Alyssa Potter y La Piedra Filosofal

CAPITULO FINAL

No podía creer lo que mis ojos veían. Delante de mí estaba la última persona que hubiera sospechado.
Quirrell sonrió. Su rostro no tenía ni sombra del tic.

— ¡Usted!

—Yo —dijo con calma— me preguntaba si me iba a encontrar contigo aquí, Potter.

—Pero yo pensé... —balbuceé intentando comprender—Creí que Snape...

— ¿Severus? —Quirrell rió, y no fue con su habitual sonido tembloroso y entrecortado, sino con una risa llena de maldad que provocó que se me erizara la piel—. Sí, Severus parecía ser el indicado, ¿no? Fue muy útil tenerlo dando vueltas como un murciélago enorme. Al lado de él ¿quién iba a sospechar del po—pobre tar—tamudo p—profesor Quirrell?

No podía aceptarlo. Aquello no podía ser verdad, no podía ser.

— ¡Pero Snape trató de matarme!—exclamé.

—No, no, no. Yo traté de matarte. Tu amiga, la señorita Granger, accidentalmente me atropelló cuando corría a prenderle fuego a Snape, en ese partido de quidditch. Y rompió el contacto visual que yo tenía contigo. Unos segundos más y te habría hecho caer de esa escoba. Y ya lo habría conseguido, si Snape no hubiera estado murmurando un contramaleficio, tratando de salvarte.

— ¿Snape trataba de salvarme a mí?

—Por supuesto —contestó fríamente Quirrell—. ¿Por qué crees que quiso ser árbitro en el siguiente partido? Estaba tratando de asegurarse de que yo no pudiera hacerlo otra vez. Gracioso, en realidad... no necesitaba molestarse. No podía hacer nada con Dumbledore mirando. Todos los otros profesores creyeron que Snape trataba de impedir que Gryffindor ganase, se ha hecho muy impopular... Y qué pérdida de tiempo cuando, después de todo eso, voy a matarte esta noche.

Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron en mi cuerpo, sujetándome con fuerza. No traté de liberarme, solo observé a Quirrell como realmente era.

—Eres demasiado molesta para vivir, Alyssa Potter. Deslizándote por todo el colegio, como en Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.

— Usted fue el que dejó entrar al trol —afirmé sintiéndome estúpida.

—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...
Hizo una pausa:
—Ahora, espera tranquila, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.

De pronto, vi lo que estaba detrás de Quirrell.

Era el espejo de Oesed. El estómago se me anudó. La piedra debía de estar ahí.

—Este espejo es la llave para poder encontrar la Piedra —murmuró Quirrell, dando golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar que Dumbledore hiciera algo así... pero él está en Londres... Cuando pueda volver, yo ya estaré muy lejos.

Lo único que se me ocurrió fue tratar de que Quirrell siguiera hablando y dejara de concentrarse en el espejo.

—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dije de golpe.

—Sí —contestó Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme... Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...

Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.

—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?

Luché con las sogas qué me ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo.

—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.

—Oh, sí —dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerta.

—Hace unos días yo lo oí a usted, llorando... —insistí contemplándolo con dureza —Pensé que lo estaba amenazando...

Y por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.

—Algunas veces —musitó con voz temblorosa— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...

— ¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —pregunté mientras intentaba sacar una mano de la soga.

—Él está conmigo dondequiera que vaya —declaró con orgullo—. Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...

La voz de Quirrell se apagó. En mi mente, recordé mi viaje al callejón Diagon...
¿Cómo había podido ser tan tonta? Había visto a Quirrell aquel mismo día y nos habíamos estrechado las manos en el Caldero Chorreante. Me arrepentí de haber sentido lástima por él. Quirrell maldijo entre dientes.

—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?

Mi mente trabajaba a mil por hora. Esta era la prueba de Dumbledore y por lo tanto, la más difícil y peculiar de todas. Él había dicho que el espejo mostraba el profundo deseo del corazón y la mejor opción era desearla de la manera correcta. Y entonces, lo supe.
Lo único que tenía que pedir, era encontrar la Piedra antes que Quirrell y si miraba el espejo, podría verme encontrándola...
¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo me miraría sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer? Traté de torcerme hacia la izquierda, para ponerme frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas. Forcé una de mis piernas y perdí el equilibrio, gemí al sentir un pinchazo en mi costado. Miré hacia Quirrell pero él no me prestaba atención. Seguía hablando para sí mismo.




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