Esto no podía estar pasando. Era una pesadilla hecha realidad y la verdad era que Fluffy parecía un simple cachorrito comparado con esto.
Había sido una tonta, descuidada, imbécil y otros insultos peores que se me ocurrían. Filch nos llevaba del brazo y nos apretaba con fuerza. La Señora Norris caminaba enfrente de nosotros con orgullo y me dió ganas de darle una patada.
—Entren—gruñó Filch cuando estuvimos frente a la oficina de la profesora McGonagall, en el primer piso.—Están en graves problemas, par de mocosas.
Nos miró con desagrado antes de ir en busca de la profesora.
Entramos sin decir nada y nos sentamos a esperar. Ni siquiera me detuve a observar el despacho. Hermione temblaba. Excusas, disculpas y locas historias cruzaban en mi mente, cada una más débil que la otra. No podía imaginar cómo nos íbamos a librar del problema esta vez. Estábamos atrapadas y todo era mi culpa. Yo metí a Hermione en esto. Mi amiga no dejaba de temblar y yo sentí culpa ¿Cómo podíamos haber sido tan estúpidas para olvidar la capa? No había razón en el mundo para que la profesora McGonagall aceptara que habíamos estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. Si añadía a todo eso a Norberto y la capa invisible, ya podíamos empezar a hacer las maletas.
Estaba empezando a creer que las cosas no podían estar peor. Pero el destino estaba empeñado en jugar en mi contra, cuando la profesora McGonagall apareció.
Y no venía sola, llevaba a Neville con ella.
— ¡Allie! —Estalló Neville en cuanto me vió—. Estaba tratando de encontrarte para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag...
Negué violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara más, pero la profesora McGonagall me vio. Me miró como si echara fuego igual que Norberto y se irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de ustedes. El señor Filch dice que estaban en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora McGonagall—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y también la creyera, ¿no?
Capté la mirada de Neville y traté de decirle, sin palabras, que aquello no era verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre Neville, sabía lo que debía de haberle costado buscarnos en la oscuridad, para prevenirnos. Otra razón más de culpa en mi lista.
—Estoy decepcionada —dijo la profesora McGonagall y yo no pude mirarla—. Tres alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tú, Hermione Granger, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Alyssa Potter... Creía que Gryffindor significaba más para ti. Los tres sufrirán castigos... Sí, tú también, Longbottom, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se les descontarán cincuenta puntos de Gryffindor.
— ¿Cincuenta? —resoplé levantando la cabeza. Íbamos a perder el primer puesto, lo que había ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall, resoplando a través de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor... —comencé a balbucear —Usted, usted no... puede...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; señorita Potter. Ahora, vuelvan a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el último lugar. En una noche, habíamos acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor ganara la copa de la casa. Quería morirme en ese momento, sentía como si me retorcieran el estómago. ¿Cómo podríamos arreglarlo?
No dormí aquella noche. Podía oír el llanto de Hermione, que duró horas. No se me ocurría nada que decir para consolarla. Sabía que Hermione, como yo, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el resto de los de Gryffindor descubrieran lo que habíamos hecho?
Al principio, los Gryffindor que pasaban por el gigantesco reloj de arena, que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error. ¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia. Alyssa Potter; la famosa Alyssa Potter, la heroína de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos puntos, yo y otros dos estúpidos de primer año.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, súbitamente pasé a ser la más detestada. Hasta los de Ravenclaw y Hufflepuff me giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa. Por dondequiera que pasara, me señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para insultarme. Los de Slytherin, por su parte, me aplaudían y me vitoreaban, diciendo: « ¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Lo peor de todo fue ver la cara de decepción de Will y por alguna razón, eso me dolía.
Sólo Ron me apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos muchas veces desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? — dije tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era muy tarde para reparar los daños, pero juré que, de ahí en adelante, no me metería en cosas que no eran asunto mío. Todo había sido por andar averiguando y espiando. Me sentía tan avergonzada que fui a ver a Wood y le ofrecí mi renuncia.
— ¿Renunciar? —Exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?