucho ruido. Ron, Hermione y yo estábamos sentados juntos, cerca de la ventana. Hermione estaba repasando los deberes de Ron sobre Encantamientos. Nunca lo dejaba copiar y me regañaba cuando yo si se lo permitía.

—¿Cómo va a aprender?—me decía—No sabría qué contestar en el examen.

Sin embargo, si le pedíamos que revisara nuestros trabajos, ella nos explicaba las respuestas correctas.

Los demás Gryffindor estaban emocionados y no se cansaban de desearme suerte. Wood tenía demasiada confianza en sí mismo y aseguraba que el partido sería épico.
Fred y George apostaban el tiempo en el que tardaría en atrapar la snitch, incluso Percy entró en la apuesta.
Will era el único que parecía inconforme pero no dudó en desearme suerte.

Todo el asunto que tenía mañana no me dejaba concentrar en la explicación de Hermione. Me sentía inquieta porque el libro sobre quidditch fue lo que mantuvo ocupada mi mente durante esta semana. Solamente tenía una opción, ir con Snape y pedírselo. Aunque eso significaba enfrentar al profesor que sentía el mismo desprecio, o quizás mayor, que los Dursley me tenían a mi.

—Le pediré a Snape mi libro—anuncié levantándome.

—Yo no lo haría —dijeron al mismo tiempo mis amigos.

Quería pensar que Snape no se iba a negar, si había otros profesores presentes.

—Son unos miedosos—dije sonriendo mientras me dirigía hacia el retrato.

—¿Crees que la volvamos a ver?—Escuché a Ron decirle a Hermione.

Bajé a la sala de profesores y llamé. No hubo respuesta. Esperé y llamé otra vez.

Nada.

Titubeé un segundo. Tal vez Snape había dejado el libro allí, sería tentar de nuevo mi suerte pero valía la pena intentarlo. Empujé un poco la puerta, miré antes de entrar... y me quedé helada. Mis ojos captaron una escena difícil de olvidar.

Snape y Filch estaban allí.

Solos.

Snape tenía la túnica levantada por encima de las rodillas. Una de sus piernas estaba herida y había demasiada sangre. Filch le estaba alcanzando unas vendas.

—Esa cosa maldita... —decía Snape—. ¿Cómo puede uno vigilar a tres cabezas al mismo tiempo?

Alarmada, intenté cerrar la puerta sin hacer ruido, pero...

— ¡POTTER!

Por un breve momento, quedé paralizada con el rostro descompuesto de Snape. Sus ojos centellaban de furia y parecía querer estrangularme. Dejó caer su túnica rápidamente, para ocultar la pierna.




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