Trazos, colores, mezclas, formas. Llevo todo el día retocando uno de mis cuadros. Un cigarrillo en mano y observo mi creación con ojo artístico. Imagine Dragons resuena en mi habitación con fuerza. Estoy sola en casa. Mamá y papá salieron juntos, hace tiempo no lo hacían, necesitaban un descanso. Adriano vendrá dentro de poco. Le prometí que le mostraría una de mis obras. Estos últimos días nos hemos acercado mucho, pero hay algo que me preocupa. Aún no definimos nuestra relación. No parece importarle la falta de formalidad. Quizás estoy siendo superficial, pero para mí esto es muy importante. Poder hablarle a mis padres acerca de él como mi novio, no como amigo.
Mi computadora deja de sonar y tengo una videollamada de Dean. Hace días no hablo con él, es bueno ver qué se acuerda de mi existencia.
—¡Hola, extraño!—lo saludo con alegría.
Parece realmente cansado, sus ojeras son gigantes y su semblante dice que no durmió bien.
—Hola.
—¿Dónde estás?—pregunto al ver su entorno.
—Anoche mamá tuvo que someterse a una apendicetomía de emergencia, aún estamos en el hospital.
—¿Por qué no me lo contaste antes?
Me siento un poco mal. Estoy acostumbrada a que recurra a mí en este tipo de situaciones.
—Le dije a Georgie que te avisara—se excusa.
—¿En serio? ¿Le dejaste un recado a Georgina? Sabes que lo olvida todo, debiste llamarme, Dean. ¿Qué está pasando?
Quiero saber por qué ha perdido su confianza en mí. No es común en él buscar a Georgina antes que a mí.
—Nada... me enteré que estás muy ocupada últimamente con ese chico. No quería molestar.
—Nunca molestas. Estoy aquí para ti, en cualquier momento, sobretodo en situaciones como estas. Pensé que lo sabías.
—Las cosas han... cambiado—suena muy melancólico.
—Yo no he cambiado, sigo aquí.
—Lo siento—niego con mi cabeza y sonrío.
—No pasa nada. ¿Has ido a tu casa?—pregunto, Dean vive solo con su madre. Dudo que se haya apartado de ella un solo segundo.
—No, pero Georgina me trajo un poco de comida y café.
—¿En qué puedo ayudarte?
—Quizás podrías quedarte con ella un rato, adora tu compañía. Debo ir a casa, ducharme, coger algunas cosas.
—Vale, ¿ahora?
—No, no. Más tarde. Sobre las seis, si puedes.
—Claro, allí estaré. Besos.
Cuelgo y la música vuelve a inundar el ambiente. Mi celular vibra y tengo un mensaje de texto.
Adriano: Ábreme, estoy en tu puerta.
Me apresuro a recibirlo. Trae en su manos dos vasos de Starbucks y un sonrisa.
—¿Frapuccino?—alzo una ceja.
No puedo creer que lo haya recordado. Tuvimos hace poco una discusión acerca de la mejor variante del café, frío o caliente. Yo defendí mi favorito, por supuesto, el frío.
—¿Qué crees?—dice señalando lo obvio.
Entra y me pasa el café mientras nos sentamos en los muebles. Doy el primer sorbo y suspiro, ¡Cómo me gusta!
—¡Oh! Lo necesitaba, gracias.
—Para servirte—sonríe y da un sorbo al suyo que desprende humo. Mira alrededor de la casa, notando el silencio—¿Y tus padres?—frunce el ceño.
—Salieron.
—O sea que... ¿estamos solos?—mueve sus cejas arriba y abajo, al tiempo que dibuja una sonrisa malévola.
—Sí, ¿Y qué?—pregunto medio riendo por su expresión.
—¿Es un buen momento para decir que soy un psicópata?—lo dice realmente serio, yo sonrío.
—Ya, seguro—deja su café en la mesita, se pone de pie y se acerca a mí con cautela y cara de asesino en serie.
—Es cierto. Me gusta golpear a mis víctimas antes de asesinarlas.
Me pongo de pie y camino en dirección contraria a la suya, alrededor de la mesa.
—Para, no es gracioso—le pido.
Se lanza para alcanzarme y yo doy un chillido al tiempo que salgo corriendo. Me agarra por la espada y empieza a morder mi cuello, haciéndome cosquillas.
—¡Para! ¡Adriano!
Me la la vuelta y pone ambas manos en mi rostro. Se acerca y me besa la frente con una sonrisa tierna.
—Creo que ibas a mostrarme algo.
—¡Ah! Cierto.
Lo había olvidado por completo. Suele sucederme eso cuando estoy con él, lo olvido todo. Agarro mi café y camino con él detrás, hacia mi habitación. Agarro el pomo de la puerta y él pone su mano sobre la mía, impidiéndolo.
—Camille, no puedo entrar a tu habitación contigo. No es apropiado.
Le doy un golpe en la mano mientras río. Está muy bromista el día de hoy.
—¡Tonto!
Una vez dentro, mi animalito sale a recibirnos con emoción. Acaricia nuestras piernas. Adriano se agacha para tocarlo.
—El famoso Nugget. Aún espero la historia de su nombre.
—Lo encontré en un basurero y lo llevé a casa. Lo escondí y le di de comer unos nuggets de pollo que habían guardados en el refri.
—Tuviste suerte, ¿no minino?
Corro las cortinas del balcón y así entra un poco de luz natural. Me ubico frente al caballete y abro las manos señalando mi cuadro.
—Aquí tienes.
Se incorpora y se pone de pie a mi lado. Pone una mano debajo de su barbilla y frunce el ceño. Parece un juez de programa de televisión y pongo los ojos en blanco.
—¿En serio tienes que ser tan dramático?
—Aprendí de la mejor crítica de arte que conozco.
Me guiña un ojo recordando el primer día que nos conocimos, cuando hice trizas su cuadro con mi opinión. Solo ha pasado un mes de eso, parece una eternidad. El tiempo junto a él se convierte en irrelevante.
—Es bueno, pero no estoy seguro de qué estás intentado transmitir.
—No lo sé. La hice sin pensar—me encojo de hombros. Mis pinturas son más de lo primero que me cruce por la mente que de transmitir algo. Estoy empezando a creer que eso está muy mal.
—Nuestros cuadros deben enviar un mensaje a la sociedad, directa o indirectamente. Da igual cual sea, pero debe reflejar lo que quieres contar. Es como los cantantes en sus canciones. Solo que nosotros usamos imágenes—me explica con pasión.